POLÍTICA

Libertad para morirse de hambre

Libertad para morirse de hambre

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Seamos francos: todo en México está estructurado para que el mexicano busque padre, caudillo u utopía; no libertad

La frase es de López Portillo. No faltará a quien la autoría provoque urticaria, pero no deja de ser verdad y constante nacional.

Cortés liberó a los pueblos sujetos al yugo mexica, para someterlos al colonial. La independencia rompió las cadenas que nos ataban a la corona española, para sojuzgarnos al criollismo y sus aliados clerical y militar. Las intervenciones extranjeras diezmaron a un militarismo aristocrático de opereta y el gran Juárez proscribió el fuero y hegemonía clericales, pero los científicos, hechos dictadura, deslavaron el ser nacional, vistiendo de frac a una de sus expresiones y acapillando en servidumbre esclavizante a la otra. La Revolución redescubrió al mexicano, pero los regímenes post-revolucionarios lo redujeron al corporativismo, clientelismo, patrimonialismo y corrupción. Tras de él, la libertad dejó de ser de los humanos, para ser de los mercados, del campo, de la economía, de las telecomunicaciones. Luego vino la gran noche del cambio de charol, del extravío y el luto nacional.

Siempre, sin embargo, hemos pugnado por liberar al mexicano de sus ataduras.

La libertad tiene un costo que no muchas veces se está dispuesto a pagar.

La libertad nos expulsa del paraíso conocido, de la minoría de edad, de la comodidad de la dependencia. La libertad nos obliga a hacernos cargo de nuestra vida y destino. La libertad impone responsabilidad y soledad. La libertad, en su faceta de independencia, pesa y nos enfrenta a la realidad, diría mi abuela, "sin Güajes pa’ nadar". La libertad moldea y llena nuestra soledad. Jamás se está tan solo como cuando todo depende de uno mismo.

Por eso hay personas que rehúsan ser libres, que prefieren siempre depender de alguien o perderse en el vicio o la locura.

¿Es el mexicano uno de esos seres incapaces de ser libre?

Erik Fromm escribió en estas tierras El Arte de Amar, el gran texto en el que desarrolla el miedo a la libertad. ¿Casualidad o psicoanálisis social?

En no pocos casos encontramos que el mexicano no quiere ser libre, más que de nombre. Quiere ser ciudadano, pero anda buscando "ciudadanos ciudadanizados" que resuelvan por su sola y supuesta imparcialidad los asuntos de la Re-Pública; quiere ser demócrata, pero sin despeinarse en cuestiones de participación social; quiere ser responsable, pero entrega todo el poder y toda la esperanza al primer caudillo que se cruce en su camino.

A veces pienso que el mexicano no anda en busca de crecer y desarrollar sus capacidades, sino en busca de un papá que lo adopte, que lo mantenga, que le resuelva la vida de por vida. Esa figura paterna la proyectamos en el Presidente, en el candidato, en el cacique, en el delincuente que impone su orden criminal en el barrio, en el cura salvador y parlanchín, en el líder sindical, en el compadre con cargo público, en el rico conocido.

No buscamos cómo superarnos, sino a quién entregarnos.

¿Se puede ser verdaderamente libre cuando no se quiere ser libre, cuando no se cuenta con el instrumental para serlo, cuando se carecen de estímulos y sobran, por el contrario, apremios para no serlo?

Seamos francos: todo en México está estructurado para que el mexicano busque padre, caudillo u utopía; no libertad.

Para el mexicano basta la libertad de hacer lo que le venga en gana, excepto crecer y ser dueño de su destino. Diría un maestro, quieren novia con permiso de acostarse y llegar tarde; no esposa, matrimonio y familia.

Con Salinas se dijo que si liberábamos al ejido del Estado, éste florecería cual alcachofa. Liberado que fue el ejido, fue presa de comisariados corruptos, funcionarios falaces y especuladores desalmados. ¿Pero es ello culpa solamente de quienes hoy lo oprimen, o tiene parte importante, si no que prioritaria en su desastrada situación el apocamiento y miedo a la libertad de los propios ejidatarios?

En México nadie pregunta si se sabe de algún trabajo, se cuestiona quién conoce a alguien en tal o cual dependencia.

Se busca una plaza sindical de base, así sea la peor pagada, que asegure inamovilidad y pensión. ¿Desarrollo profesional, superación personal, esfuerzo continuo, ahorro? Esas son sandeces para el mexicano común y corriente, por eso el éxito del ahora y aquí del crimen organizado.

Quienes planean el futuro del País y norman su tránsito hacia él, pudieran estarse haciendo las preguntas incorrectas. Buscan liberalizar al mexicano, cuando debieran preguntarse cómo liberar al mexicano de su miedo a la libertad, cómo dotarle de instrumentos y estímulos que hagan esa libertad apetecible, efectiva y fructífera. De otra suerte, estaremos liberándolo para que siga muriéndose de hambre, miedo y tristeza.

Quizás por eso, toda política de desarrollo social termina siempre en burdo asistencialismo. Porque el mexicano no quiere desarrollarse, sino seguir siendo mantenido.

Mientras no abordemos este asunto desde otra perspectiva, el mexicano volverá una y otra vez a vender su libertad, su dignidad y su ser al primer vivales que lo deslumbre con unas cuentas verdes. Y no es un problema de las cuentas solamente, sino del apreció que a ellas les otorgamos por miedo a no tener luz propia para brillar.

PS.- Aclaro para los malintencionados: no digo que esclavicemos al mexicano; digo que libertad sin instrumentos y condiciones para hacerla efectiva y libertad sin responsabilidades, no es libertad, es espejismo esclavista.

#LFMOpinión
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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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