LO DE HOY
Periodismo de denuncia, un trabajo muy peligroso en México
Denuncia es nuestra obligación para con los periodistas caídos.
Carlos González Blanco
Colaborador invitado
Si nos quitan la libertad de expresión nos quedamos mudos y silenciosos y nos pueden guiar como ovejas al matadero”.
George Washington
El tema es obscuro, triste, enoja, frustra; los datos son inexactos, los agravios inconmensurables.
Al escribir estas líneas llevamos una aparente lista de 186 periodistas asesinados desde el año 2000, más de 30 desaparecidos, muchos secuestrados y un número incalculable de amenazados.
Lo enorme de esas cifras pulveriza sus nombres, invisibiliza el dolor de sus familias y la gravedad de los hechos denunciados que motivaron la actuación de sicarios.
El asesinato de periodistas, también asesina la libertad de expresión de la sociedad y su oportunidad de conocer la verdad de quién la encontró, anula nuestro derecho a conocer temas que nos importan y trascienden.
En tanto se mata a periodistas, la eficiencia del Estado para impedir esta catástrofe está en 0.25% de éxito.
Es decir, existe una impunidad de 99.75% en los casos de homicidio, aunque la Secretaría de Gobernación, malabareando los contextos, diga pomposamente que hay un 9% de éxito en el abatimiento a la impunidad, porque ha logrado condenas en ese porcentaje de delitos en el tiempo que eligió evaluar.
Dicho de otra forma, la SEGOB está orgullosa de que al Estado mexicano nada más le falta ser exitoso en el 91% de casos.
Esa ineficiencia es sospechosa y aberrante.
Es innegable que donde hay actividad ilícita establecida, correlativamente existe el incumplimiento del Estado a su deber de impedirlo y este fenómeno sólo se puede explicar, o por ineficiencia gubernamental, o por encubrimiento del propio Estado, ¡Ambas hipótesis son nefastas y culpan al gobierno!
Si el gobierno sabe el sitio exacto en que operan esos grupos de delincuencia y no lo impide, entonces los encubre, ¡es una obviedad!
Todos los asesinados y desapariciones fueron perpetrados por agentes del crimen organizado, empero, no es posible saber si esos agentes sólo reaccionaron contra la exhibición periodística de sus prácticas ilícitas o por encargo de gobernantes socios afectados con esa exhibición, como sugieren el sentido común y algunas líneas de investigación.
¿Qué está pasando?
El periodismo de investigación denuncia ilícitos y corrupción, exhibe a delincuentes y a políticos que hacen dinero mal habido, o incrementan su poder mediante prácticas que ofenden a la sociedad.
El derecho a difundir la verdad y denunciar el ilícito es consubstancial a la libertad, forma parte de la dignidad de hombres y mujeres íntegros en una sociedad que abraza los mejores valores de la convivencia justa y pacífica.
En contrasentido, los ataques a periodistas de investigación, reflejan una crisis generalizada de falta de respeto a los derechos humanos, a la vida misma, a los valores de convivencia generalmente aceptados en el mundo, evidencian una sociedad degradada, descompuesta; exhibe también y por supuesto, a un gobierno inútil, dominado o superado por la delincuencia.
El problema social es muy grave, matar periodistas, no mata la verdad, ni calla las otras voces ofendidas que les sobreviven y valientemente se suman solidarias a la indignación contra la violencia, pero sí hace prevalecer la maldad sobre la vida y los valores cívicos, sobre el activismo social propositivo; infunde miedo, perturba y destruye.
¡La masacre debe parar!
¿Qué hacer?
A la sociedad nos toca ser valiente, robustecer la denuncia e intolerancia al ilícito. Es necesario fomentar el repudio a las prácticas delictivas y violentas; debemos mantener la indignación contra la violencia amenazante que humilla y doblega por miedo; debemos exigir al Gobierno y a la sociedad civil que, con todas sus fuerzas, cumplan su deber de abatir a los grupos de delincuencia organizada y a los gobernantes corruptos e inútiles.
Nuestra única alternativa digna es la denuncia valiente, la intolerancia a la ilicitud y al gobierno que simule o encubra a grupos de delincuentes.
La muerte de esos valientes periodistas no debe ser inútil, ni perderse en el olvido, menos volverse estadística descontextualizada para nadie.
La indignación social debe mantenerse viva, candente, hacerse escuchar en todos los órdenes nacionales e internacionales de tal forma que avergüencen y comprometan al gobierno a mejorar y hacer lo correcto.
Esa indignación viva debe comprometer a la sociedad civil a denunciar y a señalar a los delincuentes.
La denuncia no se limita a acudir a las autoridades que los encubren, la denuncia es en medios, hacerlo público, esa denuncia que exhibe, suele ser más eficiente que la denuncia ante la autoridad.
Callar o conformarnos con la pervivencia del crimen sostendría el homicidio como alternativa de los grupos criminales, nos hará rehenes de la simulación gubernamental, envilecería nuestras conciencias y agravará la violencia que muy pronto tocaría nuestras puertas alcanzando a nuestra familia.
Sin libertad de expresión la sociedad se degrada, sin periodismo libre no hay conciencia social, sin lucha contra grupos criminales el Estado es fallido y extingue toda posibilidades de convivencia pacífica.
Nuestra solidaridad con los hijos, esposas, padres, madres de los periodistas valientes caídos por alzar su voz y denunciar el delito.
Nuestro respeto y compromiso con la actitud de denuncia crítica y valiente como la que les costó la vida a los compañeros del noble oficio del periodismo crítico.
carblanc@yahoo.com
Nuestra, solidaridad y gratitud a periodistas de investigación y denuncia valientes, atrevidos con ética, conciencia social crítica y convicción de lucha; Gracias por el ejemplo y valentía a Carlos Loret, Brozo, Beatriz Pages, Andrés Pascoe y a decenas de periodistas críticos ejemplares .
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