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En la opacidad del pandemónium, los gatos son pardos. Pero a medida que nos acercamos a los plazos del inflexible sistema métrico sexenal, cobra evidencia el oportunismo de baja estofa sobre el que se montó la anomalía electoral del 18. De ahí salió un gobierno irresponsable, indiferente a las exigencias del desarrollo nacional e insensible a las necesidades sociales y a las demandas populares. El electorado llegará a las urnas con la experiencia acumulada de los primeros quince meses de gobierno redentor que llevó a México a un retroceso nunca antes imaginado y al que la pandemia ha exhibido en su banalidad reaccionaria que colinda con la negligencia criminal. A la inconformidad estridente, el oficialismo respondió con una polarización extrema calculando resistir las embestidas de un oposicionismo burriciego, pero desestimando que en su desgaste, el Ejecutivo está cediendo posiciones al grupo oligárquico que encabeza el pelotón gubernamental inclinando el país a la derecha. Las fuerzas democráticas están obligadas a recuperar su identidad constitucional. Y el PRI tiene un papel decisivo en la reordenación progresista de México. A dos años de su triunfo electoral, Morena no ha podido resolver por la vía democrática la titularidad de su dirección que será nombrada mediante una encuesta que no expresará la voluntad política de sus militantes ni el compromiso de éstos con el ungido. Hace un año, el tricolor eligió a Alejandro Moreno Cárdenas como su Presidente. No fue un nombramiento ni una designación, tampoco un torneo de simpatías. Fue una elección donde Moreno derrotó al oportunismo y reafirmó los principios y valores de la Revolución. Ahora ha puesto en marcha una reforma estatutaria en defensa de la identidad y la función del Partido. Hará camino al andar.
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