PARRESHÍA

La otra lectura

La otra lectura

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La pregunta aquí.

Quisiera intentar otra lectura de la "protesta" de López Obrador a la protesta en su contra de la CNTE en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

Todos los invitados a la mañanera del pasado viernes, sin excepción, pudieron entrar sin problemas a la VII Zona Militar. El Gabinete de Seguridad en pleno se encontraba ya reunido en esas instalaciones y en espera del presidente. El gobernador del Estado arribó sin pena ni gloria, ni información alguna del riesgo que le esperaba al titular del poder Ejecutivo federal. Los medios de comunicación nacionales y locales estaban presentes y sin novedad en el horizonte. Los organismos y sistemas de inteligencia nacional bostezaban con desgano al día.

Sólo López Obrador fue interceptado y a dos cuadras de las instalaciones militares. El desenlace es de todos conocido: si me bloqueas, me bloqueo en protesta; si protestas en mi contra, protesto contra tu protesta; no me gusta tu modito, no son rehén de nadie, se me respeta y para protestas las mías.

Neguémonos a lo anecdótico y exploremos otra faceta del asunto.

El jefe del Estado y del gobierno mexicanos es interceptado y, para todo efecto práctico, sometido al poder de un grupo de maestros disidentes del gobierno, pero aliados políticos personales del presidente en funciones a lo largo de muchos años. Como sea, el jefe máximo de las fuerzas armadas y titular del poder Ejecutivo de la Unión estaba a disposición de un grupo de personas, abstraído de sus libertades, de sus funciones y de su seguridad. En principio no corría peligro, pero nadie podía asegurarlo y, menos, evitarlo.

Dígase lo que se diga, el presidente era un rehén de un grupo de manifestantes, privado de sus atribuciones constitucionales y legales. Inmovilizado e inalcanzable. Salvo por teléfono, México no tuvo presidente por dos horas y media.

Fuera del alcance de las fuerzas de seguridad, ajeno e inaccesible a su Gabinete de Seguridad, reunido en pleno y en su espera a dos cuadras de distancia, al interior de una instalación militar.

Permítaseme explorar esta hipótesis: el presidente se sorprende, su ayudantía —que es más bien un garapiñado de acólitos— es rebasada; el presidente reclama los modos, se niega a negociar, acusa chantaje de un grupo —afín a su causa y beneficiario de su gobierno—, echa por delante la investidura y se niega a ser rehén de nadie, aunque en los hechos termina subiendo el cristal de su camioneta, sometido y en calidad de rehén en los hechos.

A dos cuadras, tras el parabrisas de su camioneta y sobre las gorras y pancartas de los manifestantes, alcanza ver la entrada principal de la VII Zona Militar, a cuyo interior lo espera su Gabinete de Seguridad, parte de su gabinete legal y el gobernador del estado. Las comunicaciones se cruzan entre la camioneta y la Zona Militar.

Doscientas personas como máximo son las que le impiden el paso; los negociadores de la presidencia, del gobierno del estado y los acólitos de su ayudantía no logran mover de su terreno a los manifestantes.

Y así llega el momento de la verdad (en esta hipótesis), el presidente ordena al Gabinete de Seguridad que con todos los protocolos del caso y sin violentar a los manifestantes vayan por él y lo liberen. Allí, a dos cuadras, el jefe máximo de las fuerzas de seguridad pública y nacional exige vayan en su rescate. Y entre los allí reunidos alguien dice no: No, señor presidente. No vamos en su rescate. Queda Usted a su suerte.

Paradojas de la vida, a Ovidio lo liberan para evitar la masacre de 200 personas y al presidente no lo liberan de doscientas personas que, bajo los protocolos para disuadir y contener multitudes, no corrían peligro alguno.

Quien conozca algo de los dispositivos que se operan para cuidar y mover a un presidente, así se diga que no lo acompaña fuerza militar alguna —lo cual es una de las grandes mentiras de este gobierno—, saben que alrededor del presidente se tienden círculos de seguridad con personal especializado, precisamente, para este tipo de eventos.

En otras palabras, el bloqueo no sólo se pudo evitar, sino que se pudo levantar sin riesgo alguno.

Surge así la hipótesis que planteo. Lo dejaron caer en la trampa y ya en ella lo dejaron sufrir su rigor por dos horas y media.

¿Demostración de fuerza, reivindicación del otrora Estado Mayor Presidencial, mensaje cifrado al presidente? ¡Chi lo sa!

Incluso el jefe del Ejecutivo estatal, con fuerza policial bajo su mando, se encontraba, al igual que el presidente en su camioneta, recluido dentro de la instalación militar.

Muchas otras lecturas pueden tener los eventos del pasado viernes, pero de los tres días al hilo que López Obrador fue interceptado por grupúsculos de la CNTE en su gira por Chiapas, sólo la que tuvo verificativo a dos cuadras de la Zona Militar y su Gabinete de Seguridad duró dos horas y fue televisada world over.

La pregunta pues aquí... es esa que está usted pensando.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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