POLÍTICA

Órganos de Estado

Órganos de Estado

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El presidente de la República y su secretario de Gobernación, no pueden seguir ajenos y ausentes de la carnicería que día a día se hace contra el IFE. Corresponde a ellos defender a los órganos de Estado y llamar al orden a quienes atentan en su contra.

La malhadada reforma electoral en materia de medios de comunicación fue impulsada con febril fruición por el doblemente derrotado Santiago Creel. Si Chepina no sabe qué hacer, ni cómo interpretar la legislación electoral, debiera preguntarle a su ahora asesor político, en lugar de estar deslavando al ya de por sí alicaído IFE.

El IFE, por su lado, cae una y otra vez en las trampas de nuestros irresponsables partidos y candidatos. No le corresponde hacer ningún catálogo de acciones permitidas y acciones prohibidas.

La ley debe ser general: se prohíbe privar de la vida o las penas infamantes y trascendentes, pero no se emite un catálogo de todas y cada una de las conductas posibles y sus infinitas modalidades.

La lógica, además, es aplastante: Hay precampañas, en donde los precandidatos hacen proselitismo entre sus militantes, y hay campañas donde lo hacen ante la ciudadanía en general. Entre unas y otras, la mal llamada intercampaña, pueden hacer cualquier cosa que no sea proselitismo entre militantes ni entre ciudadanos.

Lo que se prohíbe es utilizar estos tiempos para hacer campaña, es decir para convocar al voto. Pueden tener eventos culturales, sociales, partidistas, vida pública y mediática. Lo que no pueden hacer es embozar actos propios de campaña política en eventos de otra naturaleza. Lo que se requiere es responsabilidad y seriedad de nuestros partidos y sus candidatos, que siempre andan viendo cómo violentan la ley, no cómo la cumplen; no elaboración de catálogo de acciones permitidas y prohibidas.

Basta leer las preguntas del representante del PAN al IFE para acreditar que lo que él y su partido andan buscando no es cómo cumplir la ley, sino cómo violarla sin ser sancionado.

El problema no es tanto de la oscuridad de la norma, como de la inclinación a la trampa y a la chapuza de todos y cada uno de nuestros partidos políticos. Está en su ADN violentar la ley, no cumplirla.

La precampaña del PAN, lo hemos dicho, fue una charada para engordar a sus impresentables candidatos y un intento de Calderón por imponer a su ridículo delfín. Por su parte el PRI y el PRD y compañías embozaron eventos propios de campaña en actos entre militantes. Todos en realidad torcieron y tuercen la ley en su beneficio. No es pues un problema del IFE, ni de la ley, sino de jugadores tramposos y cínicos.

Pero el mal no termina allí. El IFE no ha sabido estar a la altura de su cometido. Una y otra vez se enreda en las jugarretas de partidos, candidatos y medios. Jamás debió de prestarse a expedir catálogos que por su propia naturaleza solo lo llevaran a mayores incertidumbres y ataques.

Allí está la ley. Mala o buena, oscura o clara, aceptada o vilipendiada, obliga a todos. El IFE es la autoridad encargada de aplicarla, no de su hechura, menos aún de traducirla en una relación de todas las posibles conductas en que su hipótesis se pudiera llegar a actualizar.

Sin embargo, quien más irresponsable se ha comportado en este enredo es el Estado mexicano y sus autoridades por omisión. El IFE es un órgano autónomo, pero un órgano de Estado con funciones de interés público. Contra él, de tiempo atrás, se endereza una campaña despiadada de desinformación y degradación. A ella se suman irresponsablemente los partidos y sus candidatos, sin alcanzar a ver que cavan la tumba del proceso electoral del que pretenden obtener legitimidad democrática.

El Presidente de la República y su Secretario de Gobernación, no pueden seguir ajenos y ausentes de la carnicería que día a día se hace contra el IFE. Corresponde a ellos defender a los órganos de Estado y llamar al orden a quienes atentan en su contra. A menos, claro, que, como bien pudiera ser, su intención sea deslavar hasta la ignominia a las autoridades electorales para hacer imposibles la elección o, peor aún, sus resultados.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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