PARRESHÍA

No son derechos, presidente; son obligaciones

No son derechos, presidente; son obligaciones

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Ningún presidente es electo para hacer lo que le venga en gana, se le ocurra o se le antoje, y como le plazca.

López Obrador alega que él tiene derecho a hacer obras en beneficio del pueblo porque para ello fue electo y la Suprema Corte de Justicia de la Nación no se lo puede prohibir a través de suspensiones, amparos u otros controles de constitucionalidad. Yerra en toda la línea o engaña deliberadamente.

Un presidente tiene muy pocos derechos: un estipendio, nombrar ciertos funcionarios, proponer otros, tener un cuerpo de seguridad y demás condiciones que le permitan cumplir con su encargo. Lo que sí tiene un presidente, y muchas y diversas, son obligaciones. Entre ellas hacer obras que se requieran, que beneficien al pueblo y que se realicen debidamente, cumpliendo con todas las normas, con eficiencia administrativa y transparencia.

Ningún presidente es electo para hacer lo que le venga en gana, se le ocurra o se le antoje, y como le plazca. Y lo que haga debe hacerlo cumpliendo en todo momento la Constitución y las leyes que de ella emanen. No sólo está obligado a hacer, sino a hacerlo bien y transparentarlo. Es decir, está sujeto a rendición de cuentas.

Y aquí entra la Suprema Corte de Justicia, cuyas funciones son garantizar que todos cumplan la Constitución y las leyes. Y todos son todos. Ser electo no excepciona a nadie de cumplir la norma, al contrario, lo hace el primer obligado.

Guardémonos de todo aquel que invoca al pueblo para eximirse de cumplir debidamente todas sus obligaciones, porque ni el pueblo mismo, así sea unánimemente, puede determinar que la ley no se cumpla, sería desaparecer como tal. La norma es la expresión de un pueblo organizado y normado, prescribirla es negarse a sí mismo como tal.

No en balde, la justicia no sólo tiene la balanza para juzgar, sino la espada para hacerse obedecer.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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