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Topochico. Crónica de una muerte, la suya

Topochico. Crónica de una muerte, la suya

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El primer cerrojo.

Hace meses escribí este texto sobre el rescate del Topochico en Nuevo León. Nunca lo publiqué, con miras a completar toda la historia cuyo inicio narro.

No obstante, ante los terribles impactos de la pandemia que nos aqueja, lo recupero con el pensamiento de qué hubiera pasado, ante el hacinamiento que describo, de no haber matado el penal de horrible memoria.

Sé bien que el hubiera es tiempo perdido; no así lo hecho: el pasado, decía Antonio Caso, es una verdad metafísica, simplemente "es". Pues bien, el cierre del Topochico fue y no pudo serlo en mejor momento, para fortuna de Nuevo león.

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Topochico,. Crónica de una muerte, la suya.

La madrugada era fría, el silencio quemaba. Cuando por los altavoces se oyó el primer aviso, los guardias estaban desplegados en control total de un dispositivo sorpresivo y rápido, sigiloso y eficaz, pero no improvisado.

Lo precedía un severo análisis de inteligencia, una estrategia de esmerado diseño y una logística de compleja implementación. De hecho, había empezado hacia varios meses cuando, también de noche, en total reserva, se vació el anexo femenil del penal: 309 mujeres y 70 menores fueron trasladados a un nuevo reclusorio apenas una semana después que la dirección del Topochico cambiara de manos. Nadie esperó que en tan poco tiempo se pudiese llevar a cabo semejante determinación y menos su pacífica ejecución. Presente y cercano estaba el último y mortífero motín, en el rosario de motines del penal de mala fama.

El anexo de mujeres estaba separado del penal varonil por una pared que acreditaba la porosidad de los muros penitenciarios. El autogobierno del penal, en un momento de ostentación, había abierto una puerta para comunicarlos, aunque con el tiempo la disimuló para no hacer tan evidentes las incursiones nocturnas de varones a las celdas de las internas, con violaciones y agresiones a cuál mas; así como la prostitución, obligada o voluntaria, en los edificios destinados a varones. Aquella pesadilla terminó tan rápido como esta inspección nocturna; para cuando despuntó el día, no quedaba una sola mujer privada de su libertad en el Topochico, ni menor confinado con ellas. Todo se hizo en total orden y hermetismo, con garantía de derechos humanos y sin incidente que reportar. Desde entonces las mujeres están en un penal con las condiciones adecuadas a sus necesidades y, si bien se hallan privadas de libertad, gozan de seguridad a su integridad y de derechos. Los menores, por su parte, son cuidados en guarderías que aseguran el contacto materno sin que tengan que cargar las condiciones propias, exclusivas e incompartibles de una persona privada de su libertad.

Meses después, los internos hombres intercambiaban miradas y silencios en esa fría madrugada. Los más callados, sin embargo, no eran los de siempre; aquellos que, silenciados por miedo a sus compañeros enseñoreados en autogobierno, verdaderos dueños del penal, habían hecho de la sumisión y hasta la esclavitud modo de vida. Esa madrugada todos, sin distinción, aguardaban sentados, en igualdad democrática y silenciosa, sobre la cancha de futbol, recién alfombrada con pasto sintético, a que el dispositivo de inspección de las celdas e instalaciones carcelarios concluyera. La revisión se llevaba a cabo celda por celda y edificio por edificio, aunque era el central de los cinco anexados en los años ochentas del siglo pasado -aledaños al edificio central y originario del penal, construido en 1943 por el Gobernador, General Bonifacio Salinas Leal-, el que más tiempo tomaba revisar. Estos cinco edificios, alineados paralelamente y separados entre ellos por escasos quince metros, cuentan con tres pisos cada uno. A lo largo de cada piso corre un pasillo flanqueado por celdas, en ambos extremos de los edificios hay accesos, escaleras y baños de uso compartido. Todas las celdas son iguales; cuatro planchas de cemento adosadas a sus paredes laterales, a manera de literas, una reja con puerta da al pasillo central y un hueco en la pared entre las planchas de cemento superiores, debidamente enrejado, hace las veces de ventilación e iluminación del espacio.

En el edificio central de estos cinco del anexo de los años ochentas, los trabajos de inspección se alargan; desde su interior se escucha gran trajín. Es el edificio donde el jefe de los presos y, para todo efecto práctico, del penal, tiene su celda. Bueno, celda es un decir. En la planta baja duermen sus soldados, por llamarlos de alguna manera; en el segundo piso sus lugartenientes y, con él, en el primer piso, sus oficiales. Sus aposentos se ubican a la mitad del primer piso, franqueado por las celdas de sus hombres de más confianza y, sin duda, los más desalmados. Puertas de seguridad, de gran peso, grueso acero y mirillas, truncan y bloquean el pasillo central por ambos lados. Nadie puede entrar, de poder llegar hasta ellas, sin autorización de los guardaespaldas del líder que lo cuidan día y noche.

Al interior de estas pesadas puertas pintadas de blanco con pintura de aceite, dos amplios espacios ventilados con aíres acondicionados, separados por una pared y puerta convencional, distinguen el dormitorio de la estancia; ni rastros de rejas y camas de cemento. Un piso de loseta color claro cubre el rudo terminado de cemento, un gran baño privado, con mármol y yacusi, forma parte del amplio dormitorio. Dentro del espacio de la estancia adyacente, un cuarto lleno de pantallas de televisión, computadoras y sistemas de comunicación hace las veces de C5, desde donde se controlan las cámaras de vigilancia dentro y fuera del penal y se tienen hakeados teléfonos y radios de directivos y custodios, así como las comunicaciones de las fuerzas de seguridad en el estado. Una central de comunicación opera desde allí franjas del crimen organizado, extorsiones y casas de seguridad dentro y fuera de Nuevo León.

