PARRESHÍA

Convertir carisma en organización

Convertir carisma en organización

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Allí está el detalle

El problema es organizacional. Podemos llamarle de cohesión organizacional, atendiendo primeramente a la claridad en los fines de la organización, luego a su consistencia y finalmente a la solidaridad de sus integrantes para con ellos. Lo obvio, hasta ahora, es que les concita el liderazgo carismático, mesiánico, de su líder y el poder que pronto detentará. Pero concitar no es organizar. Una cosa es tener hambre y otra cocinar. Una es la masa y otra un grupo organizado y efectivo de decisión y de acción.

Un gobierno es un grupo humano organizado y normado (extensamente regulado) en unidad de acción efectiva de decisiones y acciones en pos de fines precisos y coordinados entre sí. Es una compleja maquinaria humana regulada de poder que demanda conocimiento, prudencia y respeto de sus propios operadores. Tocar la tecla equivocada o violentar el orden de los factores, no solo puede atascar la maquina, sino volarla en pedazos, y el problema no es el aparato, cuanto lo que produce o debiera producir: bienestar, paz, sosiego, orden, armonía, seguridad, salud, servicios, etc., etc..

Las mayores pérdidas de un gobierno no suelen ser económicas, por más dañinas que sean, sino de oportunidad: la obra que no se hizo a tiempo para evitar la inundación, la clase que ya nunca se impartió, el gran proyecto productivo empantanado en ineficiencias, la madre pariendo en la banqueta del hospital por falta de personal, equipo o medicinas.

El diablo se esconde en los detalles. El gobierno no es la excepción.

Qué tanto la nueva élite que asumirá el poder se identifica con un claro proyecto de gobierno. Más aún, cuantos de ellos realmente lo conocen en su integridad; qué les dice y mueve su ideología y la consistencia de la misma, cuál es su sentido de identidad con el proyecto y qué tan sólida es su pertenencia al grupo dominante; cuál el rigor de su lealtad; qué margen de maniobra encuentran en la estructura para obtener en el camino incentivos, colectivos y selectivos, que le den sentido a su esfuerzo.

Y peor aún, quiénes forman realmente el grupo dominante en la organización. Pareciera que más que coalición dominante, estamos ante un líder carismático que en sí concentra el universo.

Todos los días atestiguamos voces internas que descalifican algunas de las novedades que cotidianamente se nos recetan desde la escalinata sin medida ni respiro; pareciera que los primeros sorprendidos son los de casa, sin que sepamos a ciencia cierta, ni nosotros ni ellos, quiénes son realmente los de casa en el reparto hasta ahora puesto en escena. Pasado el pasmo, encontramos que entre los ungidos no parece haber, siquiera, comunicación entre ellos. Lo que en casa puede ser sorpresa, afuera es aterrador.

La comunicación, todo parece indicar, se media por el vértice, sin que la haya horizontalmente. Para hablar entre pares, éstos requieren hacerlo a través de la mediación del jefe del grupo, no directamente. Repito, las apariencias, hasta ahora, indican que no se hablan entre sí y que todos hablan y se hablan solo a través de un canal, el líder supremo.

El problema es de origen, el grupo, hoy gobierno por ser, surge en torno a una figura carismática que monopoliza la creación de símbolos políticos, entendidos éstos como las metas ideológicas organizacionales, hasta hacerse uno con ellas: fines y líder son la misma cosa. Así, los objetivos colectivos en torno a los cuales se va consolidando el equipo próximo a gobernar se confunden hasta hacerse uno con Andrés Manuel. Cuestionar los objetivos organizacionales, o las simples ocurrencias al aíre, o sus cotidianos anuncios es cuestionarlo a él.

Ello es fácilmente entendible, pero difícilmente organizable y operable: cuál y cómo será la política poblacional, o la ambiental, o la económica, o la de salud; pregúntenle al líder hoy, porque tal vez piense diferente que ayer. Cómo, bajo qué criterios, valores, objetivos y metas construir decisiones, pregúntenle a Andrés Manuel; cómo coordinar a la secretaría A con B y con Y, a través de Andrés Manuel.

Y no escribo novela: la encargada de la construcción de los segundos pisos en el gobierno de López Obrador en la hoy Ciudad de México, no fue el responsable de obras públicas, sino la de medio ambiente. Funciones, presupuesto, controles, leyes, reglamentos; bueno, hasta la Ley de la Gravedad se violó con esa determinación; por algo la información permanece reservada lejos del escrutinio público.

Ahora imagine Usted que al Secretario de Relaciones Exteriores dictando la política económica, a un superdelegado estatal construyendo obra pública y que de la seguridad se encargue el chofer presidencial. No hablo al aire, Ebrad ha anunciado impuestos en la frontera norte que invaden y anulan facultades exclusivas del Congreso de la Unión.

Por ello sostengo que el reto es organizacional. No es lo mismo operar una campaña unipersonal, donde todo se centra en el candidato, a operar campañas para diversos cargos y órdenes de gobierno. En el pasado 1º de julio lo que privó fue la campaña presidencial por sobre todas las demás; la gran mayoría de quienes votaron por Morena solo vieron a Andrés Manuel, sin saber, sino hasta ahora, a quién elegían como Senadores, Diputados, Gobernadores, diputados locales o munícipes. Las sorpresas van del pasmo al horror.

De igual manera, no es lo mismo una monarquía donde el Rey lo es todo: "El Estado soy yo", a un Estado democrático, representativo, republicano, laico (Solalinde, ahí te hablan) y de Derecho.

Decía un clásico que la solución de ayer suele ser el problema hoy. El líder carismático fue la solución electoral, pero hoy puede ser el problema: cómo domesticar su carisma y transferir su autoridad concentrada e impersonada a un gobierno organizado, normado y eficaz.

Ahí está el detalle.




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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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