PROHIBIDO PROHIBIR

Moderato cantabile

Moderato cantabile

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Con la fuerza del destino, va coda con música de viento cantada: haber trabajado en ROV este año fue una tarea decepcionante pero divertida.

La marquesa de Chula Vista, anciana ya, ya no ha bajado a consumar su afrenta: estoy vestido con delantal identificador de guía de votantes. Llegan pocos a votar, la mayoría viejos enojados con su vida, insatisfechos muchos, casi ninguno sonríe y de vez en cuando una risa mínima descubro entre la rutina, el hartazgo y el temor.

Llegan exigiendo una nueva boleta electoral, identificados con otro partido, buscando infructuosamente a sus candidatos que no aparecen por ninguna parte. Pocos de la mano de su hija que votará por primera vez. Una magnolia que se abre a la política electoral.

Hay un mexicano estadounidense que quiere registrarse en el último día para poder votar y cuya esposa acompañante no sabe cómo firmar. Hay asiáticos estadounidenses siempre en grupos de tres, los abuelos y la hija que no encuentran fácilmente lugar para estacionar su carro sudcoreano o japonés, y prefieren dejarlo andando a un lado de la línea roja prohibida, al fin tardarán sólo un par de minutos en depositar el sobre amarillo con la boleta completa y convenientemente firmado, fechado y sellado. Hay afroamericanos que caminan danzando hasta depositar su boleta personalmente porque no confían en las máquinas, ni en el correo, ni en nadie. Hay los blancos estadounidenses que reclaman una nueva boleta porque la lluvia arruinó la anterior o el perro la mordió o, la verdad, no recuerdan dónde la dejaron después del tercer Martini ¿o margarita?

Hay un votante sin brazos que vota con los dedos del pie y se empuja con el otro pie.

Hay un votante con un perico en el hombro.

La emperatriz de Mindanao se mueve como reina en su tablero. Su corte la envuelve, se siente temida y protegida especialmente por sus compinches filipinos que ya saben qué hacer.

Navega con la corriente me dicen, flota de ser necesario. Aquí mientras menos olas hagas mucho mejor será. Así ganas desde unos minutos más de pago en nómina, hasta días adicionales, horas extras, canonjías de horarios, descansos y más tiempo de comidas sin ninguna supervisión.

Ah, pero no seas un disidente como el que quiere mejorar el mundo, o tu pequeña parcela de trabajo, o algún procedimiento del ‘Registrar of Voters’ (ROV), porque serás señalado como revolucionario provocador. La burocracia por sistema se opondrá. En realidad la mediocridad es la que priva en una rutina donde se complica el propósito por parecer insustituible en la tarea mínima de cantar los números de identificación de las máquinas, ordenar las sillas, las plumas, los lápices, las gomas, los stickers de ‘I voted’ , que son calcomanías que yo acostumbro regalar a los niños que ven con asombro cómo sus papás cumplen su responsabilidad ciudadana de elegir al votar.

Así como entregar con modulada voz de importancia nuevos sobres con boletas electorales para ser rellenados los nuevos espacios vírgenes o intercambiados por una tarjeta que da derecho al introducirse en la máquina a escoger de la pantalla el nombre del candidato, de la candidata o la propuesta preferida.

O la busca en la computadora llamada ebook, del nombre del votante, su dirección y teléfono, más su fecha de nacimiento para evitar en lo posible, las homonimias con el nombre común de Joe Done.

O rehacer traducciones archivadas de elecciones anteriores.

María, la encargada de limpieza me saluda en español todos los días, sabe la rutina mingitoria y demás aseo de hombres y mujeres. Se apura porque ve venir en el pasillo a paso lento a Richie y su bastón que una vez acomodados tardan años en salir, y del lado femenino la campeona es Tara. Dice que ha visto hermafroditas.

Después de mi mal entendida intervención para calmar el enojo del votante con gorra publicitaria prohibida fui asignado al pasillo y al lobby de entrada, ahí atendí a votantes que prefirieron usar boletas electorales de papel para votar.

