Pacto electorizado
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Llámenme aguafiestas irredento, pero encuentro más que lamentar en la resurrección del Pacto por México, que razones para festejar.
Bueno que retome su rumbo e impulso, plausible que destrabe la iniciativa financiera y saludable que las escaramuzas electoreras y vendettas personales no lo hayan descarrilado… del todo.
Pero en este último lance, el Pacto perdió la prioridad y conducción que lo legitimaban. Perdieron prioridad las reformas estructurales y su conducción el horizonte de estadista.
Otra vez la partidocracia ha llevado a la Nación al callejón de sus eternas reformas electoreras, donde lo único que importa son las prebendas partidistas; donde los interlocutores son los mismos de siempre; y donde habrán de extraviarse, como es costumbre, los grandes temas nacionales.
Duele hacer memoria, pero llevamos inmersos en reformas electoreras desde 1977. Miles de miles de millones de pesos hemos gastado en nuestra reformitis electorera crónica, y el resultado es una metástasis del cáncer de la partidocracia. Dinero que pudo haber aliviado el abandono del campo, impulsado la industrialización del país, atemperado la ignorancia y combatido nuestra injusta e insultante miseria. Tiempo, atención, esfuerzo, recursos y voluntad que se sustrajeron de otros problemas nacionales más ingentes, más explosivos y más lacerantes, y que solo han servido para engrosar las prerrogativas de los partidos y los bolsillos de sus vivales.
Hemos estado tan ocupados en las reformas y conflictos electoreros, y tal es su ruido y parafernalia, que no hemos tenido espacio para atender los problemas estructurales del país por décadas. Y, todo parece indicar, tampoco habremos de hacerlo en esta ocasión.
Una pequeña escaramuza de los partidos, aprovechando la torpeza jarocha en conductas por todos practicadas –conductas y prácticas que acreditan, por igual, el cinismo y esquizofrenia que comparten-, una pequeña escaramuza, digo, y la agenda del Pacto se electorizó y su iniciativa y control pasó de la orientación de estadista a la electorera y a manos de los electoreros de siempre.
Bastaba ver el presídium de la resurrección del Pacto para constatar que era imposible que ello no sucediera: Murat, Creel, Pablo Gómez, Molinar, Ortega, García Naranjo, Cervantes, sin obviar a los presidentes de partido. Todos, exponentes paradigmáticos de nuestra partidocracia. ¿Cómo iban ellos a permitir que la agenda nacional quedara fuera de su control, reflector, discurso y chantaje?
Quizás hemos atestiguado, sin saberlo, el fin de este sexenio. La agenda nacional está nuevamente en manos de la partidocracia y de sus personeros. Un clásico diría, de la nomenclatura. Todo lo demás, empezando por las reformas estructurales han quedado, de nuevo, sujetas a lo electorero y a sus artífices, dueños y beneficiarios.
Otra vez al circo desgastado de las miserias y mezquindades de nuestra partidocracia. ¡Y con ustedes, Muñoz Ledo y discípulos variopintos con la versión diez mil ciento diez de la Reforma del Estado!
Olvidémonos por otras dos décadas más de las reformas estructurales. Nuestros grandes logros serán más recursos y menos obligaciones para los partidos, más conflictos y chantajes sociales, más descrédito de la política y mayor hartazgo ciudadano, más cargas y trampas para las autoridades electorales, más complejidades y recovecos que permitan la ordeña electoral, más zonas negras para mercar favores políticos por financiamientos secretos, más cochinitos y, por supuesto, más ricos de campaña.
Los delitos electorales, las causales de nulidad de la elección, el sistema de representación secuestrado por las dirigencias y las conductas nefandas e hipócritas de los partidos quedarán intocadas.
Lo inaudito y emético del presídium de la resurrección, es que, por un lado, muchos de los que en él demandaron y aplaudieron las reformas por venir son artífices de las reformas a reformar y serán –nuevamente- responsables de su hechura (y efímera vida), y, por otro, que las conductas que arrasan su indignación son su propio modus vivendi.
¡Pobre México!
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