Por sus frutos los conoceréis
En campaña, Calderón fue un candidato de reflejos rápidos, autocrítico, con gran capacidad de lectura de la realidad y de adaptación de estrategias, tácticas y discurso. Atributos todos que perdió al cruzarse la banda presidencial. No responde como Fox "¿Y yo por qué?", pero su obstinación por vivir en un mundo ajeno no tiene fisura.
Allá, en su mundo, todo está bien. Los chiflidos del Zócalo no se escuchan, la sangre que macula su sexenio es incolora, el llanto y el miedo que devoran la tranquilidad del hogar patrio devienen inocuos. La derrota histórica de la derecha nacional es un catarrito reaccionario.
Calderón gobierna viéndose en el espejo de la publicidad oficial. Su narcisismo es mediático; el peor de sus consejeros, pero el único que escucha.
Su discurso, monotemático y gastado, y a últimas fechas irreverente y simplón, no se compadece de la realidad, responde a la historia insostenible que se cuenta al espejo y nos receta una y otra y otra vez hasta el infinito y de regreso: Él no generó la violencia, ni la llevó a niveles inimaginables; allí estaba ya cuando llegó, él solo la combatió y su virulencia y omnipresencia obedecen a que antes la complicidad gubernamental la ocultaba y solapaba. Él no pulverizó, diversificó y violentó hasta niveles inhumanos a los grupos delincuenciales; los combatió de frente, valiente y exitosamente. Los errores y fallas son responsabilidad exclusiva del pasado y su sobrevivencia en gobiernos locales priistas y perredistas, y sus policías corruptas.
Aprendió en el escarnio a no llamar pandilleros a los muertos de las masacres que señorean nuestra desastrada vida nacional. Ahora los ignora y soslaya sistemáticamente, aunque construye un monumento a sus víctimas, en muestra del divorcio con su responsabilidad en el duelo de México.
En política lo único que cuentan son los resultados y éstos no dejan lugar a dudas: Tercer lugar electoral, un PAN estertóreo, zonas geográficas excluidas del orden estatal, cadáveres regados por racimos, ausencia de cohesión social, economía secuestrada por monopolios, miedo y depresión, falta de credibilidad e imperio de la desconfianza e incredulidad.
Esos son los resultados del gobierno del Señor Presidente.
Sin embargo, ya no es Calderón quien debe preocuparnos. ¿Qué hacer para que Peña Nieto no se nos fugue como él? ¿Cómo evitar que el poder lo ciegue, ensordezca y pierda?
El México que habrá de enfrentar Peña Nieto es uno sin parangón en retos y dificultades. Su Presidencia requerirá de objetividad, sabiduría, valor y entereza como ninguna otra antes lo ha exigido. Múltiples serán las vías de fuga de la realidad que se le presenten. Ojalá sepa desde ahora que todas ellas son puertas falsas. No hay Presidencia fácil, ni cómoda, ni sencilla, ni agradable. Peña Nieto optó por un cargo que se sufre, no que se goza.
Calderón será referente histórico para todo aquel que quiera analizar las presidencias dogmáticas, pero es un referente necesario para que Peña Nieto evite romper con la realidad y se encasille en subjetivismos inmovilistas.
La verdad, decía Krishnamurti, es una tierra sin caminos. El gobierno de Peña Nieto también lo será. Nada hay en este México nuestro que deba forzosamente ser conservado. No hay verdades inamovibles, únicamente hay necios con miedo.
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