PARRESHÍA

Patíbulos a complacencia

Patíbulos a complacencia

Foto Copyright: lfmopinion.com

Ellos hicieron la aplicación y conocen sus limitaciones.

Amelia descansó los pies en agua caliente con un poco de sal. Su falda arremangada hasta los muslos dejaba ver lo ardido de sus pantorrillas en contraste con lo blanco del resto de sus torneadas piernas. Mamá, pensó, habrá de recriminarme, otra vez, no usar bloqueador.

- Pero es que no entiendes niña que debes cuidarte del sol, de vieja vas a tener problemas de cáncer de piel, como tu tía Chela y el abuelo Gregorio.

Si quería cumplir su meta tendría que usar bloqueador, gorra y pantalones sin importar el calor, o su madre le prohibiría salir.

Gertrudris, con sus sesenta años y obesidad diabética a cuestas, también remojaba sus hinchados pies en una palangana; sus prietos chamorros mostraban las várices cual tatuajes psicodélicos, mientras rascándose el expandido vientre empinaba la segunda cerveza.

A la mañana siguiente, domingo y día de mercado, Amelia salió bien guarecida contra el sol y debidamente persignada por su aprehensiva madre a capturar apoyos. El día anterior había levantado 62 en el parque principal, pero hoy esperaba superar su meta entre el parque, el mercado y la iglesia. Gertrudris no madrugó, pero al filo de las nueve, con cansados y doloridos pasos, agarró vereda para levantar firmas en la asamblea ejidal.

En la bella Compostela, Nayarit, se madruga por calor. Amelia se dirigió primero a Liconsa, donde las amas de casa se reúnen temprano por leche y chisme, en la fila eran presas fáciles de convencer y solo le dolió que Esperanza, la del puesto de pollo en el mercado y amiga de su mamá no firmara por su filiación priísta, no obstante, levantó ocho firmas antes de la siete y media. Afuera de la misa de ocho no levantó ninguna por las prisas de los feligreses, pero a la salida capturó unas cuantas. Entre el parque, las afueras de la iglesia y el mercado levantó 87 apoyos ese día.

Gertrudris se sentó a la sombra de un tejaban donde las esposas de los ejidatarios vendían cafés , sodas y burritos (y cervezas a escondidas) a las afueras de la casa ejidal. La asamblea empezó tarde y terminó temprano por falta de quórum, pero Gertrudris se alzó con diecisiete firmas, tres burritos y seis cervezas.

Gertrudis y Amelia se conocieron en las juntas de coordinación de auxiliares que comandaba un joven estrábico pero entusiasta. Amelia, hija de familia, su padre Notario Publicó y Rotario, su madre, Presidenta del dispensario de la parroquia; ella misma estudiante de arquitectura. Gertrudis, viuda y sin hijos, dueña de un merendero que atendía con ayuda de dos sobrinas tan solteronas como tragonas y parlanchinas. La diferencia de edades y mundos no impidió que se hicieran amigas de causa.

Aquella tarde Amelia regresaba de clases cuando escuchó la noticia que su candidato era vapuleado en la prensa como un vil tramposo porque, decían, la mayoría de sus apoyos eran simulados.

Amelita es un joven apacible y alegre, pero cuando le tocan su honra despierta en ella el gen Martínez que nadie en casa quiere despertar. Bien despierto y alebrestado el gen Martínez le llamó a Gertrudis que ya con cervezas arriba no entendía a Amelia y su furor.

- Pues que dice el INE que no juntamos firmas, que falsificamos credenciales, que somos unas viles delincuentes y que a nuestro candidato hay que quemarlo en leña verde.

- ¡Ah, eso sí que no¡ Seré pobre, gorda e ignorante, pero nunca chapucera, contestó Gertrudiz. ¡Faltaba más!

Tarde por la noche, ya en son de guerra, contactaron al estrábico Abel, coordinador de voluntarios en Compostela.

- Pero qué se creen los del INE para echar al caño nuestro trabajo, gritaba Gertrudis, pegando de manotazos en la mesa

- No sabemos aún cuáles capturas y de quiénes anularon, intentaba contestar Abel.

