EL IFE A LA DISTANCIA

Elecciones de Penélope

Elecciones de Penélope

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"De nada sirvieron las monjas, ni los consejos ni lisonjas..."

"De nada sirvieron las monjas, ni los consejos ni lisonjas que tuvo a granel, Señora". Algo parecido sucede con nuestra democracia: de nada sirvieron las reformas, ni los millones, ni los esfuerzos para asentar una normalidad democrática en el país. Y de nada habrán de servir mientras las oposiciones no acepten el juego democrático con todas sus posibilidades, siendo una de ellas que la mayoría de los ciudadanos les regatee su voto.

Decenas de años llevamos con el mismo discurso descalificador de nuestras elecciones y de los panegíricos sobre el fraude anunciado. Que si la autoridad electoral y su autonomía, que si la ley y los tribunales, que si los términos de la competencia, que si la equidad en los medios electrónicos, que si el financiamiento público y privado, que si el padrón y la credencial, que si los funcionarios de casillas y los observadores. Anteayer era el padrón, ayer el IFE, hoy la coacción. El hecho es que para las oposiciones siempre hay algo que frustra la democracia, entendida ésta como la falacia de que el PRI pierda obligadamente.

Durante decenas de años hemos vivido inmersos en la reformitis electoral, de nada sirvió; de nada tampoco cuentan las interminables reformas hasta llegar a contar con una de las legislaciones más abigarradas y complejas del mundo, legislación hija de la paranoia oposicionista y las fantasías de los transitólogos electorales.

De nada sirvió ciudadanizar al IFE y dotarlo de autonomía. De nada sirvió aumentar el financiamiento público y flexibilizar las coaliciones para que las oposiciones, ayudadas por el IFE y su autorización de nuevos partidos, contaran en los hechos con más financiamiento público que el PRI.

De nada sirvió que las casillas se integren por una doble insaculación; de nada la capacitación electoral; de nada los representantes de partido; de nada los observadores electorales; de nada los visitantes extranjeros; de nada el servicio profesional electoral; de nada la legislación penal en materia electoral.

De nada, en fin, ha servido el supuesto tránsito democrático del País, según las actitudes recurrentes y vergonzantes de nuestras oposiciones. Lo más lamentable es que para las oposiciones nada ha sucedido en este País en 70 años y el ciudadano mexicano es un pobre idiota a quien siempre le toma el pelo el PRI.

Una cosa debe quedar en claro, nadie descalifica de antemano una elección que sabe ganada o con posibilidades de ganar. Así lo vimos con Cuauhtémoc en 1997 y lo observamos hoy en las diferencias entre el discurso López Obrador (que se siente ganador, aunque no tenga nada seguro) y Cárdenas, estacionado en 1988. Mientras el primero habla de avance democrático, el segundo recupera su discurso antifraude y el papel del apóstol de la democracia que también sabe representar. Así lo hemos visto en Nuevo León y otros estados cuando el PAN se siente con el triunfo (o la entrega) en la bolsa.

¡Ah!, pero nada más sienten que el voto no les habrá de favorecer (o el chantaje de funcionar) y empiezan con sus actitudes denigratorias de leyes, autoridades, procedimientos e instrumentos electorales. Lo más penoso de todo es su premisa mayor: los mexicanos todos somos un atajo de tarados e ignorantes a quienes un grupo perverso (priístas) nos roban, elección tras elección, delante de nuestros propios ojos, la democracia.

La actitud de nuestras oposiciones no puede ser más antidemocrática, serrana e injusta. Para ellas hay un voto bueno y un voto malo: un voto por Fox (que no por el PAN) o por Cárdenas es un voto sano, democrático, limpio, razonado y letrado. Un voto por el PRI es hijo de la corrupción, la antidemocracia, la coerción, el robo, la violencia, el cochupo, el hambre o la ignorancia. Los primeros deben contar y defenderse, el segundo no puede ser considerado, debe evitarse o, en su defecto, destruirse.

Eso no es otra cosa que democracia de contentillo: si gano hay democracia y transición; si pierdo, hay fraude y coerción del voto.
¿Hasta cuándo los mexicanos nos cansaremos del discurso del fraude anunciado, la descalificación adelantada y la deslegitimación de nuestras elecciones?

¿Hasta cuándo podremos contar con oposiciones maduras, democráticamente comprometidas y políticamente serias?

Es parcialmente cierto que nada ha cambiado en nuestra democracia en los últimos 70 años. Por lo menos de 1977 a la fecha nuestras oposiciones tradicionales no han cambiado actitudes, discursos y mañas.

Hace unos meses cuando el PRI con pruebas en la mano denunció por responsabilidad administrativa a un Consejero Electoral, los padres de la transición rasgaron sus vestiduras por lo que calificaron de blasfemia y artero ataque a "la democracia". Hoy que las oposiciones prevén nuevamente otro revés electoral, atacan sin ambages y con especial saña y perversión (Foxidio) a la institución electoral, nadie sin embargo sale en su defensa, nadie osa equiparar al IFE o a sus consejeros con la mismísima democracia.

La consistencia democrática de nuestros transitólogos y autonomistas es tan sólida como los compromisos ideológicos de Castañeda, Aguilar Zinzer o Durazo.

Nuestras oposiciones sufren del síndrome de Penélope, lo que tejen entre elecciones lo destejen a penas observan que el voto no les va a favorecer. El IFE impoluto de hace unos meses, hoy no les parece confiable, igual la ley, el Tribunal y todo aquello que no les asegure el triunfo electoral incluso en contra de la voluntad popular. La verdad es que no por cambiar la ley o apoderarse de la organización electoral tiene por que cambiar el sentido del voto mayoritario y en ello es donde los cálculos de los transitólogos fallan y fallarán.

P.S. Porfirio, ¡por favor, un poco de pudor!

#LFMOpinión
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#Penélope

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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