PARRESHÍA

Estado de Derecho, pluralidad y República

Estado de Derecho, pluralidad y República

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Los retos de López obrador

El tema es tan viejo como La República y La Política, aunque se nos olvide.

Platón y Aristóteles lo discutieron hace casi dos mil quinientos años: gobierno de los mejores o de leyes. Platón apostaba por el gobierno de los más sabios, no nada sabios; su discípulo por el de las leyes. Cada uno dio sus razones y argumentos.

A la larga la experiencia muestra que ganó el estagirita afirmando que "ni siquiera el gobernante más sabio puede prescindir de la ley, ya que ésta tiene una calidad impersonal que ningún hombre, por bueno que sea, puede alcanzar. La ley es ‘la razón desprovista de la pasión’".

Si ustedes quieren ya un poco más cercano en el tiempo encontramos otro ejemplo con el Rey Sol y "El Estado soy yo", desmesura dicha por quien afirmaba derechos divinos para gobernar, más allá de su sabiduría y demás cualidades personales, y que pronto halló respuesta en el invento de Monssieur Guillotine y el terror de Robespierre.

La modernidad y el liberalismo nos llevaron a un modelo de organización política que somete y regula el poder al derecho, Estado de Derecho, y lo controla con pesos y contrapesos, mejor conocidos como división del poder.

Pero cuando el asunto se plantea en casa y al calor de nuestras taras electoreras, olvidamos la historia política de la humanidad y la propia, y nuestras entendederas no alcanzan a ir más allá de la discusión reducida a intercambios de spots entre publicistas.

El hecho es que López Obrador ganó y es tiempo de revisar el eje y argumento centrales de su oferta ganadora a la luz la añeja discusión del mejor de los gobiernos.

Para él, la garantía de lo que será su gobierno es su personal honestidad, si la cabeza es honesta, dice él en un argumento de presidencialismo personalísimo, el gobierno bajo él lo será. Se gobierna con el ejemplo, afirma, lo que deja a las leyes fuera de la ecuación o, si se quiere, en un segundo plano.

Por ello, sus ofertas políticas, más que programáticas, son nominativas. Anuncia los nombres de quienes integrarán su gabinete, antes que proyectos claros y asequibles al análisis. Para él, el problema y la solución parecen ser los quiénes y no los qués y cómos.

Finalmente llamó y logró, ayudado sin duda por la crisis terminal de un sistema de partidos largamente anunciada en estas páginas, un gobierno monocromático, que anuncia verticalidad por sobre pluralidad y hegemonía por sobre pesos y contrapesos.

Regresamos así, pero en tiempo real, a todo color y sobre nuestro pellejito a la vieja discusión entre idealismo y realismo, entre el mundo de las apariencias y la objetividad, entre los mejores y las leyes.

El Estado de Derecho exige del gobernante mucho más que voluntarismo, honestidad y buena fe. La honestidad ayuda, pero no es suficiente, al menos no en el tipo de organización política que nos rige. López Obrador tendrá como primer reto decidir entre el ejemplo y la ley. Con una salvedad, la segunda lo obliga y regula. El primero de diciembre, para tomar posesión del cargo tendrá que protestar cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanen; no es opcional, es obligación constitucional.

Lo segundo es que ganar casi todos los cargos de elección en juego no exorciza la pluralidad esencial de México, crisol de contradicciones. Pintar de un solo color los gráficos de las demarcaciones electorales no hace uno de los diversos Méxicos que luchan en nuestra sangre.

Difícil tarea la suya, cuando el propio sistema de partidos terminó por devorarse así mismo. Desde el gobierno deberá que impulsar o, al menos, no obstaculizar el surgimiento de nuevas formas de organización y participación política, así como garantizar su viabilidad y gestación. Tendrá que tener por espejismo la uniformidad aparente producto de los números electoreros y juegos de coaliciones que en sí mismas expresan las divergencias que cruzan a la sociedad mexicana.

Que mueran las organizaciones políticas ciudadanas llamadas partidos no significa que desaparezcan las contradicciones de nuestra pluralidad esencial.

Estado sometido a la Ley, pues, no a las buenas intenciones, será su primera asignatura.

Conciencia y respeto a la pluralidad inmanente a lo político, en un momento crucial de la Nación ante la ausencia de referentes de representación política y de organizaciones reales y efectivas de participación ciudadana; la segunda.

República, la tercera. En sus dos acepciones de poder en tanto cosa pública y no personalizada (el Estado soy yo) y por cuanto temporal y renovable democráticamente.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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