POLÍTICA

Apatía

Apatía

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Política

La política es discurso y acción. Pero también es pasión en sus dos vertientes de inclinación vehemente y sufrimiento. En ambas priva un ardor que consume desde dentro.

La política tiene su haz lúdico y su envés amargo. Ambos lados de la moneda son inevitables. En un caso la pasión mueve montañas; en otro inaugura infiernos.

Por eso la política concita y expande lo mejor y lo peor del hombre.

Lo que media entre los extremos de la pasión política suele llevar a muchos confundir táctica con estrategia, explosión entrópica con obra pausada, hostilidad con avenencia; ruido con armonía. Dominio con autoridad, venganza con justicia, popularidad con apoyo. Delirio con realidad.

Los populismos apuestan a la siembra de rencores y al cultivo de pendencias; pasiones propias de tierra asolada. Su esencia radica en movilizar por movilizar, de allí que les sea imposible -por no estar en su perspectiva- un esbozo programático. Todo es ideología. Desconocen el análisis, la prospectiva, el plan y el método. Son reacios a la paciencia; explosiones anímicas; pasión pura, sin acción efectiva.

Pero la ausencia de acción no exime de resultados. La exaltación en muchos casos mueve a la acción generosa, constructiva, estadista; pero en no pocos ciega, extrema odios, sublima ignorancia, exacerba patologías. En un primer caso los resultados son mezcla de aciertos y errores, propios de lo humano. En el segundo no hay consecuencia positiva recuperable.

No obstante a sus riesgos inherentes, lo peor que le puede pasar a la política es volverse insignificante (Castoriadis), intrascendente, apática.

Para Castoriadis (1996) el rasgo más conspicuo de la política contemporánea es su insignificancia: "Los políticos son impotentes. (…) Ya no tienen un programa. Su único objetivo es seguir en el poder." Para ello venden la no existencia de alternativa posible. Todas las alternativas son peores a lo que hay y a nada llevará buscar más allá, sólo queda el conformismo. Política y políticos son deleznables, sólo queda la excepción: yo. Pero mi reino desalienta la imaginación, premia la impotencia, castra el futuro, reniega a la pasión.

Ante los retos de la convivencia surgen dos actitudes, al parecer de Bourdieu: una cínica y otra clínica. La primera piensa "ya que el mundo es como es, pensaré una estrategia que me permita explotar sus reglas para mi provecho, sin considerar si es justo o injusto, agradable o no" (Bauman 1999). En tanto que la clínica utiliza el conocimiento del mundo para mejorarlo. El cinismo auspicia el individualismo depredador; la actitud clínica apuesta a la solidaridad y construcción de valores comunes.

El cinismo individualista y la insignificancia de la política reducida a conformismo impuesto se dan la mano para imponer la apatía política como sistema y el combate a la inseguridad como realidad y alcances exclusivos del Estado. Combate que, como anillo al dedo, otorga patente de corso para perseguir y exterminar, por cualquier forma posible, el disenso, la libre pluralidad y la tolerancia. El espacio propio de la política es cedido a la negación de la política. Sólo hay lugar para el uso de la fuerza que ya no tiene entonces porqué ser legítima.

La pasión política pierde su fuego y motor internos y la apatía se torna en padecer exterior y ominoso.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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