LETRAS

Pensamiento y discernimiento

Pensamiento y discernimiento

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La realidad no es algo que la mente pueda conocer, porque la mente es resultado de la memoria.

Volvamos a Aldous Huxley y su hombre anfibio, "que vive a un tiempo en dos mundos: el mundo de los hechos, y el mundo que él ha hecho"; el mundo de la materia, de la vida y de la realidad, y el mundo de los símbolos. Recordarán que hace unos días les decía que percibo al hombre como una compleja antena emisora y receptora capaz de comunicarse con todo el universo, pero que lo primero que captó fue su propia señal y empezó a platicar con ella, sin percatarse que era con un producto de su creación con lo que hablaba, aislándose de la verdadera realidad, es decir, de todo lo que realmente está más allá de él y que en su monólogo con sus símbolos es incapaz de percibir, y, al mismo tiempo, incomunicándose con todo lo que es él mismo, ya que tampoco se logra captar al hablar sólo con sus símbolos.

Captamos nuestra propia señal, es decir, un codigo de símbolos, así que hablamos con un código, ni siquiera con nosotros mismos; hablamos con nuestro pensamiento dentro de la realidad que él ha creado, una realidad simbólica hecha a la medida de nuestras recuerdos, ilusiones y temores. Esa realidad simbólica no es sólo un código, sino que también el filtro por medio del cual nos relacionamos con el mundo, filtro que en los hechos opera como muro que nos aísla de lo real. De tal suerte que código y filtro hacen imposible nuestra relación con la realidad, con lo que realmente "es" y que está más allá de cada uno de nosotros pero también hacen imposible la relación con nuestro propio ser, de suerte que nos reduce a monadas aisladas en el universo, asiladas de lo que "es". Fritz Wilhelm sostiene que "todo lo que nosotros conocemos acerca de cualquier cosa en cualquier realidad es lo que conocemos acerca del pensamiento en su habilidad de separar, de dividir el movimiento indefinible, total de "lo que es". La primera separación del pensamiento es la separación entre él mismo y el resto del movimiento. Después de esto, existe la posibilidad de pensar acerca de una relación entre ambos. "Para adentrarnos al tema es necesario analizar el pensamiento y sus procesos de creación y operación.

El pensamiento es el residuo del pasado, una respuesta de la memoria y la memoria no es otra cosa que un proceso de almacenamiento de residuos de experiencias. Hablamos aquí de la memoria psicológica, no de la objetiva. Por memoria objetiva entendemos el almacenamiento de conocimientos y datos útiles para la sobrevivencia. En tanto que la memoria psicológica tiene otras connotaciones. Permítanme un ejemplo: hace días, durmiendo, mi memoria trajo a mi sueño algo desagradable que me aconteció hace 25 años. El sueño me despertó, lo hice fisiológica y psicológicamente alterado, con la respiración acelerada, el cuerpo y la mente en total alerta; enfadado, dolido, desesperado, lleno de odio, con una sensación de abuso e indefensión. Fue como si lo que había sucedido un cuarto de siglo antes hubiese tenido lugar en ese instante, tal fue su intensidad y vivencia. Esa es la memoria psicológica y tiene múltiples expresiones: Ayer recibo un halago o un insulto, mañana que vuelva a ver al sujeto que los hizo lo veré condicionado por ese recuerdo. Soy musulmán y mi memoria psicológica condiciona mi relación con los norteamericanos; soy norteamericano y veo terroristas en todos lados‚ excepto en la Casa Blanca; soy protestante y mi memoria psicológica influye en mis relaciones con los católicos; soy rayado y actúo como si fuera de la cancha continuase el juego indefinidamente.

