Prohibido
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Desde que nos vimos, te desnude con mis ojos. Y tú, lo noté, lo querías.
Esa tarde nublada regresaba yo del monótono trabajo que esclaviza. Escuchando por horas a un jefe sabelotodo que odiaba y a un par de compañeros de trabajo que hacían la labor de perros falderos: gua gua decían a la menor provocación, queriendo lamer sus palabras, como huesos de TBones con mi despreció.
Empezó a llover y, sin pensarlo, me metí bajo tu paraguas.
Me permites, dije con seguridad envuelto en esa infalible sonrisa nada exagerada. Mucho agradezco la cortesía.
Miraste azorada, sin empujarme hacia fuera. Entre inquisitiva y divertida.
Como un signo de admiración que se vuelve interrogación al recibir caricias en la parte baja de la espalda, al empezar las nalgas.
Al contrario, sentí que me acogías. Lo agradezco.
Juntaste tu soledad y la mía. Mientras, arrecia la lluvia.
Siento como escurre una gota por tu espada o la imagino, como imagino que estás volteada, que te busco y estás empapada. Las puertas del paraíso.
Caminamos, así como viejos conocidos por un par de calles medio oscuras, mientras, con más confianza, en la bocacalle te miré profundamente. Te desnudé con la mirada y supe que aceptaste
Nos vamos a empapar y bien haríamos en buscar refugio, ¿Te parece?
Te dejaste llevar, pensé que en la cama serias muy pasiva, ¡que equivocado estaba!
En el bar en las tinieblas, te ayudé a cerrar el paraguas, sentí tu mano, cálida a pesar del frío externo. De un tamaño perfecto del corazón y la vulva, pensé.
Sentiste el mismo miedo
Después de un momento entrecerrados los ojos para acostumbrarlos a la penumbra, admiré tu belleza. Los senos maravillosos. Sentí cómo te deseaba.
Tus pezones crecen, se acomodan. Los veo a trasluz.
Entendí que tendría que moverme con sigilo. Un par de pasos en falso. En el pantano de la incertidumbre y te perdería sin remedio. Y así los ojos, que tanto admiro…
Uno, dos, tres. Uno negro y maravillosamente poderoso.
Esa tarde no sé cómo, de pronto, nos abrazamos en la cama. Sin palabras. Un poco avergonzados, amorosamente tímidos decididos a bucear uno en el otro. A conocernos sin ninguna limitación, ni restricción alguna.
Al mismo tiempo supe lo que es en el teatro, debut y despedida. Quise apretarte para que siempre estuvieras ahí, con esa sonrisa de complacencia y satisfacción. Nunca ocultaste tu gusto. Cuando por fin el ojo se abrió, supe que nunca más seria igual.
Sentiste el mismo miedo que yo. Lo sé, perderíamos los dos para siempre la libertad.
Aún hoy estoy atado a ti.
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