Hoy solo habla uno
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Democracia impolítica; el término es de Rosanvallon y nos habla de una democracia que goza de cabal salud, apertura y, a veces, hasta libertinaje; frente a una política débil, imposibilitada en convertir la pluralidad de las fuerzas democráticas en proyectos y transformaciones; de encausarlas y dotarles de coherencia; de intermediarlas con eficacia; de articularlas en un espacio público donde lo común se revele, delibere, valore y sintetice.
La democracia no solo puede ser impolítica, también puede ser antidemocrática.
La democracia puede dañar seriamente a la democracia y sus procedimientos pueden llevar al poder a quien solo busque destruirla. Los populismos que pululan en nuestros días son prueba fehaciente y preocupante de ello: movimientos de crítica a las deficiencias propias de la democracia que "presentándose como movimientos de regeneración pueden acabar por agostar por completo las instituciones debilitadas de la democracia real." (Rivero, Zarzalejos y Del Palacio 2018).
La democracia exige su equilibrio con las posibilidades reales de la política; promover una exacerbación de la participación, exponenciar la transparencia, gobernar a base de consultas a modo, sustentar la regla de mayoría sobre el principio de mayoría, puede tener un cariz de democracia, pero en el fondo gravitar seriamente contra la política y la propia democracia.
Nuestros tiempos son acusadamente antipolíticos; priva el individualismo sobre lo colectivo; la inmediatez sobre el largo plazo; el espectáculo fulgurante sobre la participación efectiva; la supuesta acción directa a la intermediación representativa.
La acción política es hoy esencialmente apolítica, habida cuenta que no acciona para construir, cuanto para impedir; no para durar, cuanto en ritos episódicos.
Vivimos el "Clicktivismo" (Likes en redes) sobre causas concretas, sin la abstracción propia de los objetivos y principios generales. Las demandas no se articulan en programas, se agotan en "perfomances". Creímos que tras de Peña se acabaría el primado de la imagen como política, para caer con López Obrador en la declaracionitis como gobierno.
Veamos el NAIM, se obstaculiza sin que sepamos a ciencia cierta qué debiera hacerse; de la reforma educativa se nos dice que no habrá de quedar una coma, pero nadie sabe a ciencia cierta que habrá en su lugar, de haberlo; las instituciones se atacan desde el gobierno por iniciar: Ejército, Poder Judicial, órganos autónomos, sindicatos, medios de comunicación, federalismo. Nuestro ejercicio de la soberanía es en negativo, sabemos qué no, más no qué sí. De los cómos nadie habla. Navegamos sin brújula, timón ni puerto de arribo.
Ante una democracia esquizada y esquizofrénica, no puede haber política que dé resultados o que, dándolos, puedan ser valorados. Lo que deriva en mayor desencanto democrático y desafección política.
La democracia, sostiene Appadurai, da voz a los ciudadanos, pero también salida de la propia democracia. Nos habla de una fatiga democrática, que lleva al triunfo a quienes ofrecen "abolir todos los componentes sociales, deliberativos e inclusivos de su versión nacional de democracia."
La política se ve hoy arrastrada por la sinrazón de la supuesta sabiduría y autogobierno del mercado. Cunde entonces la ilusión de una sociedad autorregulada, sin la mediación de instituciones y leyes. La de una democracia directa escenificada en una supuesta soberanía popular sin efectos prácticos y estructurales, un happening soberano que se agota en su realización y sus contenidos siempre son negativos: cerrar el INE, tirar la reforma educativa, parar el NAIM, convertir a las Fuerzas Armadas en gendarmes. Vivimos la democracia de lo irrelevante, de la impotencia, del no.
Cuidémonos de la democracia directa, porque parte de un concepto de pueblo liso y llano, sin la heterogeneidad, complejidad y oscilaciones propias de la polis. La sociedad en su pluralidad solo puede ser a través de un esquema de representación que exprese su basta diversidad. La voz del pueblo, para serla, es cacofónica por múltiple. Siempre dispara ecos innúmeros. No olvidemos que el principio de mayoría, a diferencia de la regla de mayoría, implica la voz de los más acompañada y matizada por la de los menos. Buscar una voz única es el camino más corto a la autarquía.
Apelar al pueblo, sostiene Innerarity (2015), es casi siempre para bloquear la discusión: "La democracia directa es atractiva para el ciudadano pasivo, es decir, para quienes están poco interesados en exponer sus opiniones e intereses frente a otros en el espacio público y prefieren formas plebiscitarias de decisión, es decir, hacer valer su voluntad sin filtros ni modulaciones deliberativas, en el sistema político. La democracia directa y las formas plebiscitarias de decisión son instrumentos de carácter apolítico, y si gozan de mayor prestigio del que merecen es porque forman parte de ese tono general de democracia sin política que caracteriza a nuestras sociedades (…) Los plebiscitos son tan importantes en una democracia como incapaces de reemplazar a los debates profundos y abiertos (…) reducen los procedimientos de decisión a posibilidades binarias."
Queda claro que el soberano negativo no substituye al positivo, simplemente lo anula.
Vivimos tiempos de un espacio público sobrepolitizado en indignación y reclamos, pero falto de perspectiva de largo aliento, de soluciones y de incentivos para la unidad de acción efectiva, de deliberación. Hoy solo habla uno.
Corresponde a los ciudadanos, no al gobierno, cuidar la pluralidad, oposición, prensa libre, equilibrio de poderes, representación, derechos y libertades, en una palabra: la Re Pública. Cuidémonos del "antagonismo ritualizado, elemental y previsible", porque "convierte la política en un combate en el que no se trata de discutir asuntos más o menos objetivos, sino de escenificar unas diferencias necesarias para mantenerse o conquistar el poder" (Ibid).
Nunca más actual la prospectiva de Krauze (2018) sobre López Obrador:"habiendo llegado gracias a la democracia, buscará corroer su tronco desde dentro, dominando las instituciones, desvirtuando las leyes, acotando libertades."
Regreso al caso del NAIM, la argumentación en favor de la consulta evade el tema de su legalidad, en su lugar nos habla de una legitimidad que no acredita. Toda esta cortina de humo para pagar a Carlos Slim, sabrá Dios qué favores, con la asignación directa de la concesión del NAIM, escenifica una consulta que busca sentar el precedente de que este tipo de ejercicios ilegales, informales, truqueados, escenificados, contradictorios, desordenados e inasibles, son legítimos por el hecho de preguntarle al pueblo, aunque ello mismo sea solo una patraña: ni el uno por ciento del electorado será consultado y los que lo sean, serán en bastiones de movilización morena. La idea es poder "legitimar" cualquier acción de gobierno con este mecanismo de construir verdades tan absolutas como inapelables, tan atroces como populistas: vox populi, ¿vox Dei?
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