Una de policías
Morían los ochentas y con ellos el gobierno de Jorge Treviño en Nuevo León. El último serio, honesto y eficaz en esa lacerada entidad. Ya entonces el problema de una buena policía era preocupante; su adiestramiento y equipamiento implicaba una demanda exponencialmente creciente de recursos estatales.
Don Jorge ideó la forma de generar recursos suficientes y permanentes para una policía de primer mundo. Su proyecto era muy sencillo y, hay que reconocerlo, genial: un hipódromo.
Un hipódromo financiado con recursos públicos, administrado por alguna de las grandes compañías operadoras de hipódromos en el mundo, con un órgano supervisor de la sociedad civil y cuyas utilidades se destinasen en exclusiva para adiestrar, armar y equipar a las policías estatal y municipales.
El hipódromo se construiría en terrenos del estado y ayudaría a reorientar el crecimiento urbano y a detonar nuevas zonas para su desarrollo ordenado y planificado.
Se hicieron los estudios de factibilidad y los resultados no pudieron ser más entusiastas.
Con ellos Treviño planteó el asunto a la federación, que otorga los permisos para hipódromos. Para ello viajó temprano por la mañana a la Ciudad de México, tuvo varias citas a lo largo del día y pardeando la tarde aterrizó de regreso en la tierra de nuestros mayores.
Antes de bajar del avión recibió una llamada; un inversionista muy importante lo buscaba con urgencia. El personaje era de esos a los que no se hace esperar y fue recibido tan pronto arribó el Gobernador a Casa de Gobierno. El personaje llegó a plantearle el negocio de un hipódromo, en terrenos propios que el gobierno tendría que comprarle, operado por él y las utilidades ya no serían para resolver la demanda creciente de recursos de las policías, aunque estaba dispuesto a compartirlas con su interlocutor.
Treviño le explicó los propósitos del hipódromo: reordenar el crecimiento urbano, utilizar los activos inmobiliarios del Estado, garantizar una operación profesional y transparente, y generar y asegurar recursos suficientes para las fuerzas del orden.
La respuesta del inversionista fue contundente: ¿Quieres hipódromo? Es conmigo, en mis terrenos y en mis términos.
La historia es un testigo inapelable: Nuevo León no tiene hipódromo que genere recursos para un fin público, su crecimiento urbano es caótico y de su policía mejor ni hablamos.
La vorágine de los particularismos se impuso a la razón de Estado y al estadista. Imposible saber qué hubiera pasado si el proyecto de Jorge Treviño hubiese funcionado, pero sí es dable pensar que Nuevo León no sería lo que hoy es, ni sufriría lo que ha sufrido y sufre (Gobernador incluido).
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