La lacra de Salinas Pliego
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Ya sabemos el gozne que engarza a Salinas Pliego con López Obrador.
Y no, no son concesiones, contratos, negocios, ni deducciones fiscales —aunque cuenten y mucho—. Es la ignorancia; la inopia de saber y de pensamiento como forma de control político, social y económico.
Jamás se creería que Ricardo Salinas Pliego fuese tan cercano y afín a la CNTE que hasta podrían mimetizarse. No dudo que, incluso, los financie. De que son de sus mejores clientes y de que financió a López Obrador, no abrigo dudas.
“El exceso de educación —dice sonriente a la cámara, el dueño de Elektra— es una lacra moderna”. Pero, quién nos dice qué es “exceso” de educación y qué no. Por lo visto él, aunque no acredita —más allá de su dinero y obscena suficiencia— las calidades que lo acrediten para enseñarnos nada más que su confesa ignorancia.
Empecemos por diferenciar saber de pensar. Donde se sabe ya no se piensa: Salinas Pliego lo acredita y confiesa. El saber es un final, no un inicio: cuando Sócrates dice “solo sé que no sé nada”, no abre nada hacia adelante, cierra su ciclo de saber; canta su derrota y toca las puertas de la “situación límite” (Jaspers) tras la cual solo cabe la fe. El saber es un polvo de luz en la oscuridad cósmica tras el cual se desparrama el infinito no sabido. El saber es, solo, la frontera en 360 grados con lo que no se sabe. Y, donde acaba el saber, empieza el pensar.
El que sabe no quiere pensar y somete a su saber —y pretensión se saber, que las más de las veces se confunde con el saber mismo— todo pensar. Pero, ¿cómo pensar todo lo que no se sabe condicionado a lo que se sabe? Por eso, Arendt nos dice que pensar y saber son dos actividades originales del hombre, pero distintas: donde el saber encarcela, momifica, ciega y emascula; y el pensamiento es lo único verdaderamente no condicionado, espontáneo; que expande y libera alas ilimitadas para volar por alturas desconocidas y desterrar desde ellas todas las mojoneras y sepulcros del saber.
Pero sería injusto exigirle a Salinas Pliego la perspectiva del águila, cuando la suya es la del dragón que atesora en su caverna toda perspectiva y todo saber, como en el medievo en los conventos, bajo siete llaves, se atesoraba, lejos de los hombres, el conocimiento y sed de pensar, y como, siglos antes, César —no prendado de la belleza de Cleopatra, sino— paranoico —como todo tirano— del peligro que sobre el imperio de las armas significaba el del saber y del pensamiento de la Biblioteca de Alejandría, la redujo a cenizas antes de poseer, ya rendida, a Cleopatra. Eso lo distingue y distancia de Alejandro, aunque Don Ricardo no lo sepa.
Salinas Pliego se queja que la educación en México “no está hecha para producir y generar riqueza para los consumidores y los inversionistas”. Pero qué extraviado y perverso maestro en Monterrey, o, ¿en Estados Unidos?, habrá enseñado a su desolada alma que la educación tiene por destino la riqueza de consumidores e inversionistas. Qué miserable Paideía. ¡Qué limitada, qué triste, qué inhumana! Como si el saber y el pensamiento pudieran tasarse. ¿Cuánto valdrá la ignorancia de Don Ricardo?
Como si la creación y el arte —cosas dionisíacas que le deben ser absolutamente desconocidas— (y no me refiero al arte de coleccionista —prostituido en mercado— sino del arte que Nietzsche dijo nos salvaría de no perecer por la verdad). Pero tendría que volver a nacer don Ricardo para entenderlo.
“Aprenda a sumar, restar multiplicar, dividir, a escribir bien, a comunicarse con la gente y vámonos”, dice sin decir, al mercado de explotación social y agiotista de mensualidades sin fin.
No lo sabe, pero impersona el dragón descrito de Nietzsche, que dice: “todos los valores de las cosas — brillan en mí. Todo valor fue ya creado, y yo soy todo valor creado”. El Dragón es el guardián y defensor de la verdad revelada; él es la verdad única, eterna, imperturbable, soberana: el saber. ¡Prohibido pensar!, ¡prohibido cuestionar! Lo suyo es obedecer, producir, consumir y callar, lo mío (lo de él): la riqueza.
¿Pero qué riqueza? Porque riqueza monetaria también genera el crimen organizado y mucho más que sus negocios bajo la ubre del gobierno. ¿Pero es la económica la única riqueza? Sí, para quien no conoce la riqueza del espíritu, de la mente, de la creación.
Salinas Pliego habla, finalmente, de innovación. ¡Pobre diablo! Desconoce que solo crea quien rompe moldes. Nietzsche habla de la filosofía del martillo, que hace saltar en pedazos el bloque que aprisiona bajo el mármol la estatua en él embebida y las resurrecciones enterradas bajo los sepulcros. No hay creación, Don Ricardo, sin destrucción que lo que hay. Todo creador rompe con el saber y va más allá de sí mismo y de lo sabido.
Tenemos que aprender a desaprender; a pensar fuera de la caja, así sea ésta de Elektra.
Tal vez, por eso, busca consumidores y trabajadores domesticados, ignorantes, rebaño; no mujeres y hombres libres y pensantes.
Concluye Salinas Pliego: "libertad, innovación y prosperidad", dice, como círculo virtuoso. Donde yo leo: libertad para morirse de hambre, innovación de tiendas de raya -no en balde su fracción parlamentaria de bolsillo impulsó la “cobranza delegada”-, y, prosperidad, para inversionistas.
¿Y el hombre, Don Ricardo, dónde juega?
¿Y el pensamiento?
¿Y el arte?
¿Y el ser?
¿Y el devenir?
¿Y el infinito?
¿Y la creación?
En pleno bombardeo sobre Londres durante la Segunda Guerra Mundial, la ciudad decretó el cierre de los teatros y Churchill dijo: “¿entonces para qué peleamos esta guerra?”
Ahí se lo dejo de tarea, Don Ricardo.
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