ELECTOGRAMA

Toxicidad democrática

Toxicidad democrática

Foto Copyright: lfmopinion.com

El tiempo de México se detiene en un impasse que todo lo malogra.

Partamos de que la democracia, siendo el menos malos de los sistemas, no es en sí nociva.

No obstante, el modelo de democracia que hemos desarrollado en México presenta grados de toxicidad alarmantes.

Bien pudiéramos hablar de una contaminación electoral en México.

La más evidente es la visual y auditiva. Las campañas inundan el paisaje, lo ensucian y agobian cada poste, barda, monumento y espectacular disponible.

Ya no digamos la deformación radical de la radio y televisión en tiempos de campañas y su diarrea de spots insulsos. Programación y audiencias se ven torturadas por un modelo de comunicación política que no comunica y que sí distorsiona la conversación y diversión mediáticas.

La contaminación ambiental es también evidente. Si bien la legislación ha obligado al uso de promocionales utilitarios biodegradables y reciclables, y las tendencias de entregables siguen la vía de objetos de uso duradero y de hechura textil, es innegable que lo electoral genera toneladas de basura al día. Por donde pasan las campañas van dejando ríos de desperdicios.

Hay también una contaminación auditiva, medible no sólo en decibeles sino también en imposición de contenidos, de suyo muy vacíos.

El discurso y la deliberación se ven afectados también por la contaminación electoral. La deliberación pública, si bien se ve secuestrada por lo electoral, es a su vez condenada a lo insulso, anecdótico y efímero. Privan el escándalo y la diatriba sobre cualquier tema de importancia media. Pero no sólo la conversación se ve afectada, también el lenguaje y el discurso, sujetos a lo soez y estridente. No se habla para entenderse y construir alguna base común de coincidencias, sino para instigar desencuentros, desatar divisiones, cultivar enfados, sembrar tempestades.
Sin duda el ánimo social se ve contaminado con rijosidades y guerras sucias.

Al final terminamos discutiendo sobre los negativos en juego, no sobre propuestas y posibilidades de solución. Quién es el más malo en el tablero, el más tonto, el más corrupto, es la consigna y juego.

La contaminación electoral parece no respetar ningún resquicio de nuestra vida en común. La economía se ve afectada por lo electoral, ya porque las inversiones se guardan a posibles desenlaces, ya porque el gobierno distrae, legal o ilegalmente, recursos de destinos más ingentes, ya porque muchos programas gubernamentales deben guardarse para evitar clientelismo, ya porque el clientelismo se desboca en un concurso de obsceno reparto de despensas, sacos de cemento, despensas, laminas corrugadas y tinacos.

En esa línea, la contaminación de los programas sociales es ostensible, no sólo se organizan bajo una visión electorera, sino que se administran con oportunidad y sesgos de similar naturaleza. Padrones, agenda, entregas y organización delatan impronta electorera.
La justicia y la seguridad también se ven afectadas por la contaminación electoral en una imbricación peligrosa. Por un lado los malosos hallan espacios de cooptación o compra de poder, por la buena o por la mala, por otro, los políticos se ven tentados, en su desesperación por recursos o márgenes de seguridad, a condescender en relaciones tormentosas; pero por otro, a unos les conviene que los índices de inseguridad se desmanden y a otros que se controlen, según el papel que les toque jugar, y en ese juego, el crimen organizado mete la mano para distorsionar realidad y percepción.

El pragmatismo electorero se atestigua y comprueba con casos como los de Abarca. En tiempos electorales se vale pactar con Dios y con el diablo. Lo que, además de inconsistencias epónimas termina contaminando estructuras ideológicas, programáticas e identitarias. Como en Un Mundo Feliz, el enemigo histórico puede hoy ser el aliado estratégico y mañana el villano favorito.

No es menor que un precandidato haya ofertado amnistía al crimen organizado, buscando sin duda congraciarse con aquellos que sin más opción económica y social han tenido que plegarse a una economía y comunidad controlada por éste. En ese peligroso margen se insertan aún más arriesgadas apuestas por deslavar instituciones de seguridad vitales para la Nación.

El oportunismo electoral es quizás una de las mayores contaminaciones en juego, porque no repara en costos de largo aliento. Si hoy, para estar en la conversación y darme a conocer tengo que incendiar la pradera lo hago, sin considerar si quede algo tras del fuego. Si para congraciarme, incluso con el crimen organizado, tengo que mancillar instituciones nacionales, venga que es vendimia.

La justicia, en su ámbito de impartición, es también objeto de la contaminación electoral. Los casos de corrupción o de simple delito común se procesan bajo cálculos electorales. Su manoseo es ofensivo. Yunes en Veracruz lleva dos años diciendo que tiene pruebas que acreditan peculado de Javier Duarte a favor de Andrés Manuel López Obrador y amenaza, una semana sí y otra también, con darlas a conocer. ¿No es eso obstrucción y manipulación electorera de la justicia? Por qué se las reserva como arma electoral, en lugar de aportarlas a las áreas de procuración de justicia.

Corral en Chihuahua paga caravanas, espectaculares y corifeos abiertamente electoreros en una supuesta lucha anticorrupción desplantada sobre testigos protegidos y declaraciones compradas o bajo tortura. Su oportunismo electorero apesta a azufre; su lucha contra la corrupción es de suyo corrupta por tiempo, modo, lugar y propósito.

Por el lado del gobierno los procesos contra la corrupción son selectivos, lentos y, parece, llenos de deficiencias que permitan a la larga a los inculpados salir airosos. Sin que casos emblemáticos sean tocados con el pétalo de una rosa.

Todo, parece, queda sujeto a lo electoral, a sus tiempos y posibilidades.

La diversidad de la vida política, económica y social pierden sus propios méritos y densidad y queda sujeta a lo electoral y su contaminación.

El tiempo de México se detiene en un impasse que todo lo trastoca y malogra.

La democracia que hemos construido no es un método de toma de decisiones, es una suicida y contaminante fuga de la realidad.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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