Derrota por futuro
Hemos atestiguado un concierto encuestador que ha sembrado la percepción en amplias franjas del electorado de un triunfo adelantadamente irrevocable.
La estrategia, de suyo, efectiva, a disparado dos psicosis, una es la del triunfalismo madrugador, que se deja acompañar con decantamientos de última hora hacia el morenismo de priístas en el desamparo, perredistas la orfandad y solovinos que rehúyen al descampado.
Otra es la psicosis del miedo en derrota y sus ditirambos dignos de Ibargüengoitia, clamando como llorona por las noches tenóchcas por sus hijos. Lo que sea, gritan meciéndose los pelos, pero que no llegue AMLO.
Esta psicosis encadena a la derrota y ancla en la imposibilidad. En otras palabras, de entrada castra la libertad liberadora del voto y lo convierte en una especie de póliza de seguros, no en instrumento de conducir el futuro.
Su pecado está en lo que sea; es la cultura del voto útil que encaramó sobre México el suplicio de Fox, que implantó el voto del rencor que tan bien han manejado López Obrador y Anaya.
Lo que sea, dicen, pero no el PRI. No les faltan fundadas razones que los expliquen, más no los justifican.
El voto de castigo tiene un pequeño defecto, castiga más a la sociedad que al castigado.
Si hay enojo por la corrupción, hay que votar por un gobierno no de venganzas personalizadas, sino de Estado de Derecho y persecución del delito. Un gobierno que combata efectivamente la corrupción y no que prometa guillotinas para cortar la cabeza a sus adversarios.
El problema de las guillotinas es que no logran convertir la alienación social en unidad de acción efectiva, en gobierno. Tras y con el circo romano gobernaron a Roma la podredumbre, las guillotinas de Robespierre regaron de sangre el ascenso del Imperio napoleónico.
No es lo que sea lo que debe de orientar nuestro sufragio, sino lo mejor para México. No es que no llegue López Obrador, sino que llegue el más indicado.
Con respeto a los que piensan votar por López Obrador, no comparto su entusiasmo ni ceguera, menos su falta de memoria y capacidad de comparar circunstancia propias con ajenas (Layda, Nestora, Napoleón, Gordillo, Germán Martínez, Espino, Batres, Repsamen, Ebrad y un largo etcétera).
Con respeto a quienes desesperadamente buscan el voto útil para Anaya, les digo que en el pecado llevan la penitencia, porque no están eligiendo una opción o proyecto, sino una salida fácil. La menos peor, según el fragor de la batalla. Votan por el voto útil, no por la persona, el proyecto y menos sus capacidades, probadas exclusivamente y con creces en negocios turbios, traiciones y demolición de partidos.
Con respeto a quienes han decidido su voto por Meade, creo, -y lo he dicho muchas veces- que deben exigir un acto de constricción, una revisión a fondo del priísmo, sus excesos y lacras; una persecución prístina pero implacable contra la corrupción, un replanteamiento de las formas de hacer política y un rescate de valores y principios para normar su conducta, un cuerpo ideológico y programático. Y, por favor, caras nuevas. Por último, no repetir el club de Toby mexiquense, ahora en versión ITAM.
Con respeto a los indecisos, a quienes comprendo perfectamente, les reconozco que no hayan caído en el canto de las sirenas, ni en la histeria del voto útil, ni en el rencor del voto visceral. Reconozco consistencia ciudadana y ponderación democrática en sus dudas e incertidumbres. Son ustedes la clave de esta elección, porque a pesar de todo no han apostado a estas alturas por el voto acomodaticio, pusilánime y borrego; ni por el del rencor ciego; ni por el voto duro o comprado.
Sostengo que estamos ante una elección cerrada, por más loco que me griten los feligreses convertidos recientemente a la fe de las encuestas. Estas elecciones las van a ganar quienes razonen su voto en función de lo que México necesita ante un escenario nacional de debacle y mundial de guerra global.
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