PARRESHÍA

El dilema

El dilema

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Con eso tenemos que arar.

López Obrador tiene un gran instinto para detectar problemas sociales y explotarlos a su favor; desde los pepenadores de Villahermosa hasta el fraude electoral, de la desigualdad a la inseguridad, de la corrupción a la mafia del poder. Su arte radica en hacerlos suyos, cultivarlos, exacerbarlos, encabezarlos, eternizarlos.

De allí lo acertado de sus diagnósticos, lo empático de sus poses, lo efectivo de sus proclamas y, por igual, su ausencia en soluciones.

López Obrador se mimetiza con su público: viste sus ropas, se cuelga sus flores, porta sus tocados y sombreros, personifica sus dolores y afrentas; expropia y monopoliza sus rencores.

No es casual que cuando le preguntan cómo resolver un problema regresa siempre a describirlo con frases hechas y probadas una y otra vez en la plaza pública, porque toda su estructura está armada y orientada para potencializar los problemas y capitalizar su enojo.

Su habilidad implica una innata comunicación con el pueblo; empática y efectiva cual pocas, pero carente de sentido de solución. Más aún, las soluciones no le interesan porque se quedaría sin qué vender.

Su virtud, si así se puede llamar, consiste en hablarle al resentimiento, en enardecer el rencor, en explotar la rabia, la mayoría de las veces cierta, profunda y justificada, y, por tanto, altamente manipulable. En esencia es un agitador.

Por otro lado, tenemos a Meade, orientado hacia la solución racional y eficaz de los problemas. Él parte del hecho, pero lo desmenuza en su naturaleza, circunstancia, dificultad y riesgos, abstrayéndolo de su carga social, política y emotiva; lo racionaliza, desmenuza, analiza y propone soluciones prácticas y eficaces, pero lo hace con la frialdad del científico de laboratorio, con la seriedad del académico, con la pompa del hacendario y, para colmo, con el lenguaje complejo del economista.

López Obrador y Meade son extremos que se llaman y repelen. Entre ellos media una tierra de nadie, donde desespera una sociedad que se debate entre el arrebato y la impotencia.

López Obrador es lo que es, porque nuestra clase gobernante, cual científicos del porfiriato, vacío de política la gobernanza, apostó a los índices de calidad y eficacia administrativa por sobre el entendimiento y bienestar del pueblo, prefirió la comodidad del invernadero a la inclemencia del temporal, quiso hacer política sin la polis. En muchos casos confundió la vocación política con el medro económico.

Nuestras élites políticas, agrupadas en partidocracia variopinta, acogió la modernidad democrática y económica tirando a la basura las causas de justicia social surgidas de la lucha revolucionaria junto con su régimen caduco, como si éstas fueran parte del problema y no exigencia de solución y sentido de la acción.

Pero también, López Obrador es como es porque apuesta todo al reclamo social sin abrir opción a su solución.

Meade es como es, porque a su esmerado aprendizaje le faltó pueblo, piojo, hambre, mugre en costra, panzas hinchadas de gusanos, desnutrición y dolor humano. No digo que no los conozca, ni los entienda; digo que los convierte en elementos de análisis y de la ecuación, pero no de su emoción. Su sistema de pensamiento priva por sobre su empatía y conmiseración, impidiéndole expresar cualquier pasión desmandada del método tecnocrático.

López Obrador es un animal de campaña, no un estadista; Meade es un administrador, no un político, es un candidato frígido.

Entre uno y otro se aprecia la ausencia del verdadero político, el que conecta necesidades con soluciones, hombres de carne y hueso con políticas públicas, pueblo con gobierno, pluralidad con unidad de acción efectiva, diversidad de intereses con interés común, caos primigenio con sentido y organización, emoción con conducción.

El problema es que eso es lo que hay. Con eso tenemos que arar.

Tal es nuestro dilema.

¿La solución? Asumir nuestro papel en la ecuación, en tanto sociedad organizada y ciudadanía participativa, vigilante y madura, sin necesidad de tutorías, patrias potestades o salvadores sexenales. Exigir a uno soluciones o al otro empatía y compromiso social; al que finalmente elijamos, resultados. Elegir pensando en nosotros y por nosotros, no por ninguna otra razón o sinrazón.

PS.- Y para quienes se pregunten qué opino de Anaya, les digo que es un vulgar ladrón y una historia de traiciones, rodeado, además, de buitres de la política.

#LFMOpinion
#Agitador
#Administrador
#Estadista
#Política
#Dilema

Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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