PARRESHÍA

Los jóvenes no tienen dueño

Los jóvenes no tienen dueño

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No ha habido una política pública real, estructurada y eficaz para jóvenes, menos, un intento verdadero de saber a qué aspiran.

En la clase política las alarmas alcanzaron niveles de histeria, de mañana despertaron y el dinosaurio no estaba allí; de repente sus conocidos retozos dejaron ya de importar, sus “cóleras vanas” (Foessel) y fabulaciones rijosas reportan resultados decrecientes; a sus “planes” escupen, a sus candidatos repelen y a sus gobiernos reprueban.

Por un lado, presumen popularidad y aclamaciones orquestadas, por otro, todo pasa tras los muros de Palacio y la pringosa uniformidad Morena.

Pánico causan a los señores del poder y de las prerrogativas las pulsaciones juveniles que otrora consideraban imposibles o controladas, ya porque creían a los jóvenes políticamente desafectos, ya por sujetarlos a los padrones de sus dádivas.

Pero empecemos por el principio: no ha habido en México, no obstante el 68, una política sistémica y transversal para jóvenes, ha habido programas, unos buenos, otros no tanto, pero institucionalmente este grupo etario ha resultado ilegible al gobierno y explosivo, aunque hasta hoy electoralmente explotable. Echeverría fue quien implantó el timo: embaucarlos con dinero, espacios, prebendas y poder. Aquellas juventudes exigían ámbitos de participación, ser escuchados, tomar parte en la deliberación publica, en la construcción de acuerdos y en la interacción política; mas no encontraron comprensión, ni amparo ni cauce ni respeto, hallaron la cooptación partidista y burocrática, la explotación de sus liderazgos sociales, una manida y torrencial irrigación presupuestal, su prostitución a través de becas, sueldos, viajes, puestos, publicaciones, programas, ocurrencias. Muchos de los de hoy en el poder abrevaron de esos aguajes y mamaron de esas mañas. Hay excepciones honrosas, como en todo.

Nada más barato, se consideraba entonces, que lo que cuesta dinero; lo siguen creyendo, solo que aquél se acabó.

Lo importantes es que no ha habido una política pública real, estructurada y eficaz para jóvenes, menos, un intento verdadero de saber a qué aspiran.

Me sorprenden quienes se alarman que las juventudes sean refractarias a la política; primero, porque no rechazan lo político, sino a nuestra política; segundo, porque en su repulsa va implícito un repudio a nosotros y, finalmente, porque más que pretender forzarlos a que se interesen por nuestra política, debimos preguntarles el modelo que para sí perfilarían. Hoy ya es muy tarde, hemos perdido a esa juventud irremisiblemente, ¡para bien de ella! O, mejor dicho, los jóvenes finalmente nos han dado una patada en el trasero.

Eso es lo que aterra a gobierno, partidos y vividores de la política. Creyeron a la juventud abúlica e inocua, como se creen los dueños y objeto único de la historia. Hoy se sorprenden de las palpitaciones nóveles, dispersas, inorgánicas, silvestres, pero diáfanas de una juventud que viene a reclamar su México. Expresiones aún casuísticas, desordenadas, tenues. No en balde dijo Nietzsche que lo grande siempre entra con pasos de paloma: reclamos por desaparecidos en Veracruz tras desastres naturales, jóvenes reclamando a una presidente que los calla y ordena escuchar; indignados por el magnicidio en Uruapan, exasperados por la violencia en Jalisco, crispados en la Ciudad de México. Universitarios sin clases, profesionistas sin empleo ni perspectiva de futuro, manifestantes borrados por falanges con licencia para destruir, moceríos que se niegan a comer de la mano del amo, a vestir chaleco guinda; apóstatas que niegan el pensamiento único, al becerro de oro, al dinero del crimen organizado.

Presto, el aparato de propaganda de Estado montó oportunos saludos apoteósicos de jóvenes aclamando a la presidente y una aún más espontanea marcha de una supuesta generación Z gritando ¡consignas en favor del gobierno!, y no podía faltar el arrebato oportunista de Noroña descalificando una marcha que aún no ha sido, pero de la que dice no tienen “el apoyo del pueblo”. Adjudicándose, por sobre el monopolio del histrionismo político, el de la expedición de certificados de origen del pueblo.

En 68 el sistema político fue desdeñoso para con los jóvenes, igual que hoy; no los entendió ni hizo el esfuerzo para hacerlos, igual que ahora.

En Michoacán lo primero que han pedido los muchachos es que los partidos no se metan. Merecido se lo tienen.

Los partidos primero abrazaron la política de la antipolítica para hacer política, sin percatarse que serruchaban el piso a sus pies, luego se apoderaron del discurso de los jóvenes, “les hemos fallado”, dijeron, pero en lugar de darles voz y prestarles oídos, en lugar de encausarlos y abrirles espacios para que generaran un pensamiento verdaderamente joven para jóvenes; en vez de dejarles que ellos construyesen sus propio mundo, ideas y proyectos, repitieron el esquema echeverrista: puestos, diputaciones, senadurías, gubernaturas, cargos partidarios, exposición mediática, negocios. Por eso el erial de pensamiento y políticas de jóvenes: poder político a cambio de pensamiento crítico y poder creativo.

Sin proyecto, algunos adoptaron, más por interés que por convicción, la agenda de género, creyendo que así hacían política juvenil sin darse cuenta que, por más legitima e importante que aquella pueda ser, no deja de constreñirse a un propósito exclusivo y excluyente, cuando lo político va más allá de las agendas sociales particulares y concretas y atiende al interés de todos en su conjunto y que hay muchas franjas juveniles que, si bien respetan y apoyan las causas de género, no se ven reflejadas ni representadas en ellas ni expresan sus problemáticas, demandas ni anhelos.

Por eso hoy los jóvenes no quieren saber nada de los partidos, incluso de aquellos que dicen abanderar sus causas. Por algo será.

Tras la caterva de influencers bobalicones y corruptos, vendrá una juventud pensante y pujante. Al tiempo.

Por otro lado, se equivocan quienes creen que a los jóvenes los van a engatusar, como a nosotros, con campañas de publicidad, distractores y escándalos, los jóvenes crecieron con la nueva tecnología digital y pronto serán inmunes a sus distorsiones, además, demandan respuestas, soluciones, cauces, hechos, no narrativas.

Tanto temieron el cambio los partidos que terminaron aislándose en sus prerrogativas. Quiera Dios y se les atraganten.

En Palacio despertaron y el dinosaurio ya no estaba allí y la voz de Palenque cada día más se distorsiona por una estática que la hace sórdida y ajena. Un aún silente clamor llena los salones vacíos que ven al Zócalo, sus patios desiertos, sus oficinas porfirianas, su desastrada soledad. Un mundo nuevo reclama su lugar y no habrá ni muro ni montaje que se le interponga

Finalmente, un consejo a Noroña: Gerardito, los jóvenes no tienen dueño, ni necesitan el respaldo de esa entelequia llamada pueblo. Se bastan por sí mismos, les vale madres lo que pienses y digas, y más vale que empieces por respetarlos, porque a ellos no vas a verlos pedirte perdón en el Senado.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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