Pacto por la alternancia
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La mansedumbre franciscana con que Madero se hizo a un lado, entronizó a Anaya y se sumió en un mutismo político legislativo y en las antípodas de su talante rijoso, ególatra y voraz me inquietó hasta hace unas semanas en las que, desde el gobierno, convirtieron al hoy "joven maravilla" en el triunfador nato del 2015. Quedaba claro que no se trataba solo de enfrentar a alguien a Margarita Zavala, ni se constreñía a las cuitas internas de Acción Nacional. Anaya era (y es) inflado desde el gobierno con miras al 2018. Como trofeo le entregaron la cabeza de Manlio en la mesa de López Dóriga la noche del pasado 5 de junio, a la que aquél, conocedor de sus limitaciones polémicas, no hubiese ido sin instrucciones precisas y "presisas".
Motivo de duda fue también que en este sexenio ningún panista de importancia ha sido sujeto a proceso por actos de corrupción durante los 12 años del panismo en el poder. Ahora, sin embargo, no dudo que los Duartes y el Borge pisen la cárcel antes que Padrés, de darse este último y remoto evento, que lo dudo.
En su momento me intrigó por qué sostuvieron contra viento y marea a gobernadores lastre, y dejaron la legislación anticorrupción para después de las elecciones, cociendo a fuego lento la ojeriza ciudadana contra el PRI. Hoy debieran intrigarme las controversias constitucionales contra los impúdicos blindajes trans-sexenales de dichos gobernadores, cuando el asunto pudo evitarse desde un principio con una simple llamada por la red. No me sorprenderá, pues, que el joven Anaya capitalice también estos lances y cuelgue en su sala de trofeos con rumbo al 18 las cabezas de los tres impresentables especímenes de nuestra degradación política, destinados a concentrar en sí todo el encono social contra la corrupción.
A estas alturas ya no me sorprende la salida de Manlio y menos la llegada de la befa presidencial a lo poco que queda del PRI. No discuto que en el PRI siempre ha mandado el Presidente, incluso durante los dos gobiernos panistas; lo que resalto es la saña de este último dedazo. Por tanto, tampoco habrá de sorprenderme el aquelarre en que devendrá la asamblea de ese partido, su debacle electoral en el Estado de México y la alternancia pactada en favor del joven maravilla en el 18.
A la luz de lo acontecido, el absurdo llamado Bronco, la perdida de Querétaro y la extinción del PRI en la Ciudad de México adquieren otra perspectiva.
No dudo que en este nuevo pacto de alternancia para el 2018 participen, como en el 2000, los organismos financieros internacionales y nuestros vecinos del norte. Qué mejor para ellos que asegurar el modelo de desarrollo en curso, sean cuales sean sus estragos en México y para los mexicanos.
Tres cosas adicionales tampoco me sorprenderían: que la "gobernación" perdida del país dé al través con estos planes; que el rencor de los blancos excluidos en Estados Unidos lleve a Trump al poder y éste desconozca los pactos de esta nueva alternancia; o que ante las crisis política, social y económica prevalecientes, despierte el México Bronco.
Finalmente, ya no me asombra esta terrible sensación de estar indefensamente atrapado en una trama de aprendices de brujo.
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