En defensa de la policía
La función de la policía no es ser rehén de la barbarie.
Los policías no están ahí por gusto propio, cumplen una función pública en nuestro beneficio. Para que nosotros podamos dedicarnos a trabajar, enviar a nuestros hijos a la escuela, caminar por las calles y dormir tranquilos, alguien tiene que garantizar nuestra seguridad.
Por semanas hemos presenciado agresiones insólitas a policías. Uno de ellos murió a golpes y patadas en Acapulco en la toma ¡pacífica¡ del aeropuerto. Nadie ha alzado la voz por él.
A diario los vemos ser agredidos con tubos, piedras, bombas molotov, aerosoles utilizados como lanzallamas, mobiliario urbano, botellas, cohetes y gasolina con miras a quemarlos vivos.
En la UNAM, perros de pelea, azuzados por 20 "pacíficos" condóminos del Auditorio ex Justo Sierra, mandaron al hospital con fractura de cráneo y mordidas varias a un policía enviado por alguna oscura mano con miras a incendiar esa casa de estudios.
Tras cada refriega, decenas de policías son hospitalizados con severos daños a su salud.
Las agresiones son televisadas diariamente hasta la saciedad, sin que la sociedad muestre extrañeza por ello. Como si la policía en México tuviese por función la de ser masacrada a fuego y sangre.
Quien crea que una vez caído ese último bastión, los vándalos van a deponer capuchas, armas y violencia, se equivoca.
Nadie, sea sociedad civil, medio democrático o intelectual televisivo ha abogado por los derechos y vidas de los policías.
Todos parecen olvidar que las piedras, tubos y llamas que reciben llegarían a nosotros si no fuesen nuestro escudo.
Parafraseando a Montesinos, podríamos preguntarnos: "¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no lo sentís?"
En la otra esquina, por el contrario, tras dos años de vandalismo impune y cobijado por leyes del PRD, 11 de estos angelicales agresores han sido finalmente sujetos a proceso. Uno de ellos chileno. Con una velocidad, coordinación y cobertura que espantan, brotan cual hongos organizaciones, personajes, marchas y voces que defienden el derecho a la violencia de los anarquistas, reclaman para ellos el debido proceso y la sujeción a la ley que buscan destruir, y pretenden convertirlos en víctimas indefensas, angelicales y ajenas a toda violencia.
Estamos frente a una contradicción del tamaño de una catedral y de cara a un proceso de desinformación y manipulación tan absurda cual procaz.
Por un lado se alega que los hoy sujetos a proceso son infiltrados del gobierno con miras a desprestigiar su movimiento pacífico. Por otro, sin embargo, se exige su libertad y se les denomina presos políticos. Si fuesen infiltrados gubernamentales, ¿por y para qué defenderlos y liberarlos? ¿Por qué los defienden organizaciones, personajes y emblemas históricamente contrarios al gobierno? ¿Por qué se parapetan en leyes suavizadas por afines al movimiento que en 2012 buscó descarrilar las elecciones y ahora reclama abiertamente, bajo la protección de la Constitución y con financiamiento público destinado a la vida democrática, la renuncia del Ejecutivo federal? ¿Por qué hacerlos mártires?
Llama la atención la facilidad con que se miente y tergiversan los hechos. Lo que el mundo entero ha visto y lo que cientos de fotógrafos capturan todos los días son actos salvajes contra policías. Lo que millones de mexicanos hemos sufrido en las últimas ocho semanas son violaciones a nuestros derechos. Cientos de miles, entre los que me cuento, hemos sido sujetos a la extorsión en casetas de peaje, bajo la solidaria amenaza de contribuir "voluntariamente" a la causa. Acapulco, por su parte, fallece por el dolor que enluta a Ayotzinapa y a cuya sombra se pretende, ahora, arda el país todo.
Nadie en su sano juicio puede sustraerse al sufrimiento y reclamo por la desaparición de los normalistas, pero, por más justicieros que sean, no autorizan agresión alguna contra persona cualesquiera. Menos aún contra quienes están allí, con riesgo de sus propias vidas, para nuestra protección y defensa.
No caigamos en el juego de la tergiversación de los hechos: los únicos agredidos en las manifestaciones consecuencia de Ayotzinapa han sido los policías y los ciudadanos, no los vándalos encapuchados y fehacientemente violentos.
El jueves los vándalos intentaron volar una pipa de gasolina en una zona densamente poblada. Fue la policía quien lo impidió. Nadie lo aquilata… hasta ahora.
Finalmente, no faltará quien diga que fueron policías los que detuvieron y luego entregaron para su desaparición a los normalistas. Y sí, así fue. Una policía corrupta, entregada o secuestrada por el crimen organizado y, en su mayoría, sujeta ya a proceso. El único que sigue prófugo es el que fuera jefe de la policía y pronto habrá de caer, si es que sus socios en crimen no han dispuesto ya de su persona. Pero no podemos generalizar Ayotzinapa como realidad única del país. Eso es lo que quisieran las manos que mecen la cuna del desencuentro nacional, si los dejamos.
Por igual valga decir que no porque haya estudiantes metidos a vándalos, todas las universidades y normales del país están entregadas al vandalismo.
 
PS.- No todo lo que brilla es oro. Las redes pueden hacer primaveras sangrientas, como en Egipto; pero no reconstruir naciones, como Egipto.
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