- Pues todas Abel, con los números que están dando, todo nuestro trabajo lo están mandando al carajo, tercio Amelia.

Para la mañana siguiente un licenciado de México les contactó. Éste, para colmo, sabía tanto como ellas y Abel, pero les dijo que les enviaría los apoyos que habían levantado y fueron invalidados.

Al mail de Amelia llegó una hoja Excel llena de números. Se miraron perplejas: folio, candidatura, ámbito, auxiliar, otro folio, día de captura, de recepción y respuesta. El licenciado Alvirez, que así se apellida, les pedía que identificaran en esa tabla los registros denegados y le dieran elementos para combatir al INE.

- ¿Está Usted loco, le grito al celular el gen Martínez? Con el teléfono capturábamos la credencial y la firma, pero al mandarlas al INE, una vez que teníamos señal de Internet, no quedaba ningún dato con nosotros. Cómo quiere ahora, meses después, que le diga de quién es cada registro por su número de folio que puso el INE y que impide a cualquier persona identificar de qué y de quién se trata. Y por qué hasta hoy, licenciado, si el INE las recibía diariamente, hubiera ido checando día a día o semanalmente. Hasta pareciera que dejaron y hasta alentaron estas conductas.

- Pero mire, interrumpió Gertrudis quitándole el teléfono a su amiga, aunque lo hubieran hecho; si hubieran mandado entonces lo que nos mandan hoy, número de folio sin ninguna otra referencia, qué podíamos hacer. Muchos de los apoyos los levantamos en la calle, con gente que pasaba. ¿Qué esperan ahora, que los ubiquemos de la nada y les mostremos que las credenciales que subimos no eran falsas? ¿Con qué, si su chunche ése no lo permitía ni permite?

- Nomás díganos cómo, grito Amelia terciando, ahora resulta que debimos de levantar un registro escrito de todo lo que capturamos con la App, precisamente lo que se quería evitar, para poder contestar al INE.

- Lo sé, y lo peor es que quieren que presentemos pruebas que el propio sistema impedía conservar y que lo hagamos en cinco días, respondió el licenciado Alvirez.

- Pero se da usted cuenta que aquí en Compostela vamos a quedar como unas tramposas. No sabe Usted las burla que ya nos hacen en la calle todos los miserables de los partidos, se quejó Gertrudis.

- En todo caso, dijo un poco más serena Amelia, es culpa de la maldita aplicación. Supuestamente era para ayudarnos y simplemente vino a dejarnos manchadas de por vida. Cómo puedo yo discutirle al INE si sólo tengo números de folios meses después por resultado de mi trabajo. Lo que usted nos dice es que tendríamos que ir a México antes del miércoles y revisar en pantalla lo que el INE dice que capturamos y alegarle ¿con qué?, si todo lo que capturábamos se borraba tan pronto lo enviábamos. Pues qué esperan estos señores de nosotros, si ellos hicieron la aplicación y conocen sus limitaciones. No se vale licenciado.

- Nada más falta que quieran que les llevemos a todos los que nos dieron su apoyo hasta México, grito al celular Gertrudis.

- A todo esto, preguntó Amelia, cómo nos pueden comprobar ellos que no cambiaron lo que nosotros les enviamos, si saben de antemano que no tenemos manera de probar en su contra. Pero por último, creerán que nuestro candidato es tan estúpido para hacer una maquinación así y creer que no iba a ser cachado, o es que creen que quiere pasar a la historia como un tramposo redomado y nosotros con él. Es que de veras licenciado, no se vale, hacen su aplicación, la manejan a su antojo y ahora las tramposas somos nosotras y, para colmo, no tenemos forma de defendernos. No se vale.

El Licenciado Alvirez, colgó el auricular. Todas las llamadas eran similares y tenían razón.

"Qué necesidad de poner en riesgo toda la elección, pensó para sus adentros, si el INE era el único que tenía a la vista las credenciales, por qué las revisó de salida y no de entrada. Quién les pude creer que fue hasta el final que se enteraron que estaban sentados sobre una montaña de irregularidades, por qué entonces jugaron con sus informes periódicos de firmas recabadas, por qué luego manejaron con tanta impudicia la información de irregularidades filtrando datos y construyendo patíbulos a complacencia."

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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