Pavor al provenir
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Para Paz, una sociedad se define "esencialmente por su posición ante el tiempo".
En ese tenor, el poeta señala que México se define de cara al tiempo por el "rechazo a la crítica, a la noción del cambio: el ideal (es) perdurar a imagen de la inmutabilidad divina".
Hoy lo vemos todos los días, la crítica es anatema contra la verdad inmutable, matutina y absoluta; salvo que venga del Grupo Salinas, claro está.
La otra característica de la actitud de México ante el tiempo es la "pluralidad de pasados, todos ellos presentes y combatiendo en el alma de cada mexicano. Cortés y Moctezuma están vivos en México", concluye.
Más no solo Cortés y Moctezuma, también Miramón y Juárez y Díaz y Madero y Huerta y Zapata y Obregón y Calles y Cárdenas y Echeverría.
Vivimos anclados a un pasado idealizado, panfletario, de declamación de fiesta patria en escuela primaria. El pasado de una educación acrítica y regida por criterios sindicalistas, electoreros y clientelares
Sigo la cita de Paz en "Tiempo Nublado": "En el momento de la gran crisis que fue la Revolución Mexicana, la facción más radical, la de zapata y sus campesinos, no postuló formas nuevas de organización social sino el regreso a la propiedad comunal de la tierra. Los campesinos sublevados pedían la devolución de la tierra, es decir, querían volver a una forma de propiedad precolombina que había sido respetada por los españoles. La imagen representativa que los revolucionarios se hacían de la edad de oro se situaba en el pasado más remoto. La utopía para ellos no consistía en construir un porvenir sino en regresar al origen, al comienzo." Al capulí, diría como apóstrofe.
A ese mundo ido y perfecto; al vientre materno del que nunca debimos ser expulsados a este valle de lágrimas; al mundo conocido donde no cabe espacio para que los otros -quienes quiera que ellos sean- pudieran ganar la partida de lo conocido; donde el puerto de destino, las corrientes y tormentas nos son conocidas. A ese pasado corral y cobertizo, ajeno a la incertidumbre propia de vivir.
No hace mucho (2015), el señor Noroña, un personaje con más videos que ideas, proponía regresar al texto original de la Constitución de 1917. Constitución que en su momento fue de avanzada, pero que carecía, entre otras cosas, de derechos humanos, partidarios, a la salud, del voto femenino y casi un siglo de avances y experiencia. Para él la Constitución epónima de sus libros de texto, sin importar el tiempo (nada más un siglo), es el mundo esperado, no el ido.
Cuando Paz habla de posición ante el tiempo nos desnuda en nuestra soledad de un pasado de hijos de la chingada; de madre violada; padre violento, desobligado y ausente; excesos de hermanos; paternidad no como guía, sino como humillación y filiación como dependencia y odio; sumisión, parricidio, remordimiento. (Ver análisis de los mexicanólogos. O, si se quiere "La política y el mexicano UIA 1980)
Nuestra relación con el poder es de hijo a padre, no de ciudadano mandante a mandatario. Y lo es, en una relación siempre circunstanciada a lo personal: la beca, la despensa, la ayuda; mi trabajo, mi hospital, mi diputación, mi concesión. Por eso los presidentes en México no se abocan a resolver el problema de salud, educación o economía nacionales, sino a revisar las camas en una clínica perdida en la sierra de Oaxaca; pizarrones de escuela primaria Benito Juárez o dádivas a padrones clientelares electorales.
Ante ese pasado de máscaras y mentiras idealizadas y esquizadas, y frente a un poder entendido como seno materno, a un tiempo proveedor y mezquino; noble e injusto; nunca suficiente y siempre, a la larga, culpable de todos nuestros descalabros (quien siempre culpa a otro jamás se hace cargo de su vida); lo mexicanos huimos del futuro para buscar inútilmente la seguridad de un vientre materno al que nunca se puede regresar.
Nuestra posición ante el futuro es de fuga al pasado.
Ante la pradera abierta, buscamos la seguridad del corral conocido; frente al océano sin límites, reculamos (nunca mejor dicho) a la caleta de nuestro miedo y mediocridad.
No construimos porvenir, porque nos espanta, nos causa pánico. Corremos ciegos a un pasado que ya no es. Antítesis del cambio.
Viva el pasado idílico, así nos cueste el presente y el futuro.