Todas nuestras relaciones, además, al menos hasta hoy, se basan en imágenes producto de nuestra memoria psicológica. Es decir, no nos relacionamos con la persona, la cosa o la idea, sino con la imagen, siempre condicionada, que nos hemos creado de ella. Mi relación con mi vecino se basa en el pensamiento (memoria) que tengo acerca de él, la imagen que de él me he creado, así, mi relación no es con él, sino con su imagen que de él he creado en mí. No digo que no exista, simplemente que no lo veo como es, sino como lo quiere ver mi pensamiento condicionado por el pasado. Y así pasa con todo lo demás, la unidad indivisible del movimiento de "lo que es" la fragmento, la congelo en el tiempo, la someto, tergiverso y condiciono a mi propio pensamiento (pasado) y creo estar relacionándome con algo o con alguien. Para hacerlo, lo primero que hago es fragmentarme de la unidad y movimiento de lo que "es" para crear la entelequia que llamo "yo", y una vez aislado tratar de relacionar el "yo" con lo que en realidad es una y en constante movimiento. No resulta absurdo a cual más.

Más regresemos al proceso del pensamiento: el contacto y la sensación con el fenómeno crean la experiencia y ésta una verbalización, una acción de nombrar la experiencia, así como su registro y almacenamiento, la resultante es un residuo verbalizado de la experiencia que llamamos memoria, desde ese residuo surge una respuesta llamada pensar. En conclusión, la mente no es sólo más que residuo del pasado manifestado en pensamiento y verbalizado, porque no pensamos las cosas, sino palabras. Lo anterior nos lleva a una primera conclusión: La realidad no es algo que la mente pueda conocer, porque la mente es resultado de la memoria, de lo conocido y con lo conocido no podemos comprender lo desconocido, aquello que está más allá de nuestros códigos y filtros, más allá de nuestros mundos y muros de símbolos.

Con la mente, que no es más que el registro de los residuos del pasado, siempre limitada, temporal, errada, soberbia y ciega, pretendemos relacionarnos con lo nuevo; y así a cada fenómeno que captamos, siempre nuevo y diferente, lo vemos, catalogamos, nombramos y registramos con base en lo conocido, traduciéndolo, deformándolo y sujetándolo al código y filtro de nuestro pensamiento, aislándolo de la realidad total y reduciéndolo a rehén y reflejo de nuestros pensamientos. En otras palabras, no vemos el fenómeno directamente, siempre lo vemos tras el cristal deformador del pensamiento. La vida es un fluir constante, su reto es siempre nuevo, y sin embargo la enfrentamos con respuestas condicionadas por el pasado. Vemos lo nuevo, pero no lo comprendemos completamente, sólo lo comprendemos en función del pasado, tergiversándolo.

Para verdaderamente escuchar y ver sería necesario derrumbar todos nuestros muros de prejuicios, concepciones previas, preferencias, creencias, ilusiones, miedos, celos y odios, dioses y demonios. Mientras no lo hagamos, sólo veremos sombras y oiremos ruidos, las sombras y los ruidos de nuestro pasado hecho pensamiento condicionador y deformador, pero no veremos ni oiremos lo que "es". Jamás observamos el fenómeno pasivamente, siempre volcamos sobre él nuestro instrumental y limitaciones, para así ver y escuchar lo que nuestra proyección interna quiere ver y escuchar. Imaginemos al hombre llegando al planeta más alejado del globo terráqueo, enteramente nuevo y desconocido para él, donde su conocimiento no tiene ningún valor ni referencia. Allá está nuestro nuevo Adán con todo un mundo por descubrir, con posibilidades, promesas y bellezas infinitas. ¿Y qué es lo primero que hace? Construye una muralla y se arma hasta los dientes. Tiene a su alcance todo un planeta y no le alcanzarían mil vidas para conocerlo y gozarlo, pero lo primero que hace es aislarse, encerrarse en su "yo", proclamar su propiedad y poner su banderita en señal de soberanía. El "yo" y su "corral", impulsado por su memoria y sus códigos; por su realidad simbólica; incapaz de ver y relacionarse con una nueva realidad a la que interpreta y juzga con sus viejos y opacos anteojos, útiles sólo para la realidad de sus símbolos. Y sentado en su torreón de espaldas al mundo pretende captar lo nuevo con los cánones de lo viejo, lo desconocido con los referentes de lo conocido.

