Análisis de la estrategia arancelaria de Trump y sus antecedentes históricos
El uso de sanciones económicas y aranceles como herramientas diplomáticas no es nuevo. A lo largo de la historia algunas potencias han recurrido a medidas coercitivas para influir en el comportamiento de otros Estados. Un ejemplo histórico es el bloqueo que hizo Napoleón contra Inglaterra a principios del siglo XIX, que buscaba debilitar económicamente a su rival. En el siglo XX, Estados Unidos utilizó sanciones económicas contra países como Cuba, Irán y Corea del Norte, para forzar cambios políticos. Sin embargo, lo que distingue a la estrategia de Trump es su enfoque unilateral y su aplicación a sus aliados tradicionales, como la Unión Europea, Canadá y México, lo que ha generado tensiones inéditas en las relaciones bilaterales
Trump, como empresario, ha llevado al ámbito político su estilo negociador, basado en la presión y la confrontación. Su enfoque se asemeja a una negociación comercial, donde la amenaza de pérdidas económicas se utiliza para obtener concesiones. Este método, aunque efectivo en el corto plazo, lastima la cooperación, pues es agresiva y hasta prepotente.
Aunque esta estrategia puede ser menos dañina que el uso de la fuerza militar no está exenta de riesgos. Las represalias comerciales, como las impuestas por China en respuesta a los aranceles estadounidenses, pueden desencadenar guerras comerciales que perjudican a todas las partes involucradas. Además, la coerción económica puede generar resentimiento y desconfianza.
De cualquier forma, la imposición de aranceles, sin una negociación previa o un conflicto comercial real, afecta la confianza hacia EUA como socio confiable. Los aliados, en lugar de ceder completamente, comenzaran a explorar alternativas y fortalecer otras alianzas, como la Unión Europea con China o el T-MEC con reglas más estrictas para evitar futuras presiones.
En definitiva, parece una estrategia de alto riesgo: puede generar beneficios a corto plazo, pero a la larga puede debilitar la influencia y la credibilidad en el país que la aplica.
En el fondo también parece que la fuerza de sus motivaciones personales si influyen en su modo de aplicar estas medidas, por un lado, ha mostrado un fuerte interés en ser percibido como un líder disruptivo y decisivo. Sus medidas proteccionistas podrían estar impulsadas por el deseo de consolidar su imagen como un presidente que desafió al status quo y defendió los intereses de los trabajadores estadounidenses.
Además algunas de sus decisiones podrían estar orientadas a fortalecer su posición política, tanto dentro del Partido Republicano, como en el escenario internacional. El proteccionismo también puede ser una herramienta para presionar a otros países en negociaciones diplomáticas o comerciales, y mostrarse como un líder firme y decidido y que acaba consiguiendo lo que quiere.