PARRESHÍA

Bonapartismo por transformación

Bonapartismo por transformación

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El miedo no anda en burro.

El Bonapartismo como categoría política es una forma de dominación que surge durante una crisis aguda donde el poder se independiza para ser representado por un líder carismático. Diría Trotsky: una "dominación incontrolada del gobierno" por un "salvador coronado", con "rasgos complementarios que recuerdan el régimen de Consulado" (Cesarismo).

La categoría fue originalmente descrita por Marx a la luz del 18 Brumario y no pretendo que encuadre exactamente con nuestra situación actual, aunque sí en algunas de sus facetas.

En el 2000 oí a un distinguido priísta proponer conseguir a alguien sumamente mediático, tipo Reagan, que pudiese ser manipulado en la Presidencia. En 2012 observé como se consolidaba la hipótesis y el propósito. Poco tardó en hacer agua el experimento, nuestro Reagan versión 4 resultó incapaz de gobernar e, incluso, de entender lo más elemental de la política y de México. Sus operadores resultaron aún más deficientes.

A ello se sumó el agotamiento de una democracia sin adjetivos cuyos contenidos fueron fortalecer estructuras partidarias y procedimientos electorales sin empoderar al ciudadano, con una crisis terminal del sistema de partidos tal y como lo conocemos.

Llegamos así a una incapacidad de gobernar de las élites tradicionales, a la improductividad en el manejo de los asuntos de interés general. Especial mención merece el Senado de la República impotente de procesar nombramientos y legislaciones durante años, similar a lo que Marx señalaba sobre la Asamblea Nacional en el 18 Brumario: "tan improductiva que (…) los debates sobre el ferrocarril París-Aviñón, comenzados en el invierno de 1850, no habían terminado todavía el 2 de diciembre de 1851". Si viera ahora el sainete del Fiscal General, qué diría.

Sobre ello vino un rompimiento en la cúpula consolidada a partir de finales del los ochentas (PRIAN); los liderazgos de ocasión e inventados, su incapacidad innata y soberbias aprendidas volaron por los aíres todo puente y posibilidad de entendimiento.

Ante el reconocimiento explícito de su incapacidad para gobernar, las élites cedieron el gobierno y todo el poder a quien pudo garantizarles controlar al tigre. No es casual que ante los banqueros López Obrador haya amenazado: "si se atreven a hacer un fraude electoral, yo también me voy a palenque (a La Chingada, su rancho) y a ver quien les va a amarrar al tigre, el que suelte el tigre que lo amarre, yo ya no voy a estar deteniendo a la gente luego de un fraude electoral. Así de claro" (El Universal 09-03 18). Sabía a quien se lo decía; Engels en su "Prefacio de la Guerra Campesina en Alemania" señalaba que para la burguesía resultaba natural ceder gobierno y poder, no por "su miedo al gobierno, sino su miedo al proletariado". Y así, la otrora "Mafia del Poder" corrió en asustada y presurosa abyección a postrarse ante el otrora "Peligro para México".

La afirmación-amenaza, sin embargo, encerraba un pronunciamiento sobre capacidades personales salvíficas superiores al propio Estado y sus instituciones, y la amenaza soterrada de aténgase a las consecuencias, que surtieron efectos electorales.

Así llegamos, montados en elecciones concurrentes y centralizadas, frente a unas élites impotentes, gastadas y aterradas, de cara a su incapacidad manifiesta y probada, y un desgaste prácticamente terminal, a una entrega absoluta del poder en espera de amarrar al tigre.

Y para ello se requiere un poder centralizado, encarnado en una sola persona, electa bajo una relación casi personal con un electorado más feligrés que ciudadano; individuo que personifica a la Nación toda, sin fisura posible, bajo una especie democrática de derecho divino o "Gracias del Pueblo".

El Bonapartismo es el perfeccionamiento del régimen presidencialista hasta aislarlo de la sociedad, concentrando en un individuo todo el poder del Estado, con autonomía absoluta. La representación política y la rendición de cuentas terminan fulminadas bajo un Estado personalista, Cesáreo. "La Nación hecha hombre" (Laboulaye).

El gobierno de Luis Bonaparte estuvo condicionado a controlar todo el aparato burocrático. No resulta extraño, pues, que López Obrador esté determinado a desmantelar de ser necesario el gobierno federal, para construir uno a su medida y control, sin demérito de contravenir también el pacto federal. "Una de las consecuencias de la teoría popular sometida al ejecutivo supremo, es que los elementos que intervienen entre este último y aquéllos –es decir, los funcionarios público- deben ser mantenidos en un estado de dependencia, lo más estricta posible, de la autoridad central, la cual, a su vez, depende del pueblo. Una manifestación mínima de libertad por parte de la burocracia sería equivalente a una rebelión contra la soberanía de los ciudadanos."

En este orden de ideas se entienden también los ejercicios plebiscitarios, como la consulta popular sobre el nuevo aeropuerto, convocada por una autoridad que aún no lo es, en tiempos ajenos a su mandato y sin más fundamento jurídico y motivación que su simple anuncio. "El plebiscito, sostiene Mitchels sobre el Bonapartismo, era un baño purificador que daba sanción legítima a toda ilegalidad."

En fin, el Bonapartismo no conoce límites, llegó a reclamar para la voluntad popular el derecho de autodestruirse: la soberanía popular podría suprimirse a sí misma; toda vez que es "el dominio individual originado en la voluntad colectiva, pero que tiende a emanciparse de esa voluntad y volverse, a su turno, soberano" (Mitchels).

Lo anoto para que rescatemos la categoría Bonapartismo y la utilicemos para valorar nuestra realidad y futuro, de suerte de no llamarnos luego a sorpresa.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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