Efeméride
Hoy los puentes y días de asueto son fechas ajenas a la vida ciudadana. Su regulación no solo no los contuvo en número y los entregó cual botín al consumismo, sino que los vació de racionalidad.
Los puentes hoy en México son para reventarse o comprar compulsivamente. Nada dicen y nada enseñan.
Hubo, sin embargo, un tiempo en que los puentes tenían racionalidad y propósito. Obedecían a acontecimientos notables en la historia nacional, cuya conmemoración era motivo para recordar de dónde venimos, quiénes somos y para qué estamos organizados en Estado Nación.
Se podrá decir que ese calendario cívico obedecía al viejo régimen, a su interés de control y al rosario de lugares comunes del discurso antipriista. Aun así, la vida comunitaria demanda de referentes históricos y de identidad, y estos son verdades metafísicas, simplemente son.
Por supuesto que la proliferación de puentes debe ser regulada, pero no para beneficio del comercio únicamente, como lo ha sido, y menos en perjuicio del más elemental civismo, como es.
La Revolución Mexicana, gran movimiento social que desgarró a México hasta sus entrañas, tuvo su causa eficiente en la negación de México. La modernidad, Los Científicos (abuelos de nuestros neoliberales) y el positivismo, aderezados con aculturación, conflicto de identidad e injusticia, despreciaron y renegaron de México. Querían un México sin mexicanos y los mexicanos rompieron los moldes impuestos, estallaron en bola, recorrieron el País en un incendio social y se vieron y reconocieron en el otro, se cantaron en corridos, se plasmaron en murales, se pensaron en grandes movimientos filosóficos y estudiaron en ejercicios sociológicos de gran calado. Finalmente se hicieron gobierno que en el tiempo perdió su origen y razón de ser.
El Porfirismo fue un régimen injusto, pero la injusticia madre fue la negación de los orígenes y carácteres de nuestro ser nacional.
Obvio, al llegar los panistas quisieran borrar toda la historia patria, y franjas importantes de priistas coetáneos se avergonzaran de un pasado que, como todos, tiene sus cargas negativas pero que, por igual, ha sido objeto permanente de la denostación de los centros de inteligencia para los que cualquier valor de identidad y pertenencia es un estorbo a sus intereses.
No digo que las circunstancias sean similares al Porfiriato, pero el paradigma mediático del mexicano niega su esencia y hasta sus más elementales rasgos físicos, la historia nacional es una materia testimonial, casi de aparador, en la educación de nuestros hijos, nuestro pasado ha sido objeto de la más consistente negación y porfiado desdoro. Los panistas en lugar de hacer una revisión objetiva del ayer, quitando de la historia oficial todo el oropel y la inducción, simplemente la ignoraron y sepultaron.
México conmemora la Revolución Mexicana con el "Buen Fin." Gran fin de dos sexenios que negaron la fuerza vital de la historia que guerrea en nuestra sangre.
En breve un nuevo gobierno tendrá que enfrentar el presente, y no hay presente sin pasado. Puede, como los panistas, negarlo y denostarlo; puede, como el viejo PRI, vivir de su pétrea falsificación, pero también puede ayudarnos a reencontrarnos en él, en sus luces y en sus sombras, en lo que somos y en la razón de nuestro ser nacional.
A diferencia de Europa, la nación no precedió a los Estados que fueron surgiendo en Latinoamérica. Es misión de éstos consolidar el ser nacional de sus pueblos. Olvidarlo es suicida.
No se trata de reinventar a México desde cero, como pretendieron los panistas, tampoco en desempolvar un pasado maltrecho y falsificado. Se trata, como en la Revolución, pero sin sangre, de reencontrarnos en el paisaje y en nuestros próximos, los verdaderamente nuestros.
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