PARRESHÍA

El voto nulo y El Bronco

El voto nulo y El Bronco

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Factores fuera de control

Estamos todos muy atentos a los grandes números mientras que los pequeños puede estar complotando para contradecir las encuestas.

Ya mucho se ha hablado de los indecisos, los volátiles y los que no contestan.

Hoy quiero hablar de dos fenómenos que pueden mover en su totalidad tanto las cómodas, cuanto las angustiadas previsiones: el voto nulo y El Bronco.

El voto nulo en México tiene dos vertientes, aquel que es producto del error humano y aquel que expresa la desaprobación del elector.

El primero es probable que sea muy alto por el mazacote que han hecho de la legislación los partidos, de suerte que se requiere una Guía Michelin para votar. Ello puede implicar que votos decididos y contabilizados en las encuestas no se reflejen fielmente en el cómputo final de las urnas por errores imputables a la compleja legislación electoral y a la multiplicidad de formas de votar.

La segunda vertiente de voto nulo es lo que en otras legislaciones se conocen como el voto en blanco, por medio del cual el ciudadano manifiesta su desaprobación a todas las opciones puestas en juego en la boleta.

En otras elecciones, como la de 2009, el porcentaje de votos nulos fue muy alto, lo que dio paso a la preocupación de los partidos y gobierno, y, en consecuencia, a reformas políticas de gran calado que no fueron hijas de sus convicciones y compromisos, sino del pavor que la reprobación ciudadana les había expresado en las urnas.

El promedio nacional del voto nulo suele rondar en el 6%, cualquier punto por encima de esta media puede mover significativamente los equilibrios prefijados en las encuestas.

El otro tema que puede generar movimientos telúricos, aunque usted no lo crea, es El Bronco; no en balde los partidos han combatido en el silencio y la hipocresía a los independientes, y sus mandaderos, los consejeros electorales del INE, los han hasta criminalizado con más saña que legalidad.

Los independientes, en este caso, el único que sobrevivió al desaseo institucionalizado por el INE, son un elemento en la ecuación que las encuestas no saben medir ni interpretar. No hubo una sola encuesta que hace tres años previera el triunfo de Jaime Rodríguez en Nuevo León; todos sus métodos y procesamientos sufren de una tara partidocrática que les impide interpretar una realidad que desborda su saber y pericia.

Hasta hoy las encuestas sitúan a Rodríguez Calderón entre un 1 a 6 por ciento de las preferencias, esa diferencia de cinco puntos puede ser determinante para un triunfo holgado o estrecho de la presidencia y, cualquier punto arriba del seis por ciento cimbraría las certezas hasta hoy construidas.

Pongamos el caso de que El Bronco, por las razones que usted quiera, alcance los dos dígitos, qué impacto tendría en la recomposición del escenario electoral, a quién beneficiaría, a quien llevaría a la tumba.

Lo que señalo no es nada imposible. Las soberbias panista y priísta en Nuevo León jamás creyeron que un outsider pudiese restañar su firme paso al poder y terminaron mordiendo el polvo.

No creo que Jaime Rodríguez pueda ganar la elección, pero sí tambalear sus grandes números. Puede definir, primero, quién juegue en tiempo real en segundo lugar y, finalmente, quién gane la elección. Si la elección se cierra a tercios, los votos nulos y los votos que jale El bronco pueden llevar a esta elección a escenarios inimaginables.

El diablo siempre se esconde en los detalles y este pequeño detallito les puede presentar el mentado Chamuco a las tres coaliciones. Ahora solo falta que se argumente que el fraude se plasmó inflando la votación de una apuesta que abiertamente combate a los partidos y sus excesos.

Concluyo, los consejeros del INE no en balde se han empeñado, y con todo, en contra él; saben que su presencia es un factor fuera de foco y fuera de control en una ecuación que hasta hoy era monopolizada por los partidos.

Poco vivirá el que no lo vea, pero el próximo lunes de madrugada nos iremos a dormir con grandes sorpresas.

Al tiempo.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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