A fin de cuentas, no ve, ni vive, ni entiende la realidad. Sólo habla al espejo de sus símbolos. Capaz de ser todo en este nuevo planeta y de gozar sin límites y conocer la verdad, la belleza y el amor en su infinitud, pero obstinado en no ser nada, ni conocer nada, en seguir sufriendo su propio infierno, fragmentación, soledad y vacuidad tras la seguridad de sus murallas, su realidad simbólica y su "yo". ¿Por qué? ¿Por qué no podemos mirar lo que "es" como "es", por qué siempre tenemos que examinarlo, compararlo y condenarlo a que sea otra cosa? Por miedo y el miedo es producto del "yo". Siempre escapamos de lo que "es" porque nos aterra aceptar que el "yo" es una creación de la mente; creación efímera, carente de permanencia y de entidad; porque con la negación de esta realidad queremos preservar esa creación, asegurarla, engrandecerla, embellecerla, enriquecerla, hacerla más sabia. ¡Qué soberbia y qué ceguera! Creamos un "yo" y luego nos esclavizamos a él. Tememos la nada, pero nos encadenamos a ella. Kishnamurti sostenía que donde no hay centro no hay corral (periferia), donde no hay "yo" no hay aislamiento. ¿Será posible que el hombre deje de ser centro (egocentrismo) para "ser"?

La mente, al ser residuo del pasado, no es otra cosa que producto del tiempo y, por ende, esclava de él. Vive en (y para) el pasado y el futuro, en la memoria psicológica y en la imaginación, jamás en el presente. Deseamos repetir las experiencias gratas y eludir las no gratificantes, por ello generamos recuerdos e ilusiones y con ellos evadimos el presente. El tiempo es también cosa del pensamiento, lo único que realmente existe es el presente, fugaz, incapturable, siempre en movimiento, indivisible. El pasado es una representación de sensaciones en nuestra mente, pero no es. El futuro es ilusión y una fuga. No me gusta lo que he sido, pero mañana seré diferente, mejor, más rico, más inteligente, menos ruin, menos torpe, menos infeliz, más poderoso, más famoso, más querido, siempre algo más, en lugar de simplemente ser lo que se "es" y no una entelequia de nuestro pensar. Ni el pasado, ni el futuro existen, son como el "yo", creaciones del pensamiento, instrumentos de fuga, garlitos. Lo que "es" no tiene tiempo, "es". Los hombres hemos fundado toda nuestra existencia sobre el pensamiento en detrimento de todo lo demás, lo hemos divinizado y toda divinidad creada por el hombre esclaviza.

El pensamiento es un instrumento, no el instrumento, menos aún es el hombre. Para Bohm el pensamiento es el origen del desorden, no el contenido del pensamiento, sino el pensamiento mismo. Hagamos a un lado por un momento al conocimiento científico y técnico, que ha servido al hombre para su subsistencia. El pensar y actuar dentro de esta especie de símbolos nos permite comprender y dominar la naturaleza. Pero tratándose de otras especie de símbolos, los religiosos, los políticos y los económicos, principal, más no limitativamente, el pensar y actuar han devenido en sufrimientos, injusticias y guerras sin fin. Incluso, cuando los conocimientos científicos y técnicos pierden su razón natural de auxiliar a la subsistencia del hombre, se convierten también en nocivos como la bomba atómica o la polución del medio ambiente. El conocimiento ha solucionado, sí, problemas tecnológicos, pero no los problemas del ser humano, antes bien, los ha acrecentado. ¿Ha conseguido el conocimiento transformar al hombre en algo mejor, más pacífico, menos atormentado, solo y vacío? Los avances científicos e industriales de los últimos 250 años, la tremenda acumulación de conocimientos, de poder de destrucción y de riquezas, ¿han servido para el beneficio o para la ruina física y moral del hombre? ¿Para su humanización o para su cosificación? ¿No es mayor hoy en cantidad y calidad la miseria y sufrimiento del hombre? ¿No somos cada vez menos solidarios y compasivos? ¿No somos cada vez más torpes y gordos, menos ágiles y flexibles, más dependientes de las drogas, de las cosas y del placer? ¿Estamos más comunicados, o somos islas en un océano tecnológico y mercadológico de mensajes y propaganda? ¿Somos más libres o dependemos del mercado y sus modas? ¿Estamos más informados o más embrutecidos con nuestros medios de comunicación? ¿No es nuestra capacidad de destrucción y sufrimiento mayor que nunca antes? ¿No inventamos todos los días razones nuevas para explotarnos y matarnos los unos a los otros, y para envenenarnos y enloquecernos todos juntos? ¿No son nuestra sinrazón y angustia más dolorosas y ácidas que en cualquier pasado posible? ¿Somos o sólo creemos ser?

