POLÍTICA

Cascarón vacío

Cascarón vacío

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Una clase política vacilante suele caer en la inacción frente a la violencia y de allí al vacío de poder y a la quiebra de las democracias

En su obra "La quiebra de las democracias", Linz enumera varios supuestos y uno de ellos se ajusta peligrosamente a nuestra actual circunstancia.

Sostiene Linz: "El colocar simultáneamente en el orden del día muchos problemas complejos cuya solución ha sido demorada durante décadas puede muy bien desbordar los recursos de un liderazgo con poca experiencia administrativa, información limitada y escasos recursos financieros. Incluso asumiendo que las soluciones propuestas fueran todas eficaces, el régimen puede verse dañado por la falta de efectividad al no poder llevarlas a cabo rápidamente. En el proceso habrían creado grandes expectativas entre sus seguidores y despertado los temores de los que se sienten afectados negativamente por las reformas, sin cosechar el apoyo de los posibles beneficiarios."

Ello pasa, sugiere el autor, porque suelen achacarse los problemas a la ineficacia del gobierno anterior sin considerar las condiciones imperantes de la realidad social, también al confundir la popularidad del mitin placero con el apoyo real ciudadano, así como por el voluntarismo que cree que con buena fe todo se puede. Podremos encontrar otras causas, pero al final el que mucho abarca poco aprieta y el camino al infierno suele estar pavimentado de buenas intenciones.

Una realidad sobrecargada de expectativas suele llevar las cosas al callejón de la inefectividad o incapacidad de "poner realmente en práctica las medidas políticas formuladas, con el resultado deseado", y de allí a la pérdida de apoyo político y a la erosión de la legitimidad.

Frente a ello suelen surgir las oposiciones semileales y desleales. Éstas últimas cuestionan la existencia misma del régimen y buscan cambiarlo, no siempre por cauces institucionales. Surgen así dinámicas de abierta rebeldía (a reformas y régimen), y con ellas el dilema del uso o no uso de la fuerza, o bien del uso ineficaz de ella.

Trotsky mencionaba tres elementos necesarios para la revolución: conciencia política de la clase revolucionaria; descontento de los sectores intermedios y clase gobernante que ha perdido la fe en sí misma.

Una clase política vacilante suele caer en la inacción frente a la violencia y de allí al vacío de poder y a la quiebra de las democracias. Existen otras muchas vías para revertir la democracia, pero ésta se acerca ominosamente a nuestra desastrada realidad.

Clemenceau sostenía que "cada hombre o cada poder cuya acción consiste únicamente en claudicar puede sólo terminar en la autodestrucción. Todo lo que vive resiste…" Por igual es dable decir que todo lo que resiste vive y lo que no, o está muerto o en vías de fallecer.

La democracia no es algo que se conquista de una vez y para siempre, requiere ser defendida sin tregua ni cansancio. Incluso las democracias consolidadas están sujetas a regresiones.

Nuevamente es Linz quien habla: "Los miembros de una sociedad otorgan o retiran la legitimidad de día a día".

La mayoría de nuestros partidos no alcanzan a entender esto, son partidos canallas, que juegan en la democracia bajo ruindad y para el exclusivo beneficio de sus dirigencias y la conservación del control político, el uso y el abuso de sus militancias. Y uno más que, igual o más de canalla, es a la vez un partido desleal que juega a la democracia para quebrarla desde adentro.

El gobierno, por su parte, se deslava aceleradamente sin acusar recibo de lo frágil de su situación y reacciona con discursos y actos acartonados y disfuncionales.

Finalmente, todos los actores políticos, sin distinción, hacen como que la virgen les hablara cuando de desprestigio o abierta desaprobación ciudadana se trata. Elemento adicional y de gran centralidad en el desencanto popular de la democracia.

Lo que sostiene a una democracia no son las elecciones, ni las reformas, ni la publicidad; es sólo su efectividad de regenerar cotidianamente consensos, de concertar unidad de acción ciudadana y de alcanzar resultados.

Sin efectividad todo es cascarón vacío.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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