La electorización de la vida pública
Hay conductas irregulares que van tomando carta de naturalización en nuestras vidas hasta que las terminamos viendo como normales o, mejor dicho, no las vemos.
Con el Watergate, por ejemplo, se impuso un cambio de paradigma por el que ciertas franjas del periodismo profesional buscan despeñar gobiernos o carreras políticas en vez de informar. Verdaderos fedayines con grabadora que median entre la militancia, la guerrilla y a veces el terrorismo en sacrificio del oficio informativo. Creemos que informan, cuando solo desahogan una particular y no siempre clara agenda.
Y así como encontramos el síndrome del Watergate, hallamos otro que se ha apoderado de la cosa pública y que bien podemos llamar electorero.
Por el síndrome electorero la realidad es vista en función del costo beneficio electoral. La acción pública, su mismo análisis y discusión se tasan en atención a cálculos electoreros. Creemos que se hace política, suponemos que se gobierna, presumimos que prima el interés general, figuramos que se construyen las mejores leyes, pero en el fondo todo es campaña permanente donde campaña es sinónimo de guerra sucia.
Lo hemos repetido hasta el cansancio, en México los asuntos no se sopesan en sus méritos, sino en acomodo a estrategias electoreras del peor jaez.
Así, cuando en el futuro los académicos, jueces, juristas o historiadores pretendan desentrañar la teleología de la Reforma Laboral -de algún día llegar a cuajar-, al acudir a las hemerotecas, filmotecas y al propio Diario de Debates no encontrarán elemento alguno que la devele, porque su discusión no ha versado sobre los fines que persigue, la realidad que pretende normar y los valores que la sustentan, sino sobre si el PRI es o no atrabiliario, premoderno, corporativista y varios largos etcéteras y post scríptum.
No faltará quien diga que esta legislatura contó con un Exsecretario del Trabajo cuya experiencia debió orientar e iluminar las discusiones, y buscará inútilmente para encontrar solo la oscuridad del discurso camorrero de Lozano.
Y habrá quien sostenga que gracias a su conocimiento y relación con los factores de la producción habrá sido el eje de la concertación y los acuerdos, para descubrir que logró lo imposible, unificar solidariamente a patrones y trabajadores en su contra en la unívoca exigencia de callarse y dejar de obstaculizar la reforma.
Y agotarán sus pasos en la revisión del proceso legislativo para descubrir a Layda Sansores jugando con su ipad en el momento álgido de la discusión.
Y buscarán intrigados el parecer del iniciador del proceso legislativo para hallar el silencio sepulcral, acusador y derrotado del Presidente Calderón.
Toparán, sí, con todo tipo de descalificaciones para con el PRI, muchas de ellas merecidísimas, pero que no aportan nada nuevo a lo dicho hasta la saciedad por el PAN a lo largo y ancho de todas y cada una de sus campañas políticas y años de gobierno.
Lo curioso es que con ese mismo discurso machacón el PAN se fue a tercera fuerza y el PRI se levantó con la Presidencia.
¿Qué esperaban ganar Cordero y Lozano a costa de la reforma del Presidente Calderón que en las urnas no les hubiese sido ya negado con esa actitud, estrategia y discurso?
El síndrome electorero gobierna sus neuronas y esfínteres (Layda ipad dixit); siguen en campaña y con los guantes puestos. No se han enterado que ya son Senadores y que la función senatorial difiere de la de candidatos y porros de campaña.
Lo más lamentable es que una buena parte de la opinión pública comulga con sus ruedas de molino, como otra lo hace con las del Iluminado de Macuspana, sin darse cuenta que en la normalidad política el quehacer de los hombres públicos es construir acuerdos, generar soluciones, concitar voluntades, garantizar una convivencia pacífica, solidaria y positiva, no perpetuar el conflicto electoral en castración de la Re-Pública.
Sorprende por último el argumento de Leo Zuckermann y más su aceptación sin reparo. Sostiene que el PRI debe pasar la reforma por ser preferente, porque si no lo hace todas las que envíe Peña serán igualmente bloqueadas. ¡Vaya profundidad de análisis político y contundencia argumentativa! Pásame lo mío que pasaré lo tuyo; no importa qué sea, ni cómo venga y menos si sirve para una pura y celeste burrada, lo importante es el mercadeo legislativo. Los legisladores no están para mercar leyes, sino para hacer las mejores normas de convivencia para la Nación, aunque se tarden. Pero así como nos acostumbramos a la electorización de la política, la banalidad en el análisis también ha echado sus reales en nuestra desastrada realidad.
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