¿Hay piloto?
Conducta y conducir comparten la misma raíz etimológica: conducere, llevar juntos. El hombre tiene conducta, el animal instintos. No quiere ello decir que el hombre carezca de éstos, pero sí que además de ellos puede conducir su actuar en orientación a fines voluntariamente aceptados. El animal no puede representarse los fines de su acción, el hombre debe hacerlo a fuerza de ser inconsciente.
Así, la conducta es un orden que sólo se explica por los fines que lo conducen. Orden que se inserta en una segunda naturaleza, ésta eminentemente humana, llamada cultura. La cultura no es otra cosa que el cultivo de fines humanos en la naturaleza.
Nuestros actos debieran ser acciones conducidas por fines que responden a contenidos axiológicos y propósitos teleológicos. Diría el maestro: porque un valor vale, una conducta debe ser, en atención al fin de alcanzarlo.
Pues bien, el hombre está abdicando de la conducta, es decir, de conducir su vida. Hoy lo mueve el deseo, pero no uno que esencialmente responda a su anhelo individual, sino otro reciclado en "fuerza externa capaz de poner en movimiento a la sociedad de consumidores." Deseo que se impone a "las probabilidades de elecciones y conductas individuales." (Bauman 2007)
El consumismo "no asocia tanto la felicidad con la gratificación de los deseos (…) sino con un aumento permanente del volumen y la intensidad de los deseos." El consumismo inauguró la era de los "productos que vienen de fábrica con obsolescencia incorporada" (Ibídem), para asegurar el reciclaje permanente de la manipulación de los deseos.
Pues bien, en este mundo de satisfacciones tan inmediatas cuan efímeras se ha distorsionado el concepto de tiempo. Para Nicole Aubert vivimos un "tiempo puntuado", marcado por "la profusión de rupturas y discontinuidades", por su inconsistencia y falta de cohesión; no por sus elementos cohesivos y de continuidad. El término lo toma del puntillismo en las artes plásticas, escuela de pintura que compone sus imágenes con puntos, no por trazos continuos. Por su parte Stephen Bertman nos habla de la "cultura ahorista", del aquí y ahora, de vivir el instante sin considerar consecuencias futuras.
En México esta cultura la desarrollamos mucho antes que el consumismo la globalizara. Nuestras clases gobernantes hace mucho viven en el aquí y en el ahora. Hablo de clases gobernantes, porque el problema no radica exclusivamente en la clase política, sino que cruza a todas las élites nacionales.
El aquí y el ahora ha regido en esta país hace mucho. Un rosario de Presidentes han optado por extraviarse en las minucias del día a día, en giras populacheras o viajes al exterior evitando entrar a resolver los problemas nacionales. Ejemplo de ello fue Luis Echeverría revisando pizarrones y pupitres, en lugar de resolver la educación nacional.
Nuestro sindicalismo de prostituyó cuando sus líderes vieron el barril sin fondo de las negociaciones de los contratos colectivos, en las que funcionarios, por demás irresponsables, comprometían recursos públicos sin límite con tal de anunciar como un gran logro político las firmas alcanzadas. Así hipotecamos al sindicato de PEMEX nuestro petróleo, así cedimos el diseño y control de la educación al SNTE y a la CNTE, así quemamos los recursos para la seguridad social para el retiro. En mesas de negociación donde un Estado miope y comodino abdicó soberanía, autoridad y futuro a cambio de chantajes pellizco que al creer resolver la urgencia del día sólo la reciclaban sin fin. Así como el consumismo no busca gratificar los deseos, sino su aumento permanente; el aquí y ahora mexicano no resuelve los problemas, los intensifica y acumula.
La máxima que es barato lo que sólo cuesta dinero no considera los cargos que hace sobre la convivencia y el futuro. Comprando una etérea paz momentánea, el Estado instituyó la coacción como la única interrelación posible con el poder y apostó todo a que el correr del tiempo disuelva o resuelva por sí solos los problemas, sin considerar que el tiempo lo único que hace es potenciarlos acumulados.
Estadista es aquel que toma decisiones pensando en décadas y midiendo y sopesando con precisión todas las consecuencias de sus actos y fallos. En México lo que prevalece son clases gobernantes depredadoras sin visión ni compromiso de futuro.
Vivimos de ocasión en ocasión, entre rupturas inconexas y sin continuidad posible. Lo único que cuenta es aparentar resolver el problema de hoy, aunque con ello incubemos la hecatombe de mañana.
Nuestra irresponsabilidad es de lesa humanidad, porque robamos hoy el futuro de generaciones venideras. Las deuda de Nuevo León, Quintana Roo, Chihuahua y Coahuila se bebió en una sola borrachera el futuro de varias generaciones.
Regresemos al tema de la conducta. No conducimos nuestra acción, ésta es rehén de las circunstancias, víctima de lo efímero, esclava de la irresponsabilidad. Así vivimos de instante a instante, sin solución de continuidad ni perspectiva del mañana, rompiendo la línea de tiempo sobre la que podemos plantearnos propósitos y conducir nuestra acción. Cuando el tiempo es una sucesión de puntos inconexos no hay posibilidad de imaginar el futuro, y sin visión de fututo estamos condenamos a ser reactivos no conductuales. No vamos sobre la silla del caballo, vamos ensillados.
Con ello no sólo nos faltamos a nosotros mismos y a nuestra libertad y razón, fallamos por igual a los que nos antecedieron y a los que nos sucederán. El hombre no es un hecho instantáneo, es un ente que perdura, al menos por un periodo de tiempo. Si muriéramos a cada instante, no habría problema, pero estamos encadenados al tiempo y en él cargamos el haber y deber de nuestros actos pasados y consecuencias futuras. La vida es una línea, no una serie inconexa de puntos o rupturas.
Pero además, no surgimos por generación espontánea: venimos de un pasado que nos legaron; y no somos fase terminal: somos responsables con los que habrán de sucedernos.
El principal problema de la camada de gobernadores depredadores es su cosmovisión en tiempo puntuado. Estos sujetos, ya lo hemos dicho, llegaron sin pasado y sin futuro. No son producto de sus conductas y esfuerzos, son un punto inconexo impuesto arbitrariamente para resolver la elección del momento. No llegaron para gobernar, nadie pensó en ello. Llegaron porque había que ganar una elección sin mayor propósito ulterior. Pedirles entonces que se conduzcan como gobernantes o, peor aún, como estadistas, es una contradicción en sus términos.
Pero la culpa no es solo de ellos, sino de nosotros, los ciudadanos, que también apostamos al juego perverso del hoy y aquí sin mañana. Apostamos por envolturas, emociones e inmediatez; no por razones y futuro. Éste, además, es un problema globalizado de la democracia hoy.
Nada mejor define al tiempo puntuado que el YA de Fox. Un ya que exigía inmediatez sin contenido ni mañana. Un ya sin relleno axiológico y teleológico; un ya obscuro: ¿ya para qué, quién, cuándo y cómo?; un ya sin destino, condenado a morir tan pronto se pasa de potencia a acto. Así nos fue.
Así pues, vivimos en una serie inconexa y permanente de "yas". Que como los deseos en el consumismo, no apagan los fuegos, los enardecen.
"Yas" son nuestras reformas políticas con "obsolescencia incorporada", "yas" nuestras reformas estructurales sin estructura, "yas" nuestros pactos copulares sin ancla social, "yas" nuestra partidocracia voraz y autista; "yas" nuestras ocurrencias en política exterior, "yas" nuestros golpes de ciego contra el crimen organizado; "yas" el sino de nuestros tiempos.
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