Las celdas de este edificio, donde vive la guardia pretoriana del jefe del penal, tienen cubiertas por cartones o triplay sus rejas, impidiendo ver hacia dentro; a algunas se les han retirados las planchas de cemento de los camastros superiores; de todas ellas se han cortado las rejas del hueco que hace las veces de ventana e instalado modernos equipos de aire acondicionado. Huelga decir que la instalación eléctrica también ha sido dispuesta para la carga correspondiente del edificio. Su revisión esa madrugada se sucede hasta el amanecer, desvistiendo las rejas de sus tapias de cartón y madera, desmontando aíres acondicionados, instalaciones de inteligencia, cocinas privadas, televisores y demás objetos prohibidos, previo levantamiento de actas y acopio de probanzas.

De la revisión se decomisan cientos de picos, instrumentos punzo cortantes, varias decenas de pistolas y dos docenas de armas largas ocultas bajo una coladera aparente. En una pared hueca se encontraron discos de computo con los datos de todos los internos, sus familiares, propiedades y negocios, así como la cuota de seguridad que deben pagar por semana, a riesgo de maltratos a los privados de libertad y de la seguridad e integridad de los suyos.

La revisión también arroja el decomiso de 160 tanques de gas de todos los tamaños, porque en lo dantesco de este infierno, sobresale la carencia de un comedor general. Existe, sí, una cocina central, más no un comedor. Cual película de humor negro, existen mesitas tipo parque de recreación repartidas entre los diversos patios del penal, pero no un comedor en forma. Ello hace que la población recluida coma donde pueda y que proliferen estufones y tanques de gas al por mayor, en celdas, estanquillos, entradas de los edificios, talleres y hasta en los baños.

No es absurdo pensar que en aquella larga madrugada la mayoría de los reclusos descansaran y aplaudieran en silencio el desmantelamiento de esta fuerza y control del líder del penal y sus huestes. No se piense que el resto de las instalaciones presenta las mismas condiciones que el edificio del jefe y sus huestes. El edificio original, es un inmueble de más de 70 años con instalaciones inservibles y rebasadas, sin las condiciones adecuadas para el control de un penal conforme los estándares internacionales aceptados; los cuatro edificios restantes del anexo de los años 80, sin contar el quinto que ya hemos descrito, presentan sobrecupo, condiciones insalubres, circunstancias de explotación y extorsión, y una vida que subsiste de día a día sobre relinchos de un polvorín en brama.

Luego vienen los espacios olvidados de Dios, grandes galerones donde se arrumban como cucarachas entre 30 y 50 personas, carentes de puertas, ventilación e instalaciones sanitarias; espacios originalmente destinados a bodegas o talleres, pero invadidas por la sobrepoblación penitenciaria. Algunos, los más viejos y enfermos, son acomodados en unas cuantas literas, los demás se tiran al piso a dormir, comer o simplemente ver pasar las largas horas del calor norteño o del frío cortante de su inverno, a la sombra del calor sofocante de una celda común y atiborrada en vez que a la intemperie.

A éstos, los olvidados de Dios, les siguen los atormentados por el demonio, los de nuevo ingreso que, por la sobrepoblación del penal y su autogobieno, antes de que las mujeres fuesen trasladadas a otro penal, eran encadenados en el patio de acceso por días o semanas. Afortunadamente el traslado de la población femenil dio un respiro al problema de la sobrepoblación y fue posible reubicar presos en el anexo destinado hasta entonces a mujeres.

Con la alborada, los ruidos provenientes de los edificios amainan, las revisiones van concluyendo, más no así el silencio sobre la cancha de futbol donde los privados de libertad aguardan expectantes sobre el piso de pasto sintético; un profundo aliento de pasmo y alegría, de rabia y esperanza se funde en el silencio de la oscuridad que huye en retirada frente a un nuevo día y desconocida realidad. Callan los poderosos del penal, callan sus explotados y expoliados, callan los enfermos y los desesperados, callan los custodios, callan los estufones y estanquillos, callan las cocinas y los talleres, callan en sabor amargo y dulzón los humores y temores concentrados; calla la expectativa de lo descubierto, calla más que nunca la pintura del reo líder del penal sobre una pared de seis metros de alto y doce de largo; calla la iglesia, callan los templos a la muerte, callan los expendios de bebidas alcohólicas, calla la mañana que se escurre de entre la oscuridad en silenciosa luz de futuro.

Concluye la revisión del penal, lo más tardado fue desmontar los privilegios de los dueños del autogobierno, sus sistemas de inteligencia y comunicaciones, su capacidad de fuego y de extorsión; su poder. Los privados de libertad se paran y encaminan en ordenado silencio a sus celdas. El ambiente se corta con cuchillo, nadie sabe qué pueda seguir, cual podrá ser el rebote del monstruo vejado y herido. Las viejas paredes parecen crujir desde dentro, en telúrica liberación de un penal penado por una justicia convertida en su contrario y en miseria dehumanizante.

El primer cerrojo al Topochico había sido echado.




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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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