POLÍTICA

¿Quién está mal?

¿Quién está mal?

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Algo no funciona en nuestro pacto social que hace presas de la barbarie, el absurdo y la avaricia las representaciones sindicales

55 millones de dólares son razón suficiente para hacerse de un sindicato. Fue así como Napito abandonó su vocación financiera y se empleó como simple minero para cotizar, así fuese un mes, en el Seguro Social para encaramarse, con apoyo de la Secretaría del Trabajo, como líder nacional del sindicato minero.

Una vez adueñado del Sindicato, Napito le robó 55 millones de dólares de la venta de unas acciones propiedad de los mineros de Cananea. En buen castellano: maquinó con dolo, alevosía y ventaja hacerse pasar por minero, imponerse como líder sindical y robar 55 millones de dólares en acciones de una mina.

Los mineros demandaron a su líder, aquél huyó del País bajo toneladas de amparos y tras un ejército de abogados, no sin antes incendiar al sector minero en presión para que el gobierno y las empresas obligaran a los trabajadores mineros a desistirse de recuperar lo que su representante y dirigente les había robado.

Con un cinismo propio del sindicalismo mexicano, este líder virtual vive prófugo desde hace muchos años en Vancouver, desde donde, con apoyo de sindicatos canadienses y norteamericanos, se dedica a perjudicar a la minería nacional y a los mineros mexicanos, pero sin soltar el control del Sindicato que se robó y al que robó.

Napito ha sido condenado a reembolsar los 55 millones de dólares, más intereses. Lo que no alcanzo a dilucidar es la apatía y postración que hacen posible que en México alguien pueda apoderarse de un sindicato, robarlo en despoblado, ser encontrado culpable, estar prófugo desde hace muchos años y seguir al frente de dicho sindicato. No hay en todo esto un ápice de salud mental. No de Napito, sino de la sociedad mexicana que lo tolera como cosa normal.

Algo no funciona en nuestro pacto social que hace presas de la barbarie, el absurdo y la avaricia las representaciones sindicales. Hay algo en nuestra capacidad de valorar la realidad que nos impide rebelarnos ante semejantes crímenes y demencias.

En defensa de este sinvergüenza, las huestes de otro epónimo dirigente, Martín Esparza, encabezan la arremetida contra la sentencia definitiva, reviviendo el asunto de Pasta de Conchos.

Martín Esparza es otra desfachatez y absurdo: encabeza un sindicato que no tiene realidad laboral pero detenta 69 mil millones de pesos en cuentas bancarias y bienes; no de los trabajadores de la extinta Luz y Fuerza del Centro, sino de la entelequia bajo su control.

Esto es de todos conocido. Como lo son las fortunas de Elba Esther Gordillo y Romero de Champs.

Una insultante realidad de líderes multimillonarios en un país con salarios depauperados, pobreza extrema y obreros sumisos.

Peor aún, una realidad de líderes sin base social, con recursos mal habidos y caretas de luchadores sociales moral y legalmente insostenibles.

Como sociedad hemos perdido la capacidad de ofendernos, pero nuestros trabajadores de exigir el mínimo de sus derechos y dignidad.

Nuestro sindicalismo no hizo mejores trabajadores, ni atemperó la opulencia y la indigencia, ni optimizó las relaciones laborales. Castró al trabajador, lo sometió a una explotación más ominosa que la del patrón: la de sus propios líderes y clase.

Napito no es minero y ni es líder, es un pillastre de siete suelas. No representa más que a su muy bruñida corrupción y desfachatez.

Martín Esparza es 69 mil millones de pesos robados en un primer momento por un sindicato voraz al pueblo de México.

La Maestra, atento a su decir, es producto de un escusado que escupió para arriba.

La pregunta es si existe en México la posibilidad de algún liderazgo verdadero y sano, o si sindicalismo y putrefacción son fatalmente sinónimos en esta desastrada tierra.

¿Quién estará más mal: ellos que señorean su impudicia y podredumbre en nuestras narices, o nosotros que lo permitimos?

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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