PARRESHÍA

La soledad de Aquiles

La soledad de Aquiles

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Diasporización planetaria.

Todo lo público no es necesariamente político, Agamenón comandó a los griegos para rescatar a Helena y destruir Troya, fueron éstos un esfuerzo y objetivo colectivos, más no políticos. Al terminar la guerra todo acabó, no quedaron más que muertos y el canto de Homero.

La clave entre lo público y lo político nos la da Aquiles: él buscaba la gloria personal, Héctor la sobrevivencia de Troya.

Según la profecía, el hijo de Tetis, Aquiles, tendría una larga vida, pero aburrida, o una corta y gloriosa. Fue la búsqueda de esa gloria la que marcó su cólera inflexible, su ausencia de solidaridad, su soledad y, finalmente, su muerte.

Tiempo después, cuando Ulises, en la Odisea, baja al averno y habla con la sombra de Aquiles, ésta le dice: "No pretendas, Ulises preclaro, buscarme consuelos de la muerte, que yo más querría ser siervo en el campo de cualquier labrador sin caudal y de corta despensa que reinar sobre todos los muertos que allá (Troya) fenecieron." En otras palabras, ser esclavo de larga y aburrida vida, a gozar de gloria eterna.

Lo que Aquiles le dice a Ulises lo hace recapacitar: recuerda que para evitar ir a Troya fingió demencia arando sin ton ni son la tierra; al verlo Diomedes, enviado a reclutarlo, temió fuese uno de sus famosos engaños, así que puso en la tierra frente a los bueyes del arado a la hija recién nacida de Ulises y Penélope, forzando al primero a reaccionar y evidenciar su ardid. Ulises, al oír al alma de Aquiles preferir arar la tierra a la gloria, recuerda el inicio de todo y cae en mientes que la Iliada fue una guerra y la Odisea un viaje, que de suyo lo llevaron hasta los mismos infiernos para entender, finalmente, que lo que importa está en casa, donde la vida se cultiva y fructifica.

Las enseñanzas de Héctor, que muere defendiendo Troya, de Aquiles, buscando una gloria sin destino, y de Ulises, regresando felizmente a Ítaca, nos muestran que la política se hace sobre el territorio y es el territorio en el que se reúnen los hombres, lo que permite la política, que no es otra cosa que lo que media entre los hombres: el "inter-es" (Arendt).

Al menos así fue hasta la globalización. La política estaba territorializada en parcelas llamadas soberanías y Estados-Nación; pero la modernidad líquida de la que habla Bauman rompió los lazos comunitarios dejando solo al individuo, "desarraigado", "sin ataduras".

Ante nuestros ojos se libró lo que Bauman llama la "gran Guerra de Independencia del Espacio", por medio de la cual los centros financieros se desterritorializaron ejerciendo un poder "ingrávido", sin domicilio y, por ende, sin ataduras ni obligaciones para con las comunidades que explotan y que sí permanecen clavadas al territorio.

La transubstanciación de las distancias de tiempo (cibernética) y espacio (territorio) aplican a favor de las élites globales, no para las comunidades condenadas al territorio. No obstante, "cuando la distancia pierde significado, lo mismo sucede con las localidades", de donde surge "el último toque de desintegración de las formas locales de solidaridad y vida comunitaria".

Así como la globalización desarraiga al gran capital para dejarlo fluir libérrimo por el espacio cibernético, al individuo lo ata al territorio, pero sin comunidad; ya porque los lazos comunitarios de su lugar de origen se difuminen, ya porque se vea forzado a migrar por territorios y comunidades extraños.

Vivimos una "diasporización" planetaria. Bien lo expresa Alba Rico: "Todo es ya periferia. Por eso todos se precipitan a delimitar y reforzar las fronteras." Pero los muros no solo se levantan entre naciones; también las ciudades se amurallan por dentro, distanciando barrios, calles y sociedad. "La división (es) estrictamente inmanente al orden capitalista global. En un bonito giro hegeliano, cuando el capitalismo conquistó a su enemigo externo (comunismo) y unificó el mundo, la división regresó al seno de su propio espacio" (Slavoj Zizek).

Los que aún la globalización no ha hecho migrar, temen perder su seguridad y futuro ante el aluvión de extraños que puebla su mundo; los del aluvión son en negativo: "los no nosotros". Todos, sin embargo, sostenemos una relación esquizoide con el espacio público, porque éste, hasta hace poco, se ubicaba en el territorio que pisábamos; ahora, sea ese territorio propio o extraño, el espacio publico está mediado por la tecnología. La conversación, la deliberación y la política hoy se hace en las redes. El cambio tiene impactos que apenas empezamos a detectar, sin saber a ciencia cierta su profundidad y alcance.

Estamos encadenados al territorio y a nuestros vecinos, más vivimos en comunidades virtuales y con identidades ilusorias. Frente a la realidad objetiva del hoy y aquí y del nosotros de carne y hueso, preferimos "la peligrosa ilusión de que podemos encontrar compañeros, aliados, amigos, colaboradores, prosélitos y colegas, independientemente de quiénes seamos y de lo queramos hacer" (Arjun Appadurai), con solo obturar una tecla. La acción y deliberación políticas se reducen hoy al onanismo de una participación política reducida a navegar por las redes: salvamos ballenas, controlamos gobiernos del mundo entero o protegemos infantes de la trata firmando proclamas y compartiéndolas, sin movernos del sillón de nuestra sala. Nuestro mundo es hoy una pantalla. ¿Qué diría Huxley?

La diáspora no es solo territorial sino principalmente cibernética: creemos que las redes nos acercan, cuando en realidad nos separan y aíslan.

El espacio público de las redes no sirve para concitar algo en común, sino para que los grandes ordenadores nos estudien, cataloguen e inciten en auditorios de receptores microsegmentados. Mientras más profundizamos en el universo de las redes más nos desligamos de nuestros vínculos sociales tradicionales y de un destino compartido, más nos aislamos, ergo, más nos despolitizamos.

Nuestro espacio público no es solo el del resentimiento, sino principalmente el de la soledad, el de una "sociedad de individuos unidos únicamente por su propio aislamiento. Lo que tienen en común los miembros de esa extraña comunidad es que todos sufren soledad" (Bauman).

Las redes, además, en su anonimato y distancia, son proclives a la "descivilización regresiva" (Norbert Elias). "Una rabia incontrolable y vertiginosa se halla presente en el debate político, se ha instalado un odio impúdico, sentimientos peligrosos, fantasías violentas e incluso deseos homicidas se articulan con frivolidad" (Oliver Machtwey).

Somos modernos Aquiles, atormentados por nuestra soledad y cóleras. Nuestro vivir no genera comunidad ni construye destino. Nuevamente acudimos a Bauman para explicitar nuestra realidad y perspectiva políticas: "el objetivo no es impedir que los individuos piensen -ya que eso sería imposible incluso para los más altos niveles de fanatismo-, sino tornar ese pensamiento impotente, irrelevante y carente de toda consecuencia en lo referido al éxito o al fracaso del poder." La entropía por política.

Al igual que Aquiles, nos ahogamos en lo que Bauman llama la "reclusión monádica", la del individuo mónada (substancia indivisible) en total aislamiento.

Tiempo es de recuperar al Héctor que vive en nosotros para salvar aún a nuestra Troya, para reconstruir un espacio público humanizado, para arar nuestra Ítaca, para, finalmente, cantar al futuro nuestra historia.

Recuperar el espacio público es recuperar la cosa pública: la Re-Pública.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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