El IFE de Salem
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Arthur Miller fue víctima del macartismo, condenado por desacato al no revelar el nombre de los asistentes a una reunión de escritores supuestamente comunistas, efectuada ¡10 años antes! de su comparecencia ante la House Un-American Activities Committee. Bajo ese antecedente es fácil entender su obra "Las Brujas de Salem". En ella rescata para el teatro los excesos de una secta de fanáticos religiosos en la Bahía de Massachusetts, que en 1692 creyeron librar en su comunidad los combates celestiales entre Lucifer y el Sumo Hacedor.
Los habitantes de Salem venían de la persecución religiosa en Inglaterra, por ello su feroz oposición paranóica a la presencia de cualquier otra creencia en su comunidad; vivían en la frontera del mundo conocido, tras su bastión quedaba el refugio del mismísimo demonio. Finalmente vieron a la monarquía inglesa caer y ser sustituída por una junta en una época de grandes cambios y confusiones. Su cosmovisión, por tanto, solo podía ser de asechanzas y terrores permanentes, de lucha constante contra las fuerzas más obscuras del mal ocultas bajo insospechadas apariencias. No obstante, los expedientes de los juicios que llevaron a decenas de inocentes a la muerte muestran, sí, fanatismo religioso, pero también ignorancia, avaricia, venganza y toda gama de frustraciones.
La psicosis colectiva, según la interpretación teatral de Miller, se encierra en la creencia de que los poderes de las tinieblas habían dirigido un ataque formidable contra Salem, pero, sobre todo, en que aquél que lo dudase caía en sospecha de haber firmado pacto con el diablo. La forma como la comunidad descubría al demonio oculto en sus habitantes y los sentenciaba a muerte, consistía en llevar a los denunciados ante unas niñas que, temerosas ellas mismas de ser culpadas de brujería, se tiraban al suelo, gritaban y aullaban probando así el hechizo que el acusado ejercía sobre ellas. La trama nos muestra a una adolescente despechada que acusa de brujería a la esposa de su renegado amante, a otra que lo hace con sus vecinos para que su padre se apodere de sus tierras y a una mujer que acusa al espíritu de una anciana de haber asesinado a sus siete hijas recién nacidas por envidia a que aquélla diera a luz a todos sus críos.
Los habitantes de Salem llegan, por un momento, a creer que "el infierno y el cielo luchan cuerpo a cuerpo sobre (sus) espaldas". Y en esa lucha con el mal todo es posible; si alguien afirma no saber qué es una bruja, se le cuestiona entonces cómo es que puede saber que ella misma no lo es. Ante tal dificultad "el principal argumento del ministro fiscal es que la voz del cielo habla a través de esas criaturas" (las niñas). "Tratándose de un delito ordinario-se argumenta-, ¿cómo se defiende un acusado? Se convoca a los testigos que puedan probar su inocencia. Pero la brujería ipso facto, y por su propia naturaleza, constituye un delito invisible, ¿no es así? En consecuencia, ¿quién puede testificar en un caso de brujería? La bruja y su víctima. Nadie más. Ahora bien: no cabe esperar que la bruja reconozca su delito, ¿de acuerdo? Hemos de recurrir, por consiguiente, a sus víctimas… y éstas sí que testifican; ustedes han visto cómo las niñas daban testimonio". En el IFE hoy sucede algo similar al fanatismo sanguinario de Salem y a los testimonios inculpatorios de sus criaturas. Sobre sus hombros se libra una lucha entre las tinieblas y el firmamento: los poderes del averno han dirigido un ataque descomunal contra la democracia personalizada en la ciudadanización y la autonomía. El demonio y el mal se han posicionado en el gobierno; el bien, la luz y el Sumo Creador en ciudadanos imparciales, apartidistas, autónomos y refractarios al poder.
Al igual que en la obra de Miller, el principal argumento del bien es la voz del cielo expresada a través de sus criaturas, los consejeros electorales, tocados por la gracia de la ciudadanización. Como ayer y, al igual que en Salem, el mal se esconde tras apariencias engañosas y, en la actualidad, burocráticas. Se requiere de las criaturas del bien para detectarlo, señalarlo y combatirlo. El mal no saldrá por sí solo al frente a confesar su perversidad: es necesario que los consejeros lo develen en filtraciones a los medios y en acusaciones disparatadas, para probar- con y por ese solo hecho- su villanía y pacto con Lucifer-Bucareli.
Para fortuna de nuestra generación, como lo fue para la del suceso en las costas de Massachusetts- en palabras del ministro fiscal de la obra de Miller, que bien podrían ser argumento ciudadanizado- "vivimos tiempos de fuertes contrastes, tiempos que exigen precisión; no habitamos ya en una tarde oscura en la que el mal se mezcla con el bien y confunde al mundo (algo así como la mixtura del viejo y del nuevo IFE). Ahora, por la gracia de Dios, el sol (ciudadanizado y autónomo) brilla en lo más alto, y sin duda, quienes no temen la luz han de alegrarse. Espero que sea usted uno de ellos". Recordemos, sin embargo, así sea solo cual consuelo, lo que una de las víctimas de las criaturas de Salem preguntaba: "¿Desde cuándo el que acusa es siempre sagrado?".
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