POLÍTICA

Una piedra llamada AMLO

Una piedra llamada AMLO

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A López Obrador siempre lo traiciona López Obrador en su mejor momento

Los tropiezos de Andrés Manuel, ¿son karma o actos fallidos?

Sus tropiezos se repiten con una puntualidad enfadosa y una trama repetitiva que cansa.

A López Obrador siempre lo traiciona López Obrador en su mejor momento.

En reuniones privadas ha presumido que su campaña aún no empieza, que la campaña se la ha hecho el gobierno de Peña Nieto con sus políticas, errores y corruptelas; pero ahora que se calientan motores para empezar la verdadera campaña, ya con contrincantes de frente, al Mesías le vuelven a ganar su lengua, ocurrencias y temperamento.

Ya mucho se ha escrito en redes y editoriales sobre su oferta de crear una Comisión de la Verdad sobre Ayotzinapa. A sus asesores se les han de haber puesto los pelos en punta, aunque AMLO pueda estar tranquilo pensando que la Comisión la integraría con Elenita Poniatowska, Taibo II, Epigmenio Ibarra , Federico Arreola y Ackerman.

También ya se ha comentado la barbaridad de su amnistía al crimen organizado.

Andrés Manuel, que por décadas ha esquivado temas que le son incómodos, como el aborto, las drogas, los matrimonios del mismo género o la corrupción en casa, en su mejor momento, cuando más debiera cuidarse, aborda el del crimen organizado para proponer(le) una amnistía. El dato no es menor y la explicación no está en el mensaje sino en su destinatario.

Andrés Manuel no propone una amnistía al crimen organizado, va a Tixtla, Guerrero, una de las zonas más violentas y violentadas del País, región de mayor producción de opio, a tenderle la mano al crimen organizado, como en su momento lo hizo con Abarca, a "ofrecerle" al crimen organizado una amnistía.
¿Por qué lo hace? Supongo porque éste, el crimen organizado, le exigió una muestra de compromiso y lealtad.

Lo que no alcanzo a entender es por qué lo hace de esta forma. Tan hábil que es para decir sin decir y para salirse de cualquier tema que le sea enfadoso, pudo haberlo hecho de otra manera más, digamos, pudorosa y cifrada.

Y así llegamos al tema de los tropiezos epónimos y cíclicos de López Obrador.

Andrés Manuel se tropieza siempre con él mismo, en el peor momento de la contienda y en el mejor de su posible triunfo, porque muy en el fondo no quiere ganar.

A AMLO lo que le gusta es andar de campaña indomable y victimizadas, ser el adalid de la democracia, más no su responsable; criticar a todo y a todos, más no gobernar.

Ser despojado una y otra vez del triunfo que tenía en las manos para llamarse robado, para instaurar caricaturas de gobiernos en la sombra, para continuar su lucha eterna por el voto por voto, para prolongar sus campañas sin treguas ni fin.

En el fondo, muy en su inconsciente, prefiere seguir combatiendo a la mafia del poder –que no del crimen, dicho sea de paso- en una campaña eterna, que desde el gobierno. Porque no es lo mismo denunciar en la plaza pública que actuar con eficacia en la responsabilidad pública.

En pocas palabras, AMLO nació para la movilización, no para el acto de gobierno; para reclamar, señalar, acusar, denostar, pero no para hacer, no para actuar, no para responder de sus propios actos.

Llegar a la Presidencia significaría, de entrada hacerse cargo de todos los problemas del país, y ya no habría a quien echarle la culpa, porque aún a la mafia del poder tendría que someterla y castigarla; pero principalmente implicaría la rendición de cuentas: cuánto gasta, cómo vive, cómo viven los suyos, cómo administra su tiempo, a quién recibe, cuáles son sus prioridades, cuáles sus filias, cuáles sus fobias, qué sí cumplió, cómo resolvió y a quién y por qué.

Y AMLO es todo menos alguien dispuesto a ser objeto del escrutinio público y de la rendición de cuentas.

Por tanto, López Obrador seguirá tropezándose una y otra vez consigo mismo, porque en el fondo no busca gobernar sino andar en la procesión, pasar a la historia como el luchador incansable pero impotente de la democracia y justicia mexicanas.

#LFMOpinión
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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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