PARRESHÍA

Ganitas

Ganitas

Foto Copyright: lfmopinion.com

La peor mezcla posible para una campaña es la de simuladores con soñadores.

Admiro mucho a las gentes de fe. Mi madre fue una de ellas. Pero por algo Jesús dijo: “Dadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de dios”.

Las elecciones no son cuestión de fe, de ganitas, de gente que te quiere ayudar, pero no sabe cómo y menos de ayudadores “balas perdidas”, que disparan sin saber a qué, pero que sólo complican y se anulan entre sí.

Por supuesto son, pero no debieran ser, tierra de charlatanes, simuladores, vendedores de espejitos y expertos en perder elecciones a sueldo.

Las elecciones se ganan con votos. Verdad de Perogruyo olvidada hace tiempo. Votos que tienen un lugar, la sección. Si se esfuerza uno un poco más, la casilla. En ese lugar se sabe y puede proyectar cuántos jamás votarán por uno, cuáles siempre lo harán, y cuáles no saben o están indecisos.

Pues bien, las elecciones se pierden si campaña y candidatos van a lo tarugo a grandes concentraciones muy apantallantes pero poco efectivas. Hoy las campañas son quirúrgicas, el coordinador de campaña debe tener un plan y saber a dónde ir a buscar los votos posibles, cuántos son, cómo dirigirse a ellos, cuáles son sus circunstancias, problemas, demandas, edades, escolaridad, ingreso, gustos, hábitos, conversaciones.

Y las mediciones deben mostrar si tras la visita del candidato o su equipo el barómetro electoral en esa sección electoral se movió a favor o en contra. Sólo así se sabe si se avanza, se retrocede o está uno inmóvil.

Se engañan quienes valoran un evento por el humor del candidato, por el número de asistentes, por el ambiente levantado por el grupo musical contratado, por los aplausos al boxeador, artistilla o deportista invitado al presídium, por la comida y número de comensales, por los discursos floridos. Los eventos sirven si consiguieron los votos que se iban a buscar y en el número necesario. Todo lo demás, tenis incluidos, es lo de menos.

La mejor manera de engañar y engañarse, es ir como Claudia y su claque a los lugares y auditorios de su voto cautivo. Muy nutridos, muy alegres, muy vistosos, pero todos los que fueron ya estaban convencidos de votar por ella, no suma ningún voto posible nuevo, por eso no sube en las encuestas. Ni subirá.

Y Xóchitl apuesta todo a su fe de que va a ganar: “Créeme”, repite en toda entrevista. Pero no es cuestión de creencias, ni de amigos queridos, ni de seguidores convencidos. Es ir por los indecisos que son mayoría uno por uno. No es una pesca con red, es personalizada.

Tampoco es cuestión de marchas. Todos los que quieren ir a marchar —parece que es lo único que les sale bien—, en lugar de ello, deben ir con lista en mano a tocar las puertas donde viven los indecisos, a sus lugares de trabajo, a sus centros de estudio, a las conversaciones que mantienen entre ellos, a sus calles y parques; en brigadas, como en el 68, generando diálogos callejeros, conversación y deliberación públicas. Presencia. Tierra. Tierra no sólo en los zapatos, en la estrategia, en la localización y cuantificación de votos objetivos. Las marchas son para que las vea el gobierno, pero a la gente no les dicen nada. No la mueven a votar, no la convencen, no la movilizan.

No, las elecciones no son cuestión de ganitas, de buena onda, de fe.

La peor mezcla posible para una campaña es la de simuladores con soñadores que no saben ni en dónde están parados.

Feliz navidad.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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