Duarte, el paradigma
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Calígula nunca quiso hacer Senador a su caballo; lo que dijo fue que su cuaco entendía mejor las cosas que todos los senadores juntos. Parecer en el que no andaba muy errado, ni lo andaría hoy, si fuera el caso. Pues bien, hubo una camada de Gobernadores que, como los senadores de Calígula, tampoco entendieron que no entendieron y creyeron políticamente inteligente hacer su sucesor a las piedras.
Me sorprende que haya quien se sorprenda de la generación de exgobernadores que sufrimos, cuando desde su postulación fue prevista la debacle en la que concluyeron.
Hago a un lado a Padrés, porque este pobre diablo era apenas un candidato testimonial cuando el incendio en la guardería ABC se le atravesó para entronizarlo como gobernador. Comparte desgracia con sus compañeros gobernadores, pero no origen. El suyo es doblemente lamentable.
La gerencia del PRI ha hecho de la persecución de Javier Duarte su apostolado, tema que ya hemos analizado; mejor haría en preguntarse cómo es que llegaron esos gobernadores, porque Duarte no es un caso aislado, es la expresión de un paradigma.
El paradigma político de jóvenes ignorantes, vacuos, frívolos e inventados. Acoto, no tengo nada contra la juventud, pero estos otrora jóvenes nunca representaron a juventud alguna. Fueron escogidos precisamente porque no representaban nada; porque eran nadie. Arcilla virgen para solaz de los despachos de imagen.
En épocas del presidencialismo imperial la locura atacaba sólo al Presidente, los gobernadores estaban sometidos a su control y no podían desmandarse. Al desaparecer el viejo presidencialismo se perdió ese control; los gobernadores se convirtieron en pequeños dictadorzuelos y la locura los alcanzó.
La sucesión en las entidades paso a ser una imposición personal y caprichosa del gobernador en turno. No había que convencer ni negociar con nadie. Siendo amo y señor en su terruño, los grupos contrarios a él fueron cooptados, exterminados o desterrados; ninguna carrera política fue posible fuera de su sombra y, más importante aún, la carrera de su sucesor pasó a ser su propiedad personal. Poco importaban experiencia, trayectoria, grupo, poder, conexiones y recursos; bastaba que el gobernador decidiera inventarle, prácticamente de la nada, imagen, carrera y sucesión.
Y llovieron Medinas, Duartes, Borges y demás especímenes de esta lamentable generación.
Lo peor es que se la creyeron. Para ellos todo era posible. En su pensamiento mágico bastaba querer para poder. El haber no importaba, todo se podía con manejo de imagen y hartos billetes; lo demás eran pequeñeces y cosas de viejos necios. La frivolidad fue consubstancial a su omnipotencia, adoración y destino manifiesto.
Privó, además, la ley de oro del que pone sucesor: "¿Quién va a pagar la campaña?", preguntaban a voz en cuello. "Pues el que paga manda cabrones", se autocontestaban con manotazo en mesa.
¿Acaso ya olvidamos que Borge sólo pudo ganar metiendo a la cárcel a su contrincante?
Como esa, son las tristes historias de esta generación de gobernadores infames. Desde siempre supimos de sus carencias y conocimos la estulticia y avidez de sus impulsores. Nunca se pudo esperar un resultado diverso al alcanzado.
La pregunta es: ¿y el PRI? Se entiende la locura de quienes en mala hora los impusieron, como también se entiende el mal fario de los gobiernos resultantes, pero ¿y el PRI? ¿No tenía vela en el entierro? ¿Es que a su interior nadie vio el futuro que compraban con estos personajes? ¿Nadie pensó en los costos a pagar? ¿Ninguno se preguntó por la descomposición partidaria y política que estaban generando? ¿Tan débil era el PRI ante sus gobernadores? ¿Tan cegado por el espejismo del triunfo sin dolor? ¿O es que se creyó que las culpas las habrían de cargar los impositores y no el partido?
Qué instrumentos institucionales tiene los partidos todos para evitar que les impongan candidatos. Quién les asegura que mañana el crimen organizado, una potencia extranjera, el poder del dinero o el clero no les impongan electoralmente una "imagen" nueva, diversa, fresca, aunque igualmente vacía y manipulada.
Incluso ahora los partidos ya no son necesarios, se pueden imponer candidaturas independientes. ¿No es acaso el Bronco expresión diversa de este paradigma de imágenes en lugar de políticos?
Y si bien el PRI pecó de omisión en su papel de entidad de interés público al dejar prevalecer los intereses de quienes impusieron a estos esperpentos, tenemos que reconocer que la ciudadanía jugó un triste parte.
Todos somos cómplices de la descomposición. Los medios hicieron pingüe negocio en la hechura de candidatos sacados de la nada y luego se aprovecharon de su noviciado y debilidad; los contratistas corrieron a regar sus candidaturas para encaramarse a la fronda de sus gobiernos; la academia y la intelectualidad les vendieron consultorías, estudios, encuestas, control de daños y manejo de imagen, sin importar la catadura de los sujetos; el viejo priismo prefirió lamer sus heridas en el furgón de una Revolución ya sin destino, que apearse del tren. Finalmente los ciudadanos aplauden y votan el oropel que cada seis años se les vende.
No se trata nada más evitar la impunidad de estos odiados sujetos; menester es desentrañar cómo fue que semejantes despropósitos pudieron ser abanderados partidistas ciudadanamente votados.
Necesario es evitar que la locura de su surgimiento y entronización -de su paradigma- vuelva a suceder.
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