Sentado en mi silla de observación de la nave, vi el ir y venir de empleados y votantes, la mayoría de ellos camino al almacén adaptado como amplio centro de votación. El Supermartes en su esplendor funcionó a mis espaldas.

Recuerdo que en Roma, en Vía Veneto, la de la Dolce Vita, disfruté otro ir y venir, distinto, de bellas italianas que hacían la ‘trottoir’ en busca de clientes mientras bebía yo un esplendido café expréss. Se dice ‘marciapiede’ me corrigió mi vecina. Pero eso fue hace 50 años, mientras leía una de tus cartas donde escribiste que me me amabas.

Sobre la mesa mi libro de Marguerite Duras, Moderato Cantabile que es más que una sonatina de Diabelli, es la pasión y el deseo por lo ajeno, por lo lejano.

El ir y venir de las espías, ya no escribiré nalgonas (sic), sino de amplias posaderas. ¿Quién usa el celular? ¿Quién no está en su lugar?

Veo el caminar de dos bellas húngaras o ucranianas que se comen mutuamente con los ojos.

Mi conocido Sabino, como el árbol infatigable, se acerca a mi puesto de observación . Es un experto manejador de la máquina abridora de sobres para sacar la boleta y empezar a contar. Otro del mismo equipo también de origen mexicano dice estar contento con este trabajo temporal, desde octubre está desempleado y vive solo en el garage de algún conocido. Es escritor de un libro de texto que está actualizando para su reimpresión en Tijuana.

Mi amiga y vecina me visita y cuenta las novedades del día. Me regala unas galletas como las que le gustan a mi nieto consentido y un espléndido burrito delgado con carne machaca y tortilla de harina envuelto en papel de aluminio.

Se acerca otra compañera afroamericana con chocolates y más novedades. Es difícil dejar de comer y sonreír bajo la máscara por sus irónicos y certeros comentarios alrededor de la red de espías y la corte de súbditos que se inclinan ante la Emperatriz de Mindanao y su arrogancia.

Se sienta un rato en una silla cercana y aparece como ráfaga una selecta espía supervisora. Se acerca a mi oreja izquierda y en voz baja me dice que ella no debe de estar ahí. Que la corra. La escucho como oír llover y ante su insistencia le digo que no hay votantes que requieran la silla y que en breve la visitante regresará a su puesto. No le hago caso y la cara se le ilumina de color magenta. Al rato la visitante me dice: “quería que me fuera ¿verdad?”, me da otro chocolate y dice otra vez: Gracias.

Otra compañera comenta que me extrañan los del equipo, los innovadores. Que es un gusto haberme conocido. Steven me dice ‘Well done’ con respecto a mi actuación de líder e intervención frente al agresor de marras.

El día es largo, desde las 6:30 de la mañana hasta pasadas las 8 de la noche cuando debemos entregar mandil y credencial directamente a la mera jefa de hablar suave y modales corteses. Todos menos los elegidos que aún siendo temporales se quedarán algunos días o semanas o meses más. Agradece mi trabajo y dice que me espera en noviembre (en la verdadera batalla entre Biden y Trump).

Antes nos ofrecieron un sándwich y papas fritas de Panera, una cadena de comida propiedad del gobernador de California, Gavin Newsom, cuyo nombre empieza a resonar en Washington. Aquí los negocios y la política no son en general mal vistos en tanto que no se mezclen. ¿Se puede hacer eso?

Me despido también de un elegante afroamericano de sombrero con quien platiqué también de la red de espías y coincidimos en las ineptitudes de más de una.

Termina mi jornada a ritmo cantabile, me despido de la señora tras la ventanilla de entrada que amablemente me ayudó para dejar en su espacio mi mochila con un par de libros que nunca pude abrir, mi lunch que amorosamente mi mujer preparó todos los días muy temprano y mi botella de agua limpia.

Con la fuerza del destino, va coda con música de viento cantada: haber trabajado en ROV este año fue una tarea decepcionante pero divertida.


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Arturo Martinez Caceres

Arturo Martinez Caceres

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