POLÍTICA

Riesgos genesiacos

Riesgos genesiacos

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A ese ejido se le ha pagado la indemnización tantas veces como gobiernos se han dejado (y dejen) sorprender

Los tiempos no cuadraron y tuve que hacer tiempo antes de la comida. En la mesa de enfrente compartían café y entusiasta conversación jóvenes de impecable vestimenta y barbas y cabelleras acicaladas. Al poco tiempo una joven, igualmente impecable, los alcanzó sumándose al recuento de anécdotas y cafés. Unas y otros se sucedían salpicados por la palabra "Presidente".

Poco tuve que escuchar para entender que se trataba del Electo. No creo, además, que haya alguien que pueda hablar con entusiasmo de Calderón a estas alturas del sexenio.

Apartidismo, sociedad civil, juventud, organización, trabajo, entrega y demás lugares comunes condimentaban su hablar.

Tres fueron mis primeras reacciones.

La primera: el cambio generacional. Qué bueno que los jóvenes se interesen por el quehacer público y se acerquen a sus responsabilidades. México demanda caras y usos nuevos. Nuestros tiempos y responsabilidades, cualesquiera que éstas hayan sido, ya no son.

La segunda, por desgracia, no es tan halagüeña: el fenotipo de los muchachos, su apariencia, pues, -y puedo equivocarme- los ubica muy alejados de la realidad mexicana. No los pude imaginar atendiendo a grupos campesinos, discutiendo en colonias populares, encarando a manifestantes enardecidos, plantándose ante un desastre natural. Su perfil –y, repito, puedo errar- era más financiero y empresarial, y lo social pareciera dárseles más por el lado de las revistas de chisme y élite, que por causas populares.

Como sea, es su tiempo y responsabilidad. Qué Dios los ayude.

Mi tercera y última reacción tuvo que ver con el riesgo de toda nueva administración.

Hubo una vez una Secretaria de Estado que era muy buena vendedora de cosméticos. Por alguna razón desconocida su jefe creyó que eso la legitimaba para hacerse cargo de una responsabilidad pública. Pues bien, empezaba el gobierno y con él una temporada vacacional. Como cada período de asueto, un ejido –como tantos otros- cerró una carretera de alta sensibilidad. La Secretaria llamó al responsable de Gobernación (éste no vendía cosméticos, pero de hacerlo hubiera sido más eficaz que al frente de esa Secretaría). En fin, le llamó y éste envió a sus negociadores quienes, sin considerar antecedente alguno, admitieron todos y cada uno de los razonamientos del ejido y, por ende, sus demandas. Dos días después, la Secretaría y su corte celestial negociaban la indemnización del núcleo agrario por expropiaciones realizadas muchos años atrás. Lo que no sabían los nuevos funcionarios es que a ese ejido se le ha pagado la indemnización tantas veces como gobiernos se han dejado (y dejen) sorprender.

Entiendo que a aquella novel administración le ganó su ansia justiciera de solucionar y recomponer los desastres del "oscurantismo priista". Pero, por igual, a cada funcionario que estrena cargo le ataca el virus genesiaco, por el cual el universo se crea con él. "Nunca antes", suele decir, "Por primera vez", repite para sus oídos, sin darse cuenta que en muchas de las veces le están tomando el pelo y que en su afán de resolver los asuntos, "ahora sí y para siempre", puede estar reviviendo aquellos que fueron oportuna y debidamente resueltos.

Estamos ante un cambio de gobierno y de partido en el gobierno, las tentaciones genesiacas pueden ser más peligrosas que las vindicantes.

Los funcionarios que lleguen deben partir de tres premisas, si no quieren equivocarse: la primera: México no nació con su llegada, todo tiene antecedentes a considerar antes de tomar decisiones. Javier Lozano revivió a Napito por querer jugar a la política sin saber (aún hoy) ni su ABC.

La segunda: muchos que han colmado su interés tratarán de sorprenderlos para ver si pueden volver a hacerlo. Otros, cuya pretensión haya sido denegada, buscarán revivirla en un segundo o enésimo round.

La tercera (gran pecado de los panistas): no todo lo pasado está mal hecho. Sin importar el signo del gobierno cuyo acto de autoridad sea traído a su atención, dicho acto debe ser considerado en sus méritos y no por los colores de su responsable, y las razones y fundamentos de aquél deben ser considerados por el bien de la República.

Vivales son lo que sobran en México. Los nuevos funcionarios deben atender a todos por igual, pero sin prejuzgar que todo acto pasado o antepasado está mal.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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