LETRAS

Un día en el Zócalo

Un día en el Zócalo

Foto Copyright: lfmopinion.com

Manuel

Caminas en un mar de gente y ruido; al fondo la bandera cae a plomo, sin viento y vida, cortando en dos la cúpula de la Catedral cuya mole se antoja aprisionada entre dos campanarios metidos con calzador como remate de la calle 20 de Noviembre. Al llegar a Venustiano Carranza la masa es impenetrable y huraña, doblas a la derecha, alcanzas Pino Suárez y, no sin conflicto y sudores, penetras al Zócalo por el costado del despacho presidencial. Las puertas de Palacio permanecen cerradas, tras los balcones del primer piso imaginas las cámaras y grabadoras de los servicios de seguridad nacional, centenas de informantes en el trafago infernal de informar sobre el evento. Por fuera, sin embargo, la colonial expresión de cantera y tezontle se antoja en desuso, olvidada, en pena. No faltará el periodista o discursero grandilocuente que sostenga que el poder bajó del Balcón Central al templete perredista, ahora lánguidamente ovacionado donde los personajes de reparto se ceden palabra y arengas sin conmiseración de la gente, el calor y el idioma.

Intentas entrar a la plancha, buscas por un lado, pretendes por otro, fuerzas por allá, ruegas más adelante hasta que finalmente quedas ensardinado en un congestionamiento humano que en ese momento identifica la voz de El Peje por el altoparlante sin distinción ni preámbulo, como uno más de los personajes caricaturescos del templete. Ahora caes en cuenta qué es lo que te intriga desde horas antes: la concentración, si bien imponente, carece de alma y rebosa hiel. En México los mítines y marchas tienen una expresión lúdica, de fiesta, de "desmadre", diría aquel viejo líder obrero; son la expresión citadina y moderna de "La Bola" revolucionaria que tan bien capturó Azuela. En ellos hay algarabía, contacto, comunicación y emoción. Sin embargo en este evento lo que priva es el coraje, explicable, sin duda, por una elección que sienten robada, el cinismo, parcialidad y atonía del gobierno, unas campañas desangeladas, huecas y cruzadas de odios, divisiones y derroches, pero, sobre todo, por una situación límite que marca a varias generaciones de desaliento. Ahora entiendes por qué no puedes penetrar al Zócalo, la gente no vino a un mitin, o a una marcha, la gente vino a un plantón. A cada funcionario de nivel, candidato, legislador y organización le fue asignada un área de un Zócalo parcelado y la gente vino a ocupar y guardar su parcela a sangre y fuego, por eso el ensardinamiento, por eso la falta de movimiento, de alegría, por eso el cansancio, el hartazgo y la irritación que se respira. En ese momento lo hueles, no es el sudor de pueblo concentrado, sino el de el odio y el temor: odio por todo y contra todos, alentado a fuego lento por esta Babel comunicativa y política, por la cháchara gubernamental, por el ruido de partidos, candidatos y medios, y temor a la chispa que haga arder las pasiones de un País arrinconado a muerte.

Roberto

-Lléééévese su rayito de esperanza, aquíííí marchantita, ire camisetas al tres por uno, banderolas, viseras pa’l sol, abanicos pa’l calor, su poster de "AMLO Presidente", de "Voto por voto", el de "Fox traidor", Felipe "Pepele", "Marta La Bandida".

"Me lleva el diablo, ya vienen de regreso, El Peje ya está hablando, esto se acaba y la venta del carajo. La pinche competencia peor, debe haber miles de puestos como el mío, tan sólo aquí, en Pino Suárez, hay seis filas de puestos, la gente apenas y pasa, menos se va a parar a comprar con este atiborramiento. En mala hora me endrogué con esta pinche mercancía, los elotes, jodquéis y nieves se pueden vender luego y en otro lado, pero ¿camisetas del Peje?, y más que a su chingadera se le acaba la cuerda."

-¿Qué Doña Leonor, cómo va la venta?

-De la puta madre, hijo, peor que la semana pasada.

"Pues sí, vieja pendeja, a quién se le ocurre venir a vender guantes y bufandas de lana con este pinche calor."

-Y prepárese Doña porque no deben de tardar los de la Alejandra Barrios por el moche. ¿Uste qué cree, se echa otra?

-¿Otra qué?

-¡Qué pasó mi Doña!, otra asamblea informativa.

-Yo creibo que sí, ni modo que ahí le pare. ¿Qué hace con tanto pinche alborotado?

-Pusss ojalá, porque si no, voy a tener que pelarme pa’l pueblo, estas madres no se venden y todavía debo mil de los del águila.

Doña Sara

Desde que tiene memoria Sara acude a misa de doce a Catedral, comulga y luego en el Zócalo se hace una limpia. De niña había más yerberos, ahora sólo le tiene fe a Ramoncito, tan viejo y achacoso como ella. No es que sea el mejor, sino que no le cobra y de joven anduvo tras sus huesos metiendo mano aquí y acullá. Era simpático, echador, bueno pal danzón y pal faje, dizque leído y poeta. Luego le dio por el hongo, se perdió varios años, unos dicen que en Oaxaca con Sabina, otros que en Guerrero con Genaro; un buen día regresó, flaco como espiga, tostado como tortilla quemada, de pelos largos y canosos, guarache, pantalón de manta, colgajos y plumas, un morral deshilado con utensilios y yerbajos, y un nuevo nombre, Hollín Yolotzin, "Corazón que late", según él.

Doña Sara es guadalupana y rata de sacristía, no vaya Usted a dudar de su fe por aquello de las limpias, lo que pasa es que le sientan "rebien", dice ella.

-Tus limpias, Ramoncito, me calman el ánimo, se sienten como sobadita de abuelita, -le confiesa en la intimidad del vecindario y en busca de recuerdos y sobaditas perdidas.

Ese domingo Doña Sara llegó temprano a Catedral, le costó trabajo entrar, la gente estaba en el Zócalo desde antes de despuntar el sol, "Bola de acarreados", pensó. Ya en Catedral encendió sus veladoras, rezó su rosario hasta sacarle lustre y cuando el rito dio inicio se hincó con devoción, pero la santa voz del Cardenal era opacada por el sonido del exterior; en ese momento acarreados y feligreses gozaban de la dulce y docta voz de Jesúsa Rodríguez, mejor, sin duda, que Muñoz Ledo, quien le sucedió. ¨¡Puta Madre!, perdón Diosito -pensó y acotó nuestra santa Sara- pero ya ni a Monseñor respetan, que le mienten la madre al Fox y a la pestañitas está bien, pero el Cardenal es el Cardenal y hay que respetarlo. ¡Dios mío!"

Concluyó la misa entre "La Paz del Señor sea siempre con vosotros", "Voto por voto, casilla por casilla" y las silenciosamente airadas interjecciones de Doña Sara.

Su problema, sin embargo, no fue la misa sino la limpia: "¿Dónde encontrar a Ramoncito en este mar de acarreados? Siempre se pone debajo del asta, que dizque allí está el ombligo de México, pero hoy al ombligo, Ramoncito y mi limpia se los cargó ‘el compló’".

-¡Voto por voto, casilla por casilla! –clamaba la gente.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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