POLÍTICA

Al césar lo que es del césar

Al césar lo que es del césar

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Los mexicanos no reclamamos al Gobierno por la violencia que prevalece, sino por la ausencia de seguridad que sólo el Estado, en tanto monopolio legítimo de la fuerza, debe garantizarnos

En todos los partidos existen personajes impresentables que, sin embargo, por compromisos poco claros detentan puestos o, peor aún, dan la cara por sus agrupaciones granjeándoles más animadversión que el más certero ataque del más consistente de sus oponentes. Tal es el caso de Juan Molinar.

No logro entender cómo y por qué el PAN y el gobierno se empeñan en sostenerlo como vocero y fajador callejero. Dudo que haya en el PAN (y gobierno) alguien más desprestigiado y menos empático que Molinar. Mucho es lo que Calderón seguramente le debe para mantenerlo y estar dispuesto a cargar con su descrédito, así como a pagar la inquina que a su paso levanta.

Pero Molinares los hay en todos los partidos: se creen indispensables, lúcidos, simpáticos y asertivos, aunque sus dichos y hechos devengan siempre contraproducentes para la organización que los sufre y tolera.

Ojalá los partidos definieran qué caras y voces presentar ante la opinión pública atendiendo a la aceptación y credibilidad que sus voceros generan en ella y no a compromisos y equilibrios partidistas. Sé que es mucho pedir, pero la deliberación política mejoraría sustantivamente con otros interlocutores partidistas.

Es probable que al interior de sus partidos las arremetidas de estos personajes despierten el grito fanático de su claque belicosa, pero en la mayoría de los casos estos sujetos no deben ser bien vistos ni siquiera por sus propios correligionarios. Son como el familiar al que nadie soporta y a todos avergüenza, pero con el que hay que cargar como castigo kármico.

Pues bien, Molinar hizo varias entrevistas de radio en una defensa, que pretendió heroica y resultó irrisoria, insostenible y contraproducente, del mensaje de Calderón con motivo de su V Informe de gobierno. "No me ayudes Compadre", debió haber dicho Calderón.

Parte del pecado de estos "Rambos del micrófono" es que pierden todas las oportunidades de quedarse callados y terminan reduciendo el mensaje a ruido en el callejón de las trompadas. La comunicación se pierde entre mentadas y patadas, la deliberación y el análisis se evitan y el esfuerzo comunicativo resulta ineficaz y nulo.

En una de tantas entrevistas Molinar no desperdició oportunidad para culpar al PRI de la violencia y de todo mal urbi et orbi. Lo curioso es que en el mensaje de Calderón hay muchos más elementos que este discurso simplón para explicar el fenómeno de violencia que nos aqueja, pero Molinar, en su afán de sacar raja electoral lo sostuvo, así como para quitarle de encima al gobierno el reclamo por la violencia. No le reclamen al gobierno, sostuvo, reclámenle a los delincuentes.

No fue lejos Molinar por la lúcida contestación de Rafael Cardona: los ciudadanos no podemos reclamarle al crimen organizado porque no tenemos ni queremos tener acceso a él, pero, primigeniamente, porque es el gobierno quien debe respondernos por la ausencia de seguridad en nuestras vidas.

Vivimos en sociedad porque es en su organización en Estado donde encontramos, o debemos encontrar, seguridad; si el Estado no nos la garantiza, es a él, en la persona de su órgano ejecutivo, a quien debemos reclamar, no a quien el Estado debe combatir por robarnos nuestra seguridad. Los mexicanos, Señor Molinar, no reclamamos al Gobierno por la violencia que prevalece, sino por la ausencia de seguridad que sólo el Estado, en tanto monopolio legítimo de la fuerza, debe garantizarnos.

Si alguien violenta esa seguridad, no puede el ciudadano irle a reclamar. Para eso está el Estado, para reclamarle, combatirlo y sujetarlo al imperio la ley.

Los ciudadanos no tenemos que irle a reclamar más que a nuestros mandatarios, electos democráticamente y responsables ante la sociedad y la ley.

Puede que no le cuadre a Molinar que le reclamen a sus cuates por el incumplimiento de la responsabilidad de brindarnos seguridad, pero que no nos lo reclame a nosotros, ni pida que vayamos a reclamarle al crimen organizado. En un lenguaje que tal vez entienda: al césar lo que es del césar.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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