Hijo o Presidente
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Hubo algo en la fotografía de José Antonio Meade besando a su padre en un acto priísta el pasado 6 de mayo que llamó mi atención. No era el lugar más apropiado para expresar su amor filial, no era oportunidad idónea, el público todo salía sobrando.
Reconozco, donde lo hay, amor entre padre e hijo. Lo respeto.
Pero no es la relación con este padre, el carnal, la que desvela a los mexicanos.
No es esta figura paterna la que atormenta los días y noches de su candidatura.
De Meade no queremos saber si es un buen hijo, sino si es capaz de encabezar una Nación en crisis.
De Andrés Manuel, por algo será, nadie sabe nada de su padre, de su madre se sabe poco, renunció a sus hermanos y sus hijos se confunden entre militantes, dirigentes y reparto en propaganda.
De Anaya se sabe la fortuna de su familia política, tras la cual busca ocultar el problema de los moches y sus derivaciones.
Margarita y Jaime no valen un renglón.
El PRI y México quieren saber si Meade, además de ser buen hijo, estudiante, burócrata, esposo y padre, puede ser Presidente.
Ser Presidente, no interpretar el papel de Presidente; bien saben a lo que me refiero.
¿Será difícil que lo entiendan en la media docena de cuartos de guerra que lo tienen en la esquizofrenia?
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