Epifanías

No sólo los fideicomisos son confiscables

No sólo los fideicomisos son confiscables

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Todo es finito. Hasta la locura.

A López no le interesan los fideicomisos, ni su confiscación; se quemará el dinero sin saber ni en qué; si antes no se lo roban. Tampoco le importan los derechos laborales y las privaciones familiares de los servidores públicos de la rama judicial.

Piña y la Corte le valen un soberano pepino; como el Congreso, los gobernadores, los partidos y para abreviar el mundo y anexas. Bueno, ni la Sheinbaum ni el casado con mujer rica le importan. ¡Qué le va a significar Marcelo y su berrinche!

Dos cosas sólo llenan su delirio —después de él—: Uno: mantener un pleito y enemigo permanentes y funcionales, que no estén desgastados o que no haya acabado ya con ellos, y, Dos: así generar el caos que haga imposibles las elecciones en México.

Seguramente lo va a lograr.

Su problema será el de todos los que destruyen el piso que los sustenta. ¿Qué es un presidente que ya nada preside, qué un gobernante sin gobierno que gobernar? Una fácil y desechable presa para los poderes fácticos que, sin los poderes políticos legalmente constituidos y ejercidos, se convierten en el único y verdadero poder. ¿Qué podrá ofrecerles López cuando ya no tenga nada que les signifique algo?

López construye un despotismo; pero no para él y no lo sabe. Cuando sólo quede él, su Corte de bufones y payasos mañaneros, y su deambular delirante por los desiertos salones de su Palacio amurallado, será borrado de la historia nacional por poderes ni legítimos ni democráticos, como la casa de los tres cochinitos: por un soplidito.

El límite es seguridad, pero también mesura. La desmesura de López lo acerca cada vez más al fin del final. Delira construir destruyendo, pero no para él, tampoco para México.

La noche más oscura, cual espejo negro de Tezcatlipoca, se cierne sobre nosotros. El invierno de los tiempos y el sol de noche tocan a las puertas de la tumba de Netzahualcóyotl para borrar incluso en el pasado y para siempre aquello de “¡No morirán mis flores, no acabarán mis cantos!”

Todo es finito. Hasta la locura.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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