Triunfalismo madrugador
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No comparto el triunfalismo madrugador priista; antes bien recelo de su futuro.
Tampoco me causan certeza los liderazgos providenciales, las popularidades mediáticas y las profecías de retorno.
No deseo la continuidad del desastre panista ni el arrebato tribal perredista. Pero una cosa es que los adversarios estén mal y otra que no seamos objetivos y críticos con nuestra situación.
Los priistas sufrimos ceguera de taller, sólo tenemos ojos para los errores del vecino. No nos hemos hecho cargo de las razones de nuestras derrotas, no procesamos nuestras contradicciones, no admitimos nuestras divisiones y hacemos caso omiso de nuestro ayuno ideológico y programático.
Ante la posibilidad del triunfo renacen las peores de nuestras facetas, no lo mejor de nuestra esencia.
No sabemos quién somos: en nuestras filas alinean desde lo más reconocido y apreciado, hasta lo más impresentable y deleznable.
Nos sentimos seguros porque la ropa sucia la lavamos en casa, cuando jamás hemos lavado nada. Estamos hundidos en décadas de heces, pero como el Rey desnudo creemos que nos aman con locura y reclaman a gritos nuestro regreso.
Hacia dentro nadie cree ni confía en nadie. No hay espíritu de cuerpo ni idea de equipo. La traición es moneda de uso corriente. La división nuestra peor enemiga. Pero nadie trabaja para solucionar este déficit, todos se atrincheran esperando vender caro su amor a quien llegue, o a saltar de barco en caso necesario.
Nuestras estructuras están escrituradas a mafias burocráticas cancerígenas que impiden cualquier brote reformador.
La inteligencia política brilla por su ausencia, el discurso da grima y la publicidad basca.
Nos refugiamos en repetir que los otros no saben gobernar, y es cierto. Pero Calderón no está dedicado a gobernar, su único dogma y sola misión es acabar con el PRI y los hechos hablan por sí solos.
¿Qué hacemos?
Desde Los Pinos se comanda la política de alianzas, se tiene cooptado al PRD, se hace un uso electoral de programas sociales, se opera la guerra sucia con expedientes de procuración de justicia, la presión y coacción ciudadana con toda la fuerza del Estado, se impulsa un estado de excepción que, en caso extremo, haga imposible la realización de los comicios, se cocina el desdoro de nuestras instituciones electorales y se avanza en el control de los medios de comunicación.
¿Y nosotros que hacemos para evitarlo? Planchamos el vetusto traje para la fotografía triunfal del 2012. ¡Vive Dios!
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