A veces veo al hombre como una segunda versión de dinosaurios. Tal vez en millones de años, si es que no volamos la tierra antes en pedazos, alguien se dedique a estudiarnos como una especie rara, sanguinaria, destructiva, monstruosa y extinta que no supo aprovechar su oportunidad de vida, o como un mero accidente en la evolución. Una especie que se enamoró de su pensamiento y se esclavizó a sus cosas. Rehén de querer ser siempre algo distinto a "lo que es" y de atesorar sin límites; viviendo de su memoria y de sus ilusiones, de sus apegos y sus deseos; una especie enamorada de lo que fue y de lo que quiso llegar a ser, pero aterrada en "ser"; encerrada en sus parámetros y sus códigos, en su realidad simbólica. Una especie bárbara, guerrera y codiciosa, incapaz de relacionarse pacíficamente con la tierra, con los animales, con las plantas, con el hombre mismo, con las ideas, con el universo. Una especie destructora y contaminante, que creyó que su destino era conquistar y atesorar, en lugar de vivir y gozar, que hizo todo lo posible por aislarse en vez de abrirse y terminó hundida en su propia soledad, detritos y ruinas. En los hechos el pensamiento no puede resolver nuestros problemas. Jamás lo ha hecho: Jamás lo hará. Hemos confiado ciegamente en él durante miles de años, y más que nunca en los últimos dos siglos y medio, pero el pensamiento y su ruido nos impiden observar pasivamente y con atención el fenómeno, en realidad el pensamiento nos distrae constantemente con sus recuerdos, sus deseos, sus miedos, su cháchara interminable y locuaz. Pero el hombre es mucho más que mero pensamiento y memoria, el hombre es también inteligencia, y ésta no es producto del pensamiento, como tampoco lo es del tiempo.

Por encima del pensamiento existe una energía superior que permite el discernimiento, entendido éste como una inteligencia más allá de cualquier energía que pudiera ser definida por el pensamiento. El discernimiento es un estado de alta energía donde el hombre tiene acceso directo a la totalidad cósmica. Bajo este esquema, el individuo, la monada humana, es una manifestación de la conciencia toda de la humanidad, además de estar en contacto total con todo lo que nos rodea, es decir, es parte de la totalidad humana y, al tiempo, la trasciende para ir más allá, sin tiempo, sin espacio, sin límites. Volvamos a nuestro nuevo Adán que abandonamos párrafos arriba en un nuevo y desconocido planeta, lo que él requiere es una respuesta creativa y original que exceda todo el campo de lo conocido, necesita discernimiento, traducción del término inglés "insight": "in", en; y "sight", percepción, "percepción en". El discernimiento tiene dos implicaciones, o lados de la moneda: una percepción inteligente y directa tanto en la esencia de la cosa percibida, cuanto en la de la mente que la percibe. Percepción inteligente, no meramente mental, y percepción directa, no a través de los anteojos del pensamiento y su condicionamiento del pasado. Una percepción interna de la cosa y de la mente simultánea y conjuntamente. La acción de una energía que libere a la mente de los bloqueos inherentes al conocimiento acumulado y permita al hombre operar con nuevos modos y horizontes. Una especie de derrumbe de las murallas del corral que permita ver sin el pensamiento y dar una respuesta nueva, original y apropiada, instante a instante, sin acumulación, sin condicionamientos, sin rigidez, sin ataduras, sin condicionamientos del pasado ni del futuro.

Nuevamente es Bohm quien viene en nuestro auxilio. Para él el discernimiento es un "acto de percepción impregnado de energía y pasión muy intensas, que produce una gran claridad". Esto hace posible la disolución de fuertes pero sutiles presiones emocionales, lingüísticas, intelectuales, sociales, etc. que tienden a mantener la mente dentro de sus rutinas rígidas y compartimientos fijos y que, de ese modo, son la causa de que la mente eluda los retos fundamentales. De este germen puede desarrollarse una percepción ulterior no contenida en todo el campo de lo conocido que existía con anterioridad, dentro de cuya estructura tales rutinas y compartimientos habían sido un constituyente inseparable para todas aquellas personas que habían estado trabajando en dicho campo.

Esta percepción incluye nuevas formas de imaginación y nuevos órdenes de razón. Por su importancia, se cita in extenso cómo Bohm ejemplifica el discernimiento: "Comenzaré a exponer este punto describiendo una experiencia que tuve a los once o doce años de edad. Recuerdo que en esta época había desarrollado el hábito de querer ser siempre capaz de planear de antemano, de saber exactamente lo que podía esperar para así sentirme completamente seguro antes de hacer efectiva cualquier cosa. Recuerdo una vez en que me encontraba con otros chicos y teníamos que cruzar un arroyo saltando de roca en roca. Yo no podía planear esto, pero empecé a seguir a los otros con gran azoramiento. De pronto, en medio del arroyo tuve un destello de discernimiento que puede expresarse así: . Justo en ese preciso momento en que estaba sobre la roca, hubo un cambio en todo mi pensar y sentir sobre la cuestión, el cual no sólo eliminó inmediatamente las dificultades en el cruce del arroyo sobre las rocas, sino que también afectó toda mi vida futura en otros múltiples aspectos. Por ejemplo, desde entonces, una gran parte de mi labor ha estado dirigida, con la ayuda de este discernimiento particular, hacia la comprensión del movimiento, o sea, que lo fundamental es el movimiento fluido e indiviso, mientras que el mapa o del mismo en el pensamiento es una abstracción de distintas que indican ciertas características salientes del movimiento (tal como la ratio musical, es, de manera similar, una serie de que indican ciertos aspectos salientes del movimiento de la música). "Es obvio que el discernimiento afecta todas las diferentes funciones de la mente, físicas, emocionales, intelectuales, etc., en un acto indiviso que no involucra al tiempo de ningún modo esencial. Por eso, no sólo ocurre realmente en un destello sin duración sensible, sino que tampoco puede su esencia ser capturada por el pensamiento. Así que no tiene sentido optar por tener discernimiento y entonces tratar de descubrir algunos medios para producir, como un fin, el resultado que se desea. Antes bien, la acción del discernimiento es total e inmediata. "Como ya se ha destacado con anterioridad, el discernimiento opera de dos maneras: negativamente y positivamente. La operación negativa es la eliminación de los bloqueos y las barreras, y la operación positiva es la percepción nueva que esta acción negativa hace posible. Por ejemplo, mi bloqueo era, evidentemente, que siempre debía tener todo planeado antes de hacer cualquier cosa. El elemento decisivo en un bloqueo semejante es la (alwayness) que posee esta clase de requerimiento. Evidentemente, sólo a veces es apropiado proceder a partir de un semejante, y por eso no tendría sentido decir que uno nunca debe planear nada de antemano (en realidad, nunca significa , de modo que es sólo otra forma de la ).

Lo que hizo el destello de discernimiento fue eliminar el sentido del y así dejó a la mente en libertad de planear o no planear, según lo exigiera la ocasión. "Esto es muy sutil, porque el bloqueo no está sólo en las palabras tales como son. Más bien está en la totalidad del contenido asociado, especialmente en el sentido de una necesidad absoluta, que se halla implícito en todo el significado de la palabra. Este sentido de necesidad absoluta penetrará cada movimiento y pensamiento y todo cuanto uno hace. "El punto clave aquí es entonces que la intención, la voluntad y el deseo dependen de lo que uno sabe (ya sea esto correcto o incorrecto). Si uno sabe que algo es absolutamente necesario tendrá, correspondientemente, una poderosa intención de llevarlo a cabo, por equivocado que pueda ser ese conocimiento; la presuposición de necesidad absoluta opera antes de que uno pueda pensar reflexivamente; lo que se necesita es, precisamente, el discernimiento, el cual, sin interferir con los recuerdos indispensables y útiles, es capaz de disolver las ataduras de la mente a los absurdos que la mantienen prisionera de su pasado. Cuando esto tiene lugar, un ser humano es capaz de actuar de modos nuevos, no sólo en el pensamiento abstracto y la imaginación, sino también en las respuestas emocionales, en el movimiento del cuerpo, en las relaciones entre las personas y en todas las demás áreas de la vida. "Galileo, Newton y Einstein, por mencionar sólo unos cuantos, tuvieron percepciones impregnadas de alta energía e intensa pasión que les permitieron, primero, romper los paradigmas del pensamiento imperante (conciencia total de la humanidad) y trascenderlo para ir más allá.

Es evidente que la mente y el pensamiento no han sido, ni son, las herramientas idóneas para enfrentar la vida, también lo es que el "yo" y sus demandas no hacen otra cosa que aislarnos y enfrentarnos entre nosotros y con la realidad. No obstante, su acumulación milenaria hace hoy que la actual crisis sea de dimensiones excepcionales y peligros inauditos. Siempre ha habido crisis. Sin embargo la actual es diferente y ominosa a cual más porque el mundo de las ideas, de los símbolos, ha terminado por desplazar al propio hombre. Hoy poco importa que los hombres mueran cual moscas si los índices económicos se hayan dentro de los parámetros de salud macroeconómica. Hoy es posible declarar guerras preventivas sustentadas en paranoias construidas exprofeso. Hoy se puede destruir al mundo, contaminar ríos y mares, arrasar bosques y selvas, emponzoñar su aire, exterminar flora y fauna, enloquecer, embrutecer y envenenar al hombre si ello arroja utilidades en los estados financieros. La propiedad, la posesión, el nombre, la casta, la democracia, la libertad, la religión, el libre comercio, todo está por encima del hombre.

Detengámonos un momento en lo anterior, libertad y democracia, así como derecho y economía, por ejemplificar tan sólo con ellos, son creaciones del pensamiento e instrumentos supuestamente para beneficio del hombre, pero en algún cruce de camino abandonaron al hombre y ahora tienen vida propia y mucho muy superior a él. Son divinidades en cuyo nombre y honor se sacrifican todos los días pueblos enteros. Esa es nuestra crisis: el "yo" egocéntrico, en su versión individual o colectiva, terminó por entronizar sus símbolos por encima del hombre y de la vida misma. Nuestro sufrimiento interno y externo, las guerras, las divisiones absurdas, el caos social, económico, ambiental, político; la miseria económica, social y moral; la vacuidad, el hedonismo y consumismo suicidas, la fuga permanente, el embrutecimiento y envenenamiento diario, son productos de una realidad simbólica por la que queremos que lo que "es", lo real, sea de otra manera, de una manera inventada por nosotros, por nuestra mente ¿No será tiempo ya de derrumbar las murallas del corral de nuestro pensamiento y ver la luz? ¿No será tiempo ya de poner la mente en su sitio? ¿No será tiempo de darle una oportunidad al discernimiento? ¿No será oportuno descentrar de una vez por todas al "yo"? Recordemos que sin centro no hay corral. Dejemos a Krishnamurti la conclusión: "Para comprender la confusión y el sufrimiento que hay dentro de nosotros, y por lo tanto en el mundo, hemos de comenzar por hallar claridad dentro de nosotros mismos, y esa claridad surge del correcto pensar.

La claridad interior no puede organizarse, porque no puede recibirse ni darse a otra persona. El pensamiento que se organiza colectivamente es una mera repetición. La claridad no es el resultado de la afirmación verbal sino de la comprensión de uno mismo y del recto pensar. A pensar correctamente no se llega por el mero cultivo del intelecto, ni por la imitación de modelos, aunque éstos sean dignos y nobles. El pensamiento correcto nace del conocimiento propio. Sin comprenderse uno a sí mismo no hay justificación para el pensamiento; sin el conocimiento propio, lo que uno piensa no es verdadero".

#LFMOpinión

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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