POLÍTICA

Maestros de secuestro

Maestros de secuestro

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Frente a los derechos sindicales de los maestros debemos erigir incólume el derecho de cada niño mexicano a ser debida y verdaderamente preparado para una vida mejor

"Para enseñar inglés a Pepito, no se necesita saber tanto inglés como conocer a Pepito"; decía Alfonso Romera en sus clases de Historia de la Filosofía.

El magisterio es una vocación. El maestro trabaja con niños y jóvenes; y no en un asunto trivial: su formación, entendida no tanto como el simple almacenamiento desordenado de datos, cuanto el desarrollo de todas sus potencialidades en busca de una vida buena y feliz.

El maestro no trabaja sobre un torno, ni produce bienes en serie. Modela el alma y la vida, únicas e irrepetibles, de cada niño a su cargo.

Por eso, solo es genuinamente maestro quien tiene el llamado a enseñar. Enseñar es ante todo un acto de desprendimiento, una entrega apasionada de lo mejor de uno mismo a otro, con miras a ayudarlo a hacer de su vida y de la vida, algo mejor. Es una apuesta en otro por el futuro.

El verdadero maestro es hacedor de hombres de bien, de futuros luminosos, de vidas prósperas y felices, de naciones exitosas.

Doce maestros de la CNTE secuestraron en Oaxaca a dos hermanos menores de edad, los encadenaron dentro de una cisterna y los mantuvieron en esas condiciones por casi cinco meses. Ahí seguirían si no hubiesen sido descubiertos y apresados en flagrancia.

El secuestro es de suyo abominable, pero el secuestro de menores y su encadenamiento en la oscuridad y humedad de una cisterna por meses devela mentes trastornadas. Su monstruosidad es incalificable. Pero que lo hagan quienes tienen que convivir, trabajar y modelar el futuro de nuestros hijos, es ya una locura que acusa a la sociedad en su conjunto.

Que me perdonen los maestros, sus secciones sindicales y todos sus derechos y conquistas laborales, pero México debe saber en manos de quién están nuestros hijos.

Si quienes lo hacen ocupan su tiempo libre en secuestrar a menores y, al parecer, son protegidos por sus hordas sindicales, México no tiene solución.

En Michoacán unos normalistas secuestran camiones, bloquean carreteras y hacen del orden y la libertad un rehilete en demanda de plazas automáticas e inamovibles, y nadie parece recalar en que serán nuestros hijos las primeras víctimas de las enseñanzas -si no que de otras asignaturas extracurriculares- de semejantes "angelitos", ¿qué podrán enseñarles, si no lo único que saben hacer: delinquir?

Más nos valdría abrirles las arcas públicas y entregarles todos los bienes nacionales a sus hordas, a prestarles por un minuto a uno de nuestros niños.

Sin embargo, pareciera que el hecho de que lo mejor que tenemos esté en manos de lo peor que hemos producido, a nadie desvela.

La reforma educativa, habrán de entenderlo los maestros, no es sobre sus derechos, sino sobre el derecho de México a educar a sus niños para un futuro mejor y no para la barbarie, el oscurantismo y la violencia.

Frente a los derechos sindicales de los maestros debemos erigir incólume el derecho de cada niño mexicano a ser debida y verdaderamente preparado para una vida mejor. Frente a ello no hay derecho ni excusa que valga.

Los romanos preguntaban: ¿Quién controla al controlador? Debiéramos preguntarnos quién y qué se enseña a nuestros maestros. Las Normales, por la forma violenta y atrabiliaria como sus alumnos expresan su parecer (forma elegante de calificar sus chantajes), son escuelas de vandalismo, universidades del rencor y la irresponsabilidad, ágoras de la confrontación y la incivilidad.

Finalmente, el secuestro no es un asunto sindical, pero la virulencia con que la CNTE salió a defender a los apresados en flagrancia lo pone seriamente en duda. Solo falta que reclamen el derecho a secuestrar como conquista sindical.

PS.- Me pregunto si en nuestras Normales se imparte como asignatura "El Secuestro". De las materias "Cierre de Carreteras", "Toma de Universidades", "Incautación de Bienes Burgueses" y "Piedras, Tubos, Pasamontañas y Molotov" no guardo duda alguna.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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