POLÍTICA

Pompadours

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Confunden las artes de seducción palaciega con las capacidades de estadista

El problema del cortesano es creer que sabe gobernar. Corrijo, el problema de un país regido por cortesanos es su desgobierno.

El cortesano sabe ganarse el oído y la voluntad del príncipe, y cito príncipe porque en una verdadera república -y a más democrática- el cortesano no tendría cabida. El cortesano monopoliza el oír y ver del príncipe, sabe navegar entre las intrigas y orquestarlas, se mueve en los entretelones de palacio, susurra en las sombras y rincones, manipula voracidades, cocina miedos, corroe al mismo ácido, se moldea a la abyección y no hay para él nada indigno, amoral o podrido.

Sus artes son adictivas para príncipes pusilánimes, depresivos y dudosos. El cortesano juega con las depresiones del príncipe, las explota y administra a su conveniencia. Por su parte el príncipe encuentra solaz y esparcimiento, paz y comprensión en él. El cortesano no se arriesga ni equivoca: siempre dice lo que el príncipe quiere oír.

El cortesano es para el príncipe una fuga hacia delante que le ayuda a desentenderse de la carga de gobierno.

El problema es que el cortesano, al monopolizar la confianza y simpatía del príncipe, confunde sus artes de seducción palaciega con las capacidades propias del estadista. Siendo el hombre de mayor confianza, se cree el más indicado y capaz para ayudar al príncipe en la ardua y compleja tarea de gobernar, y es allí donde la burra tuerce el rabo.

Ejemplos de cortesanos hay muchos. Uno paradigmático fue Godoy, amante del esperpento de María Luisa, válido de Carlos IV y de Fernando VII. De María Luisa, Godoy y al Rey (Carlos IV) el pueblo se refería como "la puta, el cabrón y el alcahuete." Treinta meses le bastaron a Godoy para escalar de cadete de la guardia a Teniente General, Duque de Alcudía, con el valle del mismo nombre en propiedad, Grande de España, Consejero de Estado y Secretario de Estado; todo ello a los 27 años de edad. Trepar al colchón de María Luisa seguramente le tomó mucho menos tiempo. A todo ello, tras la decapitación de Luis XVI en Francia, sumó el nombramiento de Capitán General de los Ejércitos sin jamás pisar un campo de batalla. La suerte de Godoy, tan exitosa en los entretelones cortesanos, se derrumbó al enfrentar al ejército español en Tolón en 1793 a un chamaco de 24 años, éste sí hecho en las armas y con visión de Estado, conocido poco después como Napoleón. Allí empezó el derrumbe de la hegemonía americana de España y de la corona española en Europa. Carlos IV abdicó hasta tres veces al trono, Fernando VII finalmente lo asumió para ser preso, junto con su padre, madre y Godoy, por Napoleón cuando accedió a cenar con él para negociar la paz por recomendación del propio Godoy. Pepé Botellas fue impuesto en España y en América las colonias se rebelaron aclamando a Fernando VII, pero sobre la vía irreversible de la independencia.

Godoy controló a los monarcas, más no la monarquía, que finalmente terminó derrumbándose en meses. Retozar en tálamo de María Luisa y absorberles el seso a Carlos IV y Fernando VII fueron sus artes, gobernar no.

Pues bien, tal es el sino de los cortesanos, creerse estadistas y sólo ser Pompadours.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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