Terror sobre terror
Entre el evento, su transmisión y recepción, media un infinito cruzado de intereses que acreditan que el espacio mediático no es transparente, ni esterilizado.
Veamos tres casos:
Un niño muere en medio oriente. Un avión no tripulado lanza una bomba quirúrgica contra una célula terrorista que, en su lugar, encuentra una familia durmiendo. Todos mueren (excepto los supuestos terroristas): padres, hijos y abuelos. Del niño (y su familia) se desconoce absolutamente todo, se sabe de él porque un año después la fotografía de su féretro, cargado por hombres en duelo, gana el premio Pulitzer. La historia no es del niño, es de una fotografía. La muerte y su drama suplantada por la imagen y sus premios.
Otro niño muere en Estados Unidos. Un joven alienado entra a su salón de clases y descarga toda la barbarie de un arma de asalto que su mamá, una maestra de escuela, guarda en casa como parte de un vasto arsenal personal. Con el niño mueren todos sus compañeritos en edad preescolar. La sociedad es sacudida por la noticia, su cobertura saca la mejor raja del rating. Los nombres de los niños difuntos, si bien les va, se pierden en alguna nota de páginas interiores. La sociedad se escandaliza unos días por la historia del joven desquiciado y luego ocupa su atención en algún partido de futbol o un escándalo de marquesina, hasta que una nueva masacre le recuerde nuevamente la demencia de nuestros tiempos.
Un niño más muere en Boston. Dos bombas caseras explotan en las gradas de meta del maratón más tradicional de la unión americana. Con él muere su mamá y su hermana. Su padre, un corredor, llora su pérdida. La noticia colma y desborda los espacios informativos; a su alrededor se reconstruye con lujo de detalles la triste historia del menor, su trágica muerte y el peligro inminente de una sociedad siempre amenazada.
Los terroristas, de serlo, ya que la autoría pudiera militar en las filas de los desquiciados que sin propósito ideológico descargan su locura contra grupos inermes e inocentes, encuentran en los medios y autoridades norteamericanas sus mejores y más eficaces asociados. Unos y otras hacen del evento una oportunidad para escalar la paranoia social. Estados Unidos siempre tiene que ser una sociedad bajo amenaza; armada, en pie de guerra y con una industria armamentista de punta y dueña absoluta de los presupuestos públicos.
¿Reforma migratoria, gasto social, retiro de tropas de países ocupados, cierre de paraísos carcelarios al margen del derecho internacional? Imposible ante una sociedad atacada en propia casa.
Pero aclaremos antes de ser malinterpretados. Toda muerte violenta es lacerante y absurda. Todo acto terrorista es cobarde. La muerte de inocentes es imperdonable. La muerte de menores, siempre inocentes, es contranatural y propia de desquiciados.
Pero no podemos negar que, bajo los estándares imperantes, hay muertes anodinas, muertes negocio y muertes bandera.
Las primeras, la mayoría, son olvido, insignificancia. Cuando mucho casualidades, desgracias, notas de relleno en noticiero o periódico. En éstas militan las muertes silenciosas, de sorda violencia y de inutilidad mediática, pero de inmensas colectividades e innegable presencia. Son las muertes del hambre y la enfermedad. Vigentes en todas las sociedades y posibles por el encausamiento de los recursos de la sociedad a proyectos bélicos, ruletas financieras y robos de cuello blanco o de uña de político.
Las muertes negocio son aquellas cuya cobertura reporta un beneficio mercantil y se cubren no por la muerte, ni por el drama que encierran, sino por su ruido mediático y consabidos dividendos mercantiles. Nada nuevo bajo el sol, buitres y hienas ha habido y habrá.
Finalmente están las muertes bandera. Ésas que desesperadamente buscan nuestros bloqueadores profesionales de calles y carreteras, ésas que urgen a la causa, cualquiera que ésta sea, de nuestros marchistas con palos, tubos y machetes. Pero también puede ser la infame muerte del niño del maratón de Boston -lacerante y absurda a cual más – si permitimos que sobre ella se cebe el terror de los controladores de la paranoia de esa sociedad, sobre el terror infringido por sus enemigos.
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