POLÍTICA

La tensión Meade PRI

La tensión Meade PRI

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PRI, set & ready

Los partidos son grandes y pesadas estructuras; anquilosadas, enmohecidas, corruptas.

Burocracias de pedigrí, expertas en la simulación, la maroma, la traición y el acomodo.

En alguna ocasión un dirigente del Movimiento Territorial del PRI, eternizado en su liderazgo hasta que se aburrió, me contaba con sorna cuántos Presidentes de partido había visto pasar con la intención de removerlo, y veme, decía, aquí sigo.

Aunque ya lo he escrito en otro lugar, considero oportuno reiterarlo: Todo cambio que se intente en un partido es como un organismo ajeno a su cuerpo que inmediatamente es combatido con anticuerpos, si logra sobrevivir al ataque, es encarnado hasta la inmovilidad y queda preso en los tejidos partidarios. Las más de las veces el nuevo organismo termina por fallecer por asfixia o abatimiento, o por ser absorbido en su totalidad por el cuerpo partidario.

Hay, por supuesto y muchos, especímenes que no llegan a él con intenciones de cambio o mejora, sino precisamente para ser asimilados y engordados en su seno. Ya una vez dentro, solo una extirpación o amputación lograrían echarlos fuera.

La vida partidaria llega a ser una adicción, hay gentes que lo único que saben hacer es sobrevivir en los meandros partidarios y fuera de sus estructuras se sienten en el espacio sideral.

A esa adicción hay que sumarle la propia del poder que Michels definió como la Ley de Hierro de las oligarquías. A diferencia de otros ámbitos, en el político los actores nunca se preparan para el retiro y menos para ceder un ápice de poder.

Pero estas estructuras y sus especímenes se especializan y agotan en sus juegos y equilibrios internos; el juego se llama persistir, no superarse. La superación implicaría abandonar el cascarón, crecer y finalmente fenecer. Así que la regla de oro es persistir contra viento y marea, asegurar feudos, rehacer alianzas, flotar, traicionar, encamarse a cada nueva circunstancia. Ese arte cortesano nos brinda especímenes que persisten por sexenios sin fin, sin importar el signo del gobierno en turno, verdaderos Maromeros Páez de la política, que siempre caen parados e incrustados en las élites de poder y del dinero.

Roberto Madrazo, ejemplar a cual más del PRI rancio, crecido en sus filas y avatares, fue abandonado a su suerte y traicionado por las estructuras partidarias cuando las circunstancias le fueron adversas. No resultaron ajenas al rechazo su ambición y traiciones, pero no es a él a quien analizamos, sino a las estructuras partidarias y su gen de sobrevivencia burocrática, transexenal, acrítica, desleal. Es el mismo gen que lleva a las ratas a abandonar el barco al primer signo de hundimiento, porque su propósito primigenio y supremo es persistir, de ser necesario a pesar de la causa.

Pues bien, a estas estructuras es a las que llega José Antonio Meade, estructuras que así como lo aclaman hasta la ignominia le recelan y desconfían hasta la paranoia.

Lo miden y tientan, esperando que cometa el primer error o induciéndolo a él, para entonces hacérsele presentes e indispensables.

Meade les pidió hacerlo suyo, pero hay muchas formas de que lo hagan suyo: secuestro, violación, encadenamiento, sometimiento, acoso; o bien liderazgo, reconocimiento y respeto. ¿Cuál de ellas será?

Meade no la tiene fácil, porque desgraciadamente necesita a las estructuras partidistas, no tanto por su eficacia logística, organizacional y electoral, cuanto como vehículo para llegar a la ciudadanía y, a través de ella, a la Presidencia.

Entre Meade y el PRI, para ser más preciso, las élites del PRI, en tanto estructura electorera, se entabla una tensión de largo aliento y respectivas necesidades y urgencias. El primero corre el riesgo de ser sometido a los intereses de persistencia burocrática de grupos y intereses priistas, sin mayor aliento que conservar sus espacios de poder, confort y, en no pocos casos, negocios, así sea a costa del triunfo de Meade. El segundo, las élites tricolores, tiene frente así dar de sí, mostrar su enmohecimiento, su incapacidad de cambio, su fuerza simulada, su estructura de tramoya, su muerte en vida.

A los dos les va la existencia, a uno la Presidencia, a otro su persistencia. Ambos tendrán que sacar de sí las mejores artes políticas para que la suma de sus debilidades devenga en fortaleza y supervivencia mutua.

Todo esto habrán de hacerlo, además, enfrentando la elección más complicada, en volumen, complejidad, rijosidad y competencia, en la historia